Miraba la pared de la habitación, mi mente atrapada en una encrucijada. ¿Mamá o papá? La pregunta se repetía una y otra vez, golpeando mi cabeza con el peso de una decisión imposible. Sentía que estaba siendo juzgado. ¿Por qué a mí?.
Kenma estaba sentado a mi lado, distraído con sus poderes y hojeando su libro de hechizos. Quería aferrarme a la idea de que tenía tiempo. No quería dejar a mi madre, no ahora que finalmente la había encontrado, pero tampoco podía decepcionar a mi padre... y mucho menos a Kenma. No quería abandonarlo. ¿Cómo elegir sin desmoronarme?
Me levanté con cuidado. El reloj marcaba las 09:56 a.m. Preparé un café y unas tostadas, aunque nunca he sido muy fan de ellas. Miraba a Kenma cada pocos minutos. Parecía agotado, sus ojos pesados y su rostro empapado de lágrimas. Algo lo perturbaba profundamente.
Me acerqué y lo desperté con suavidad. Su rostro mostraba una mezcla de miedo y confusión. ¿Qué habrá soñado?. Lo mantuve en mis brazos, tratando de tranquilizarlo, pero entonces noté cómo su energía comenzaba a desbordarse. El aire se tornó espeso, y gritos de almas en pena comenzaron a resonar en la habitación. Portales se abrían y cerraban a nuestro alrededor, uno tras otro.
—¿Qué mierda soñaste, Kenma? —susurré para mí, preocupado.
Sus ojos, normalmente tranquilos, ahora brillaban en un blanco dorado, una luz cegadora. Al sentir su energía abrumadora, caí de rodillas. Noté cómo enormes alas blancas brotaban de su espalda. Un ángel... Kenma es un ángel. No tenía tiempo para asimilarlo, su poder estaba fuera de control.
Intenté contenerlo, liberando mis propios poderes oscuros. Logré atarlo con una cuerda de energía sombría, pero sabía que no podría contenerlo por mucho tiempo. ¿Cómo lo calmo?. No era suficiente. Solo un ángel podía calmar a otro. Y yo no lo era.
Llamé a mi madre, mi única opción. En cuestión de minutos, estábamos en el apartamento de Kenma. Mi madre se acercó con una serenidad desconcertante, colocó su mano en la frente de Kenma y le susurró al oído.
—Calme-toi, petit ange —susurró con dulzura.
Inmediatamente, los ojos de Kenma volvieron a la normalidad, y sus alas desaparecieron. Lo miré, sus ojos dorado-marrón conectados con los míos, negros como el abismo. Tomé su mano y lo abracé, queriendo ofrecerle algo de consuelo en medio de tanta confusión.
—¿Qué me está pasando? —preguntó, su voz temblorosa.
Tragué saliva, buscando las palabras adecuadas.
—Eres... un ángel, Kenma —dije, sin poder ocultar el asombro en mi voz.
Mi madre se acercó y me apartó suavemente, tomando las manos de Kenma. Lo miró con la misma dulzura de antes, sabiendo exactamente cómo explicarle lo que él era.
—Eres un ángel —repitió, con una mirada tierna—. El hijo de un ángel que fue condenado a caer.
Kenma me miró, sus ojos llenos de temor y confusión. Me acerqué y tomé su otra mano, ofreciéndole algo de estabilidad.
—Escúchala —susurré, mirándolo con cuidado.
Mi madre le explicó todo, desde el principio hasta el final. Él escuchó en silencio, procesando cada palabra, cada revelación. Cuando terminó, se despidió y nos dejó a los dos solos, con nuestras mentes revueltas por lo que acabábamos de descubrir.
El silencio se apoderó de la habitación. No era incómodo, pero sí pesado, lleno de preguntas sin respuestas. Ninguno de los dos sabía qué decir.
—¿Te irás de mi lado? —preguntó Kenma de repente, su voz apenas un susurro. Sonaba calmado, pero había una tristeza palpable en sus palabras.
—No —dije con seguridad—. No me importa romper las reglas si es por ti. No me importa lo que mi padre diga. He tomado mi decisión. Me quedaré contigo, en este mundo. Porque tú eres lo único que importa.
La decisión estaba tomada. No me iría. No lo abandonaría. No importaba lo que las reglas dijeran o lo que mi padre esperara de mí. Las reglas podían irse al diablo. Ya había elegido mi camino, y ese camino me mantenía junto a Kenma.
Nos quedamos en silencio, pero esta vez el silencio era diferente. No incómodo, pero lleno de pensamientos no dichos. Ambos estábamos procesando todo lo que había sucedido, y cada segundo que pasaba sentía que mi mente se llenaba más y más de dudas.
En ese momento, quería rendirme. Quería desaparecer. No sabía qué hacer. El peso de todo era demasiado, y lo odiaba. Odiaba tener que pensar en cada decisión, en cada movimiento. Odiaba estar atrapado entre dos mundos.
Pasó el resto del día sin palabras entre nosotros. Ninguno de los dos habló. Ninguno sabía qué decir.
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No diré nada solo, gracias por leer
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the sons of an angel
Fanfiction-Eres... su hijo?-Pregunto con un tono de voz preocupados