Sunfyre Pt 1

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El único deseo de un pequeño Aegon era recibir un poco de la atención de sus padres. Pero Viserys siempre estaba solapando los caprichos y cubriendo los desastres de Rhaenyra, mientras que Alicent detestaba haberse convertido en madre a una temprana edad, así como también le molestaba escuchar los lloriqueos de sus hijos o pasar tiempo con ellos.
 
Era horrible que cada vez que Aegon llegaba con un dibujo que él mismo había hecho con sus crayones, para enseñarlos a sus padres, ninguno se molestaba en verlo. Los guardias siempre le decían: «El rey está ocupado», «La reina está ocupada», «Tal vez más tarde, mi príncipe»
 
Y no hacía falta decir que las personas en los siete reinos tenían grandes expectativas para él, sobre todo su propio abuelo, Otto Hightower, quién se había hecho la idea de que algún día su sangre se sentaría en el trono de hierro.
Al ser el primogénito varón del rey se le exigía más que a cualquier otro niño de su edad. Con solo tres años, Aegon tuvo que aprender a leer y a los cuatro recibió una pequeña espada de madera para que empezara su adiestramiento en combate y caballero. Pero desafortunadamente nada de lo que Aegon hacía era suficiente para sus padres.
 
A los seis años, Aegon se volvió un niño inseguro y travieso porque solamente de esa manera tenía la atención de sus padres, aunque fuera solo para regañarlo o darle sermones. Pero a los siete la vida de Aegon cambió cuando su huevo de dragón por fin se rompió y de ahí salió la criatura más bella que Aegon hubiera visto en los siete reinos, un dragón de escamas doradas y resplandecientes, a la que Aegon llamó Sunfyre.
 
Desde que Sunfyre llegó a este mundo, Aegon jamás volvió a sentirse solo; por fin había encontrado lo que tanto buscó y jamás dejaría que nada malo le pasara a su dragona.

 
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Año 129 D.C.

 
Los grandes colmillos de Meleys estaban encajados en el cuello de Sunfyre. La sangre brotaba, pero a pesar de todo el dolor que el dragón dorado sentía consiguió rasguñar con sus garras el pecho de Meleys para que ésta lo dejara en libertad. Una vez más, Sunfyre volteó a ver a Aegon antes de volverse abalanzar contra la reina roja y lanzarle aquellas llamas doradas que tanto lo caracterizaban y las cuales Meleys evadió fácilmente como si se tratara de una mosca molesta.
 
De nuevo ambos dragones terminaron agarrados de las patas, trazando círculos por los cielos en una bella danza de sangre y fuego. Aegon, lo sabía. Sunfyre ya no podía más; tenía el pecho abierto y la mitad de su ala derecha había sido arrancada. Lo único a Sunfyre que mantenía con vida era su fuerza de voluntad; el rey agradeció a los dioses cuando vio llegar a Aemond montado en Vhagar. Pero no esperaba que su propia sangre lo traicionara.
 
—¡Dracarys!— le ordenó Aemond a Vagar.
 
Sunfyre miró las llamas de Vhagar antes de ser arrojadas; sabía perfectamente a que iban dirigidas a su jinete, así que 
Soltó el agarre que tenía contra Meleys para caer a tierra y cuando las llamas ardientes de Vhagar fueron lanzadas, el campo de batalla volvió a arder y algunos se convirtieron en cenizas. Sunfyre con su último aliento envolvió con sus grandes alas a su jinete, protegiéndolo de las ardientes llamas.
 
Un fuerte chillido de dolor se escuchó de parte de Sunfyre cuando las llamas la alcanzaron, envolviendo su cuerpo por completo. Nadie de los presentes había presenciado algo como eso. Se dice que en la batalla de reposo del Grajo hubo una traición y un acto de amor. Cuando Sunfyre murió, todo el campo de batalla quedó paralizado, no hubo más arpones lanzados, tampoco se escuchó el acero de las espadas chocando, incluso Vhagar y Meleys se negaron a seguir peleando.
 
—¿Qué pasa? —preguntó Gwayne confundido ante lo que acababa de presenciar.
Criston Cole no respondió, ya que él tampoco comprendió lo que acaba de suceder, así como tampoco nadie comprendía por qué Vhagar y Meleys se negaron a seguir las ordenes de sus jinetes, por más de que Rhaenys y Aemond tirasen de sus riendas para que se enfrentaran y gritaran «Dohaeras».
 
De hecho, tanto Vhagar como Meleys se quedaron mirando por varios minutos para después ambas dar la media vuelta como si hubieran acordado algo. Vhagar partió hacia el Este, mientras que Meleys al Oeste. Fue la primera vez que se veía a dos dragones abandonar el campo de batalla, así como también desobedecer una orden de sus jinetes. Pero tanto como Vhagar y Meleys habían visto lo que pasaría si los dragones se seguían enfrentando por culpa de los humanos, el fin de su especie llegaría.
 
—Hay que buscar al rey —ordenó el caballero blanco después de que los dragones se fueran.
 
El humo cubría aquel bosque; algunos cadáveres al tocarlos se convertían en cenizas; Gwayne tocó un poco y después caminó detrás de Sir Criston en búsqueda de Aegon, mientras algunos aún seguían en shock.
 
«Los hombres no somos nada cuando los dragones danzan.» Pensó el Hightower, ya que después de aquella batalla solo quedaron cenizas. Los hombres se habían dividido en tres grupos para encontrar al rey. Fueron largas horas caminando en círculos, ya que no sabían con exactitud dónde buscar hasta que escucharon la voz del rey cantando una melodía.
 
Gracias a eso el caballero blanco y el pelirrojo pudieron encontrarlo. Aegon se encontraba en perfecto estado salvo por algunas pequeñas quemaduras, mientras que Sunfyre tenía varias quemaduras en su cuerpo y de su pecho brotaba sangre… El rey tocaba sus escamas doradas mientras cantaba en alto Valyrio para despedirse de aquel dragón que fue su orgullo, su todo…
 
—Siempre serás la gloria del rey —susurró Aegon en alto a Valerio, cuando terminó de cantar.
 
Sunfyre le dio una última mirada antes de cerrar sus ojos para siempre. Era como si lo único que estuviera esperando para irse es que llegarán por Aegon. Los ojos del rey estaban rojos debido a las lágrimas que no paraban de salir. En menos de un mes, Aegon había perdido a su heredero y a su dragón. 

Las mil y unas noches |  𝑶𝒏𝒆 𝒔𝒉𝒐𝒕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora