Narra Margarita
No era tan malo estar en la casa hogar. Éramos todos de distintas edades, en su mayoría niños entre los cinco y diez años. Solo ocho de nosotros tenemos entre trece y diecisiete, como Pipe y yo.
Los más chiquitos eran una especie de hijitos para mí, no había noche que no les contara una de mis aventuras o cuentos inventados para que pudieran dormir. Sentía una gran responsabilidad por enseñarles a vivir como si cada día fuera el último. Bailábamos, cantábamos, jugábamos y hacíamos los deberes en equipo. Sin embargo, nada era perfecto y apenas escuchábamos rechinar los tacones de Mercedes, hacíamos como que nada pasaba. Luego, cuando se iba, las risas volvían, pero cada vez que un niño se iba, la dificultad aparecía. Unos lloraban y otros se preguntaban "¿qué hay de mí?". Alguna vez sentí lo mismo, pero ya solo quedaba un año para poder salir por mi cuenta.
Por un momento creí que mi historia se había congelado en el tiempo, pero pasar por aquí me enseñó a enseñar todo eso que Anieta y Pierre, algún día me enseñaron. Tal vez no era mi turno para tener una familia, tal vez solo tenía que escribir mi propia historia.
Una vez más, en esa historia estaba Pipe o Pipón, como le decía de cariño. Era la semana más pesada para ambos, pues nos tocaba encargarnos de la comida. Y sí, cada dos tenían responsabilidades, entre cocinar o limpiar, pero no podías no ayudar.
Le sacaba ventaja al hecho de que había conocido distintos destinos culinarios, y en lo que conocía a cada niño y niña del hogar, podía crear las recetas más deliciosas, dentro de lo permitido. La mayoría de veces era un milagro permitirnos milanesas con puré, porque aunque los benefactores proveían de todo para mantener a cuarenta niños más un personal, estos últimos cuidaban muy bien sus bolsillos y alguna que otra instalación del lugar. Sin embargo, hoy era un día muy especial, la visita del benefactor y sus invitados de honor.
Mercedes confiaba tan bien en mí, que dejó que me encargara de la comida, junto a mi mejor amigo.—Dejá que te dé una mano, Mar—mis nudillos estaban blancos de todo el peso de las bolsas, pero no me fastidiaba.
—Nein nein—hablé—Tengo mi fuerza de tanto cargar a los parvulitos—seguí caminando.
—Anda, Mar—se acercó para quitarme peso.
—Hey hey, cada uno en su camino. Uno dos, ¡vamos!—exclamó amargada Mercedes.
—Mechu, creo que hoy te vas a volver a sorprender con el platillo que voy a preparar—la mujer rodó los ojos.
—Nada que Mechu, ni Mechu. Sabe que tiene que respetarme, Martinez—y ese era mi apellido, y cuando nos llamaba por el apellido era hora de cerrar bien el pico.
Y en cosa de nada, llegamos al hogar.
Cada que pasaba por el pasillo de la entrada, los recuerdos volvían a revolver mi cabeza, pero ya no me afectaba en absoluto. Por el contrario, día tras día aprendía que tenía un propósito por el cual estaba en este lugar. Sin embargo, ese coctel de emociones no solo eran por mí. Aquí, en este mismo lugar, se dan las despedidas y las entradas más tristes. Entre aquellas escenas, recordaba también que no siempre existieron niños que se quedaban por mucho, ya sea por adopciones automáticas o porque muchos tenían a sus padres en la cárcel y si por suerte las fianzas cobraban, salían con la misma.
Conocí a muy pocos así, la verdad es que en su mayoría se aislaban por vergüenza y otros parecía que mordían si te les acercabas.
Una vez existió uno al que nunca le vimos la cara. Tenía una melena rulosa y un buzo con caperuza que le cubría, mínimo, la mitad de la cara. Lo llamábamos "leoncito misterioso", porque aunque su cabello brillaba y tenía gran tamaño, no podías dar un paso más adelante porque te rugía. De esa forma, la curiosidad se nos quitó a todos y el desagrado desapareció una vez que el salió por esa puerta.
No le tenía rencor, ni tampoco llegué a molestarme porque sus razones habrá tenido, así que fingía demencia y continuaba con mi vida.
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Enredados
Fanfiction"Margaritas hay en todos lados", decía con una sonrisa. "Margaritas y bonitas, solo conozco una", el ladrón de corazones confesó.