Confusiones

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Catalina

El aire del desierto era más fresco por la noche, pero el cansancio hacía que todo pareciera aún más pesado. Después de caminar durante horas bajo el sol abrasador, finalmente encontramos un pequeño refugio: una vieja cabaña de madera destartalada, probablemente olvidada por el tiempo. No era grande ni particularmente cómoda, pero era un respiro bienvenido en medio de la nada. Las paredes aún estaban de pie, y aunque el techo tenía grietas, nos protegería del frío de la noche.

Mientras entrábamos, me dejé caer en el rincón más cercano, soltando un suspiro de alivio. Alex inspeccionaba el lugar con cautela, asegurándose de que no hubiera sorpresas desagradables. Logan, por su parte, parecía más callado que de costumbre. Había estado así todo el día, y aunque no quería admitirlo, su actitud empezaba a molestarme.

—Todo limpio —anunció Alex finalmente, sacudiéndose el polvo de las manos. Luego me lanzó una sonrisa despreocupada, como siempre—. Al menos podremos dormir sin preocuparnos por criaturas.

—Gracias a Dios —respondí, aunque mi mente seguía dividida. No podía dejar de mirar de reojo a Logan, quien estaba de pie junto a una de las ventanas rotas, mirando hacia el horizonte. Su figura estaba bañada por los últimos rayos de sol que se filtraban a través de las grietas, y había algo en su postura que me inquietaba.

No era la primera vez que lo veía actuar así, pero esta vez parecía diferente. Había algo más pesado en su silencio, como si estuviera cargando con un peso que no quería compartir. Tomé un trago de agua de mi cantimplora, tratando de ignorarlo, pero mi paciencia se agotaba rápido.

—¿Te pasa algo? —pregunté al final, incapaz de contenerme. Mi voz sonó más brusca de lo que pretendía, pero no me importó.

Logan no se giró. Apenas si hizo un movimiento con la cabeza, como si estuviera considerando si responderme o no. Finalmente, habló, pero su tono fue cortante.

—Estoy bien.

Eso fue todo. Solo esas dos palabras, dichas con una frialdad que me hizo sentir invisible. Apreté los dientes, sintiendo cómo la irritación crecía en mi pecho.

—No parece que estés bien —insistí, poniéndome de pie. Mis piernas estaban agotadas, pero el impulso de enfrentarlo era más fuerte que cualquier cansancio—. Has estado raro todo el día, Logan. Si algo te pasa, dilo. No somos adivinos.

Finalmente, se giró para mirarme, sus ojos oscuros reflejando una mezcla de molestia y cansancio.

—No necesito hablar de nada, Catalina. Estoy cansado, igual que tú. Déjalo así.

—Siempre haces lo mismo —solté, cruzándome de brazos. Sabía que estaba empujando sus límites, pero no podía detenerme—. Te guardas todo como si fuera un maldito secreto, como si nosotros no importáramos.

—No es eso —respondió él, su voz un poco más alta esta vez. Alex, que estaba sentado en el suelo, levantó la cabeza, mirando entre nosotros con cierta incomodidad.

—¿Entonces qué es? —repliqué, dando un paso hacia él. Mi frustración ya no tenía límites—. ¿Por qué no puedes simplemente hablar? Somos un equipo, Logan. Si hay algo que te está molestando, deberías compartirlo.

—¡Porque no todo se trata de ti, Catalina! —explotó de repente, su voz llenando la pequeña cabaña. Sus palabras me golpearon como un balde de agua fría, y por un segundo, no supe cómo responder.

El silencio que siguió fue incómodo, pesado. Logan cerró los ojos y suspiró, como si estuviera tratando de calmarse. Finalmente, murmuró algo que apenas pude escuchar.

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