Inesper-hada

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Narrador omnisciente

Merlín, Rey, Única, Zeki, Alaska, Sasha, Otto, Mei, Romeo y Daisy fueron los más afortunados. Cada uno con su especialidad y personalidad que los diferenciaba unos de otros.
Por fin, a excepción de Daisy, llegaron al Hangar para instalarse en sus respectivas habitaciones.
Las chicas en un cuarto y los chicos en otro.

Por otro lado, como sabemos, Delfina ya estaba al tanto de la situación de Pipe, quien, junto a Margarita, logró permanecer en el altillo. Esta última, por cierto, recibió una ligera llamada de atención por parte de la mayor. Sin embargo, la situación quedó en buenos términos y Margarita reactivó esa energía y felicidad que la caracterizaban.
Hablando del par de compinches, ambos se sumergieron al mundo de la cocina, junto a Ada, quien disfrutaba mucho de su compañía. Ambas partes se veían beneficiadas, sin dejar de aprender y compartir.

La cena de bienvenida consistía en un platillo, que menos mal todos podían consumir. Una ensalada para la entrada y panecillos al ajo. Como plato de fondo, raviolis de carne en salsa rosa. Y finalmente, como postre, helado.
Por ahí, Margarita había chusmeado que a un tal Romeo no le gustaban las comidas que tuviesen color anaranjado, y la salsa rosa tenía mucho de ello. Por tal razón, le preparó una salsa a lo Alfredo. Pensó que una bienvenida, además de ser una excelente y exquisita presentación, debía brindar comodidad a cada uno de sus invitados, sobre todo porque pasarían ahí muchos meses.
Muy atenta ella, sabía de la condición del chico, autismo.
Margarita, en el orfanato, había tenido la oportunidad de conocer a un chico igual. Ella se encargó de comprender su mundo y de enseñarle el suyo también, sin causarle problemas.
Desde muy joven comprendió que no había necesidad de hacerlos sentir apartados. Por ende, esta era la oportunidad perfecta para compartir platillos diferentes en una misma mesa, y que todos se sientan felices por ello.

—Mmm, huele deli deli—Daisy entró a la cocina, casi lista para la gran noche.

—Señorita, debe terminar de alistarse—dijo Ada medianamente preocupada.

—Es que el olor me guió hasta aquí—hizo puchero—Estoy segura que Mar le puso un kilo de amor a la comida—agregó.

—¿Querés probar un poco, tocayarita?—Margarita le extendió una cucharadita de la salsa.

—Mal mal—dijo Daisy tras pasar ese exquisito sabor—Mar, montáte un restaurante—rió—Sos increíble—halagó sincera.

—Merci merci, pero no lo hice todo sola—respondió—Pipe y Ada le pusieron su toque también y nuestra fusión de mosqueteros lo hizo posible—justo entró el chico.

—Hablando del rey de Roma—dijo Ada—Pero mirá que bárbaro te ves—señaló el traje que traía—Sos toda una bomba—todos se rieron.

—Gracias, Ada—dijo Pipe sonrojado—Algo se logró—Daisy, por su parte, lo miró un poquito de más.

—B-Bueno—dijo la princesa—Voy a terminar de arreglarme—Margarita acababa de presenciar algo, pero iba a guardárselo para después. ¿Acaso se puso nerviosa?

—¿Me parece a mí o Daisy salió corriendo?—preguntó Ada al notar el cambio de actitud de la chica.

—Capaz se le hacía tarde—sonrió Margarita, reprimiendo la risita.

Y la charla no vaciló tanto por ese lado, sino más en condimentos, revisar cocciones y verificar si el comedor ya estaba listo.

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