el legado de su último suspiro

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Asentí en silencio, sin soltar su mano, incapaz de apartar la vista de ese mechón de cabello rojo que se apagaba lentamente, como si la esencia de mamá nos dejara una vez más, como una despedida final que nos recordaba lo frágil de su sacrificio. El vacío se expandía en el cuarto, llenando cada rincón, asfixiándome. Sentía que cualquier palabra que dijera sería insuficiente para expresar lo que mamá había hecho por nosotros, para darle sentido a su sacrificio.

Kenma apretó mi mano, devolviéndome al presente, y susurró: -No quería que esto pasara... Ella no debería haber sido quien...

Su voz se quebró, y vi cómo las lágrimas se deslizaban por su rostro, mezclándose con la tristeza en su mirada. Jamás lo había visto tan vulnerable, tan frágil y perdido. El dolor en sus ojos era el reflejo del mío, y no pude evitar sentir que compartíamos el peso de una herida que jamás sanaría del todo.

-Kenma... -dije suavemente, acariciando su cabello, donde aquel mechón rojo ahora era apenas una sombra de lo que había sido-. Mamá hizo su elección. Sabía el riesgo que tomaba... y aun así, no dudó en salvarnos.

-No entiendo por qué -dijo, su voz temblorosa. Me miró con desesperación, como buscando respuestas que ni siquiera yo tenía-. ¿Por qué alguien haría algo así? ¿Por qué sacrificarse de esa forma?

Respiré hondo, intentando encontrar las palabras adecuadas, pero todo lo que sentía era un vacío indescriptible. -Porque nos amaba, Kenma. Porque para ella, nosotros éramos su vida. Y quizás... quizás pensaba que nosotros aún tenemos un destino que cumplir, algo que ella no quería que perdiéramos.

Kenma se quedó en silencio, su mirada perdida en algún punto más allá de mí. Parecía sumido en pensamientos profundos, luchando por comprender lo incomprensible. Después de un largo rato, se pasó una mano por el rostro y murmuró: -Entonces... ¿su sacrificio significa que ahora debemos continuar? ¿Que no podemos rendirnos?

Mi corazón latía con fuerza ante sus palabras. Asentí lentamente, dándome cuenta de que tenía razón. Mamá nos había dejado una misión, un propósito que ahora debíamos honrar. No podíamos permitir que su sacrificio fuera en vano.

-No, Kenma. No podemos rendirnos. No después de lo que hizo por nosotros. Seguiremos adelante, y lo haremos por ella... y por nosotros.

Kenma soltó un suspiro entrecortado y cerró los ojos, como si encontrara un poco de consuelo en mis palabras. Lo observé en silencio, sintiendo cómo el dolor en mi pecho se mezclaba con una renovada determinación. Quizás el camino que nos esperaba sería incierto y doloroso, pero ya no estábamos solos.

Me incliné hacia él y murmuré: -Te prometo, Kenma, que mientras sigamos juntos, nada de esto habrá sido en vano.

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