Editada.
[Narra a Aemond]
Después de salir de la celda de Tn llegué a mi habitación y vi a Alys sentada al borde de la cama. Había esperado toda la noche por mí. Sentía como sus ojos esmeraldas se clavaban en mí, analizando mi vestimenta desalienta. Era obvio que ella sabía donde estaba la noche anterior y el porque no llegué a dormir.
—¿Qué te da ella que no pueda darte yo?—cuestionó Alys con una voz quebrada.
Nunca pensé en esa mujer, la cual se hacía llamar la Reina Bruja. Preguntará cosas tan estúpidas; suspiré después de escucharla hablar y después me acerqué a ella a pasos lentos.
—Mi querida Alys, tú conoces la respuesta —respondí a su pregunta mientras llevaba una de mis manos alrededor de su cuello haciendo presión. Pero no lo suficiente para matarla, pero sí para lastimarla.
Alys volvió a mirarme y al ver sus ojos esmeralda, me di cuenta de que a ella no le aterraba la idea de morir en lo más mínimo; tampoco le importaba; su verdadero miedo siempre fue que Tn me amara o sintiera algo por mí aparte del desprecio por mí. Por saber que cuando ese día llegara yo la dejaría. Podía sentir su respiración entre cortada; sus ojos estaban vidriosos, indicando que las lágrimas pronto saldrían.
Me acerqué un poco más a ella sin dejar de ejercer presión en su cuello con mi muñeca.
—Ella es una Targaryen, es de sangre real al igual que yo. Es la mujer que amo —susurré en oído, soltando poco a poco su cuello. La miré y después volvió a susurrar—, mientras que tú solo fuiste una herramienta más que utilicé en mi beneficio para ganar la guerra y sentar a mi hermano en el trono de hierro.
Las lágrimas de Alys comenzaron a caer por sus mejillas después de lo que le dije; deje de sujetarle el cuello y me separé de ella. Sus ojos verdes me miraban con gran dolor y furia.
—¡Ella nunca te amará! —gritó ella.
Aquí vamos a las famosas patadas de ahogado. Caminé hasta el buró y agarré la botella de vino tinto, para después servirme en una copa. Tomé un sorbo de licor y sentía un poco de ardor en mi garganta. Volví a mirarla al ver que todavía no se iba de la habitación.
—Tn, nunca te perdonará lo que le hiciste, ¿sabes?— habló Alys mirándome para dar el golpe final con sus palabras. — Nunca podrá perdonarte el hecho de matar a su amado Lucerys Velaryon.
La declaración de Alys fue algo que causó ardor en mi interior. Tal vez solo eran palabras vacías de una bruja desesperada. ¿Qué podía esperar de ella? Sin embargo, algo me hacía dudar. Tn y Lucerys de niños siempre fueron cercanos, incluso después de mi incidente con él.
A pesar de que el bastardo me había quitado mi ojo derecho, ella siempre estaba junto a él conversando o volando juntos sobre sus dragones. Mi hermana siempre tuvo una personalidad noble; odiaba que nos burláramos de Jace y Luke; sobre todo, le desagrada profundamente que los llamaron bastardos.
Pero tal vez, si ella estaba enamorada de Lucerys, explicaba el origen de su traición, pero esa idea era absurda. Aún así, el solo hecho de pensarlo hacía que el pecho me doliera y sintiera ganas de volver a matar a mi sobrino, pero él probó que Lucerys ya estaba en la gloria de los dioses.
—¿No lo sabes verdad? , Tn y Lucerys tenían una relación, se iban a escapar juntos, una noche antes que tú lo mataras —declaro Alys mirándome de nuevo.
Después de que ella terminara de destilar su veneno, no respondí o siquiera la miré. Simplemente salió de mi habitación y fui directo a la celda donde se encontraba Tn. Al entrar, solo la miré un momento antes de colocar mi mano sobre su cuello y apretar. Quería matarla por meterse con ese maldito Strong. Pude ver por primera vez miedo a través de sus ojos violetas. Sentía como trataba de empujarme para apartarme de ella y así pudiera respirar mejor.
—¿Te acostabas con el maldito bastardo de Lucerys? —pregunté levantando el tono de mi voz.
Tn miró mi ojo aún en su mirada; tenía miedo, pero desapareció y entonces solo pude ver cómo los ojos de mi hermana se tornaron vidriosos e hice un poco más de presión en mi agarre sobre su cuello, pero esos malditos ojos de Tn me hipnotizaban.
—Contestame, maldita sea —le ordené.
—Sí —contestó Tn, con un nudo en su garganta que demostraba que había tocado un tema sensible para ella.
Después de unos segundos, ella se quedó en silencio para después volver a hablar, aunque sus ojos ya me lo habían dicho todo.
—Yo lo amaba, tanto como él a mí; hubiera hecho lo que sea por estar muerta en lugar de él —dijo ella.
Sus palabras me llenaban de una gran molestia; pero herían al mismo tiempo a mi corazón. Ahora estaba tan claro como el agua que Lucerys era el motivo de la traición de mi hermana hacia nuestra familia. Volvió a agarrar su cuello con mí; por un momento, Tn no pudo respirar más y sus mejillas se tiñeron de un ligero tono lila. Fue ahí cuando me di cuenta de que había ido demasiado lejos y la solté de nuevo.
—Eres un maldito "mata-sangre" —declaró ella en un murmuro que apenas percibí.
No quería matarla. Jamás le haría eso, pero simplemente no podía controlar mis emociones.
—Eso no decías la noche anterior cuando pronunciaba mi nombre gimiendo —protesté.
[Narra Tn]
En la noche anterior me olvidé del odio que sentía por el maldito "mata-sangre", y me dejé llevar porque Aemond me salvó de ser violada por el puto ebrio de Aegon. Y porque sentía que de alguna manera debía de agradecerle lo que hizo por mí la noche anterior o tal vez porque solo quería que Aemond fuera el único que me tocara, porque no podía aguantar las manos de otro hombre sobre mi cuerpo, y porque tal vez yo no quería admitir que sentía una necesidad por Aemond.
Porque al estar encerrada día y noche en estas cuatro paredes, lo único que me alegraba el día era verlo sentirlo en cada parte de mí; me había enamorado de mi propio hermano, aquel que me hizo su prisionera. Sentí como la lágrima se deslizó por mi mejilla y esperaba que Lucerys me perdonara por haberme enamorado de su asesino.
Puede haberme escapado en más de una ocasión, pero no lo hice porque después de todo no eran aquellas pesadas cadenas que llevaba en mis muñecas y mis tobillos, siempre fue mi amor por Aemond el que me ató aquí y para mi desgracia no podía hacer nada para dejar de sentir.
—Lo que pasó anoche fue un error —respondí.
Aemond soltó una risa amarga, y después llevó una de su mano hacia aquel parche de cuero negro que cubría el ojo que había perdido y dejó al descubierto aquella cuenca de zafiro que él usaba como prótesis para llenar el vacío de su ojo derecho. Cerré mis ojos y me negué a verlo en ese estado. Mis lágrimas cayeron de mis ojos hasta mis mejillas.
—¡Mírame! —ordenó él, levantó mi mentón y obligóme a verlo.
Nuestras miradas se encontraron y pude apreciar la cicatriz que él tenía causada por la daga que Lucerys le enterró en el ojo a Aemond ese día.
Flash back:
Era el funeral de Laena Velaryon, la segunda esposa de Daemon. Mientras los adultos nos ignoraban y tomaban alcohol, algunos para ahogar sus penas y otros por placer, mi madre se quejaba con sir Criston Cole por el comportamiento inadecuado de Rhaenyra.
Aemond quería conseguir un dragón porque era el único que no poseía uno en ese momento. Aemond siempre fue ambicioso y fue por el dragón más grande de poniente, Vhagar, la antigua dragóna de una de las hermanas del conquistador. Él se escapó por la noche, consiguiendo montar a Vhagar y ser su cuarto jinete, pero desgraciadamente el gusto le duró poco, ya que al volver a tierra Aemond se encontraba con las gemelas, las cuales lo estaban esperando.
Rhaena y Baela no estuvieron de acuerdo con que Aemond tomara el dragón que había pertenecido a su madre.
Rhaena quería ser la jinete de Vhagar; decía que ese era su derecho al ser la hija de Laena, ya que ella tampoco poseía un dragón. Las gemelas fueron las que comenzaron la pelea con Aemond y después se unieron Jacaerys y Lucerys a defender a las gemelas.
Comenzó así una pelea donde Aemond llamó bastardos a Jace y Luke, lo que provocó que la situación empeorara más, ya que aquel insulto siempre hizo hervir la sangre de mis sobrinos, por lo que se abalanzaron contra mi hermano; sin embargo, él los empujó haciendo que cayeran al piso y después Aemond amenazó con matar a Jacaerys con una gran piedra. Por lo tanto, ante esa amenaza Lucerys decidió defender a su hermano mayor y tomó la daga que Jace llevaba en su cinturón para clavársela en el ojo derecho de Aemond, desfigurando así el rostro de mi hermano.
Yo estaba dentro del castillo de los Velaryon cuando ví llegar Aemond con el ojo cubierto de sangre, el cual mi hermano se cubría con su mano. Al ver esa escena y sin entender lo que había pasado, me solté llorando y después de eso siempre cargué con una profunda culpa por no haberlo acompañado esa noche.
Corrí a su lado para abrazarlo mientras que los maestres suturaron la herida del ojo de Aemond, y me dijieron qué jarabe darle para que el dolor de Aemond disminuyera. Coloqué la venda alrededor de su cabeza con delicadeza y no quería herirlo más de lo que ya estaba. Aemond se mostraba tranquilo a pesar de lo sucedido. En cambio, yo seguía llorando por él y no dejaba abrazar a mi hermano; sabía que podía hacer en ocasiones irritante y molesto, pero no merecía que le hicieran algo así solamente por conseguir un dragón.
Verdes y negros comenzaron una discusión por el ojo que él había perdido. Mi madre quería uno de los ojos de Lucerys alegando que se hiciera justicia en nombre de su hijo. Pero el padre no hizo nada; poco le importó lo que le había sucedido a Aemond; simplemente se puso del lado de su hija predilecta, Rhaenyra, y declaró que mi hermano era culpable por haber llamado a nuestros sobrinos bastardos.
Por un tiempo me aleje de Lucerys y me acerque más a Aemond. Hasta que una noche un Lucerys de trece años arrepentido vino a la fortaleza roja a pedirme que lo dejara hablar con Aemond y para disculparse con él por lo sucedido.
—Crees que Aemond quiere escuchar tus patéticas disculpas —declaró mientras lo miraba.
—Por favor, Tn, no puedo dormir en las noches; siempre me atormenta el recuerdo de lo que hice —respondió él. — Yo solo era un niño de cinco años que quería defender a mi hermano mayor. ¿Acaso tú no hubieras hecho lo mismo por tus hermanos?
No pude negar que Lucerys tenía razón y que no soy quien para juzgarlo. Ya que si alguien hubiera amenazado a Aegon, Helaena o Aemond no hubiera dudado en lastimar a la persona que le quería hacer daño a uno de mis hermanos, tampoco podía negar que en realidad Aemond había sido cruel con mis sobrinos ese día. Pero no dije nada, los ojos color avellana de Lucerys me miraron fijamente y después sonrió.
—Tú tampoco puedes dormir por lo que veo —afirmó Lucerys con una voz dulce y tranquila.
—Eso no te importa —contesté con frialdad.
—¿Por qué no puedes dormir? —preguntó él mientras seguía mirándome.
La razón por la que yo sufría de insomnio a esa edad era porque sentía ansiedad, así que en las noches entrenaba combate yo sola con mi espada, o a veces me quedaba pensando en que pasaría si ambas familias se unieran.
—Tengo ansiedad, eso es todo —contesté con un tono indiferente.
Lucerys caminó unos cuantos pasos hacia mí para después abrazarme, lo que me provocó confusión. Pero ese brazo era inesperadamente cálido, por alguna razón Lucerys me dió en ese momento algo que yo necesitaba; atención y cariño.
—Cuando dejes de preocuparte por lo demás y dejes atrás el rencor y el odio que sientes, volverás a dormir —habló con una voz llena de dulzura.
Lucerys a mí siempre me pareció un niño de mamá e incluso a veces estúpido, pero en ese momento mi forma de verlo había cambiado, él poseía algo que yo no: inteligencia emocional. Sobre todo, Lucerys era una persona noble y bondadosa. Fue cuando comenzó a verlo de madera diferente.
Después de esa noche, Lucerys venía cada noche a la fortaleza roja. Se quedaba conmigo hablando por horas o entrenando, hasta que yo me quedaba dormida en sus brazos. Lucerys me daba tranquilidad, él no me juzgaba como lo hacía mi madre, todo él era amor y dulzura y sin planearlo, conforme el tiempo pasaba, los sentimientos entre Lucerys y yo comenzarían y una relación secreta inicio entre ambos.
Durante un tiempo fuimos felices, amándonos en secreto. Pero todo eso cambió durante la cena de paz, un evento donde todos los seres queridos de mi padre, Viserys, estuvimos reunidos y obligados a convivir juntos. Mi padre siempre fue un idealista y un pacifista que creía que el diálogo era la mejor arma para evitar una guerra.
Pero Lucerys y yo sabíamos que a veces las palabras no bastaban para detener un conflicto el cual había surgido años atrás. Una guerra entre hermanos por el tono de hierro era inevitable y comenzó una vez que mi padre diera su último aliento. Esa madrugada después de dicha cena Lucerys y yo nos reunimos y planeamos escapar juntos. Nos veríamos de nuevo dentro de dos días en las calles de Kingslanding.
Pero la guerra comenzó antes y Lucerys tuvo que conseguir aliados para la causa de Rhaenyra; incluso hasta el último momento él le fue leal a su madre. Lo esperé sentada en el banco del gran septón a los siete, pero él nunca llegó. Fueron días donde esperé un cuervo que me trajera noticias de él, pero aquellas aves nunca llegaron. Hasta cinco después me enteré que Aemond había asesinado a Lucerys en bastión de tormentas y que los restos de mi amado se encontraban en el mar.
Mi hermano había llevado a cabo su venganza, pero causando un gran dolor dentro de mí, uno que me hizo repudiar mi propia sangre, después de todo, uno de ellos me había arrebatado la felicidad. Así que simplemente un día me fui de Kingslanding a Dragonstone y cambié el color verde por el negro al arrodillarme ante Rhaenyra.
Fin del flash back.
No pude aguantar mucho mirando aquel vacío que ahora tenía mi hermano en su ojo, ni siquiera una piedra preciosa podía reemplazar lo que Aemond perdió. No porque sí tenga repulsión hacia él o algo parecido, sino porque la culpa de no haberlo acompañado aquel día aún pesaba dentro de mí y me recordaba uno de los mayores traumas de mi vida. Simplemente con mis manos acerqué su rostro al mío y presioné mis labios con los de él por un corto instante y después me separé de él.
—Yo... lo siento por no haberte acompañado esa noche y haberte dejado solo —dijé mientras sentía un nudo en mi garganta el cual me impedía hablar con claridad.
Aemond se alejó unos cuantos pasos de mí, y después volvió a mirarme, pero está vez con desprecio.
—¡Tenías que enamorarte de la persona que me hizo esto! —dijo Aemond quitándose la cuenca de zafiro que llenaba el hueco de sus ojos.
—Él se arrepintió de lo que te hizo; Lucerys quería disculparme contigo por lo que sucedió entre ustedes. — Conteste entre sollozos.
Aemond soltó una risa sadica y después se volvió a acercar a mí y se puso frente a mí; agarró mi rostro con sus manos.
—No, me hagas reír, Lucerys era un maldito bastardo que ni siquiera sabía pedir permiso —dijo él con frialdad en su voz, como si simplemente mis palabras fueran una broma.
Yo no supe qué decir o cómo reaccionar; solo me quedé mirando a mi hermano. Podía ver en el reflejo de su ojo el gran sufrimiento e ira que cargaba dentro de él. Después de unos minutos, mi hermano agarró las cadenas que estaban tiradas en el suelo para volverlas a colocar en mis muñecas y colgarme sobre la pared con los brazos extendidos.
—Nunca saldrás de aquí tn, tú serás mía y solo mía —murmuró Aemond con tono ronco en su voz en mi oído.
No respondí algo o si quiera me negué; después de todo, ya mi piel estaba marcada por él. Los recuerdos podían ser la peor tortura para el alma, y el pasado una agonía, pero también pueden hacerte sonreír y se pueden volver un refugio para un alma atormentada como la mía. Lo último que ví aquel día fue como la figura de mi hermano salía de la celda y se alejaba.
╭──────────╮
Dos semanas después.
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Las mil y unas noches | 𝑶𝒏𝒆 𝒔𝒉𝒐𝒕
Fiksi PenggemarSi quieres saber lo que se siente que Aemond Targaryen haga el mundo arder por ti estas en el lugar correcto.