Catalina
La luz del sol apenas comenzaba a colarse por las grietas de las tablas en las ventanas cuando desperté, sintiendo todavía los latidos acelerados y el pánico de ayer. Me quedé mirando el techo, sin saber si de verdad había pasado todo o si había sido una pesadilla. Pero entonces recordé a mamá, y el dolor volvió, como una ola golpeando sin piedad.
Oí pasos afuera de mi cuarto. Era papá. Se detuvo frente a la puerta y golpeó suavemente.
—Catalina... —su voz era suave, quebrada—, ¿puedo entrar?
Asentí, aunque sabía que no podía verme. Entró y se sentó al borde de la cama. Tenía el rostro cansado, las arrugas en su frente se habían profundizado en cuestión de horas, y sus ojos se veían perdidos.
—Hoy vamos a prepararnos para salir —dijo, impidiendo mirarme directamente—. No podemos quedarnos aquí por mucho tiempo. Estas criaturas... van a seguir propagándose.
Mi mente giraba, confundida. El hogar que siempre había sido nuestro refugio ahora se sentía como una trampa. No podía entender cómo algo tan cotidiano y seguro se había transformado en una prisión.
—A dónde vamos a ir? —pregunté, buscando alguna certeza, algo que me haría sentir un poco de paz.
Papá suspir y bajó la mirada.
—Aún no lo sé, Catalina. Escuchó que algunas personas han logrado refugiarse en las montañas. Quizás allá... haya más seguridad.
Nos quedamos en silencio, intentando procesar la idea de dejarlo todo. Este lugar contenía todos nuestros recuerdos, incluso los más pequeños y triviales, y ahora teníamos que abandonarlo.
Pasamos las siguientes horas empacando lo esencial: comida, agua, algunas mantas, y todo lo que pudiera ayudarnos a sobrevivir. Papá encontró una vieja radio de emergencia, pequeña pero funcional. Si aún había estaciones de radio operando, tal vez podríamos obtener información de lo que estaba ocurriendo afuera.
—Recuerda, cariño —dijo mientras terminaba de revisar su pistola—, siempre hay que estar alerta. No sabemos cuántos... o qué otros peligros enfrentaremos allá afuera.
Asentí y me colgué una mochila con los suministros básicos. Con la casa empacada en nuestras mochilas, miré una última vez nuestro hogar, sintiendo cómo cada paso que me daba arrancaba un pedazo de corazón.
Salimos al amanecer. Las calles estaban irreconocibles, desiertas y en silencio, pero ese silencio se sentía antinatural, como si algo oscuro acechara entre las sombras. Solo se oía el crujir de nuestros pasos y, a lo lejos, el eco de algún grito aislado o el sonido de vidrios rotos.
Papá me hizo un gesto de silencio cuando vio una figura tambaleante al final de la calle. Ambos nos pegamos a una pared, observando en silencio. Era uno de ellos. Su cuerpo estaba cubierto de sangre y su piel tenía un tono enfermizo, casi gris. Miraba al suelo, sus movimientos eran torpes y lentos, pero sabíamos que en cualquier momento podría volverse agresivo.
Papá me presionó el hombro y susurró:
—Cuando te diga, corremos. No te detengas, pase lo que pase.
Asentí, aunque el miedo me encogía el estómago. Me aferré a su mano, sentí que perderlo sería lo peor que podría pasarme en este mundo. Con una señal, echamos a correr por la calle, evitando cualquier movimiento brusco. Podía sentir los latidos de mi corazón retumbando en mis oídos, y cada sombra parecía ocultar una amenaza.
Finalmente, llegamos a una pequeña gasolina en ruinas, y nos detuvimos a descansar. Me dejé caer al suelo, exhausta, mientras papá revisaba los alrededores. Encontramos una botella de agua y algunos alimentos enlatados que guardamos para más adelante. Entonces, mientras descansábamos, la radio en el bolsillo de papá emitía un sonido bajo, como si intentara captar una señal.
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Polos opuestos
Novela JuvenilEn un mundo apocalíptico donde el cielo se tiñe de rojo cada noche, dos desconocidos, Catalina, una chica de espíritu optimista que nunca ha salido de su refugio, y Logan, un chico marcado por las pérdidas y acostumbrado a luchar solo, se encuentran...