Kuroo avanzaba con determinación en medio del campo de batalla, su mente fija en una sola cosa: proteger a Kenma, cueste lo que cueste. El cielo estaba cubierto por nubes oscuras que reflejaban la furia que estaba a punto de desatarse. A lo lejos, entre el humo y la bruma, la figura de su padre se erguía imponente, rodeado de sus seguidores, quienes miraban con odio y desprecio al hijo que se había atrevido a desafiarlo.
Sabía que este enfrentamiento era inevitable desde el momento en que decidió salvar a Kenma y romper los lazos que lo unían a la voluntad de su padre. Pero ahora, al estar frente a él, sentía un nuevo peso sobre sus hombros: el sacrificio de su madre, su último suspiro, le daba una fuerza que nunca había experimentado antes.
—Así que finalmente has venido a enfrentarte a mí, hijo mío —dijo su padre, su voz resonando como un trueno—. ¿Estás dispuesto a abandonarlo todo por un simple mortal?
Kuroo no respondió de inmediato. Respiró hondo, sintiendo cómo el poder que su madre le había legado fluía por sus venas, como si su esencia aún estuviera con él. Miró a su padre con frialdad, sabiendo que cualquier palabra sería insuficiente para explicar el vínculo que compartía con Kenma, ese sentimiento de lealtad y amor que había crecido en él con cada sacrificio, con cada paso dado juntos.
—No es un simple mortal —respondió finalmente—. Es mi amigo, y es alguien por quien vale la pena luchar.
Su padre soltó una risa amarga, como si las palabras de Kuroo le parecieran ridículas. —¿Un amigo? —se burló—. La amistad es para los débiles. En este mundo solo importa el poder, y hoy aprenderás esa lección… aunque sea la última que recibas.
Con un movimiento de su mano, su padre desató una tormenta de energía oscura, una fuerza tan poderosa que el suelo tembló bajo sus pies. Kuroo levantó los brazos para protegerse, sintiendo el impacto como si fuera un golpe físico, pero logró mantenerse firme. No podía permitirse vacilar, no ahora.
Kenma, quien observaba desde la distancia, quiso avanzar para ayudarlo, pero sabía que no estaba en condiciones de luchar. Había sido testigo de la fuerza devastadora de su enemigo y comprendía que Kuroo estaba enfrentando una batalla mucho mayor que la física; era una lucha por su propia libertad, por el derecho de elegir quién quería ser.
Kuroo apretó los dientes, concentrando toda su energía en un contraataque. Visualizó a su madre, su último suspiro, su sacrificio, y dejó que su recuerdo le diera la fuerza que necesitaba. Alzó sus manos, liberando una ráfaga de energía que chocó con el ataque de su padre, desatando una explosión de luz y sombras que cubrió el campo de batalla.
La batalla se intensificó. Cada golpe, cada impacto, resonaba como el eco de decisiones y sacrificios pasados. Kuroo sentía que su fuerza se agotaba, pero no podía rendirse. La imagen de Kenma y el recuerdo de su madre lo sostenían, como anclas que lo mantenían en pie.
—¿Es esto todo lo que tienes, Kuroo? —gritó su padre, lanzando un nuevo ataque que casi lo derribó—. Siempre has sido débil, un hijo que nunca estuvo a la altura de mis expectativas.
Esas palabras, que alguna vez lo habían herido, ahora le parecían insignificantes. Su padre no podía entenderlo, no podía comprender la fortaleza que surgía de proteger a quienes amaba, de honrar los sacrificios de quienes creían en él.
Kuroo sonrió débilmente y respondió: —No necesito estar a la altura de tus expectativas. Hoy, lucho para honrar la memoria de alguien que me amó por quien soy, no por lo que tú querías que fuera.
Con esas palabras, sintió una nueva oleada de energía, como si su madre le diera su bendición desde algún lugar. Respiró hondo y canalizó esa fuerza en un último ataque. Era un riesgo, y lo sabía, pero también sabía que no tendría otra oportunidad. Con un grito de determinación, lanzó su energía hacia su padre, quien apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que el impacto lo alcanzara de lleno.
La explosión que siguió fue ensordecedora. Durante un momento, el campo de batalla quedó sumido en silencio absoluto, y luego, lentamente, el polvo comenzó a asentarse. Kuroo cayó de rodillas, agotado, y respiró con dificultad, pero alzó la mirada y vio que su padre estaba derrotado. No se movía, y su figura, antes imponente, ahora parecía pequeña y desvanecida.
Kenma corrió hacia él, tropezando con el terreno accidentado, y cayó a su lado, sosteniéndolo entre sus brazos. —Kuroo… lo lograste.
Kuroo sonrió débilmente, sintiendo una paz que nunca había experimentado. Todo había valido la pena. Su madre, el sacrificio, cada paso de ese doloroso camino los había llevado a este momento. Se apoyó en Kenma, dejándose sostener por el que había sido su razón para luchar.
—Prometí que te protegería —murmuró, apenas un susurro—. Y lo he cumplido.
Kenma, con los ojos llenos de lágrimas, asintió y lo abrazó con fuerza. —Gracias, Kuroo. Nunca olvidaré lo que hiciste por mí… lo que hiciste por nosotros.
Ambos se quedaron así, en medio de las ruinas de la batalla, sosteniéndose mutuamente mientras el amanecer se alzaba en el horizonte. Habían perdido mucho, y el dolor aún estaba fresco, pero sabían que, juntos, podían enfrentar lo que viniera.
Y en el silencio, en ese primer rayo de luz, Kuroo pudo sentir la presencia de su madre, como un susurro en el viento, un recordatorio de que su sacrificio había dado fruto. Cerró los ojos, y por primera vez en mucho tiempo, sintió paz.
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the sons of an angel
Fanfiction-Eres... su hijo?-Pregunto con un tono de voz preocupados