Cosas extrañas

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La noche pasó lenta. Aunque el refugio parecía seguro, mi mente no dejaba de dar vueltas al extraño encuentro con el capitán y al misterioso comportamiento de la base. Cuando el amanecer iluminó nuestra habitación, me levanté con una extraña sensación en el pecho.

Nos dirigimos al comedor, donde nos sirvieron un desayuno sencillo: pan con mantequilla, huevos revueltos y algo de café aguado. Nos sentamos juntos en una de las mesas más apartadas, pero no pudimos evitar notar cómo los demás refugiados nos miraban de reojo. Era incómodo, como si fuéramos bichos raros en un zoológico.

"¿Por qué nos miran tanto?" preguntó Alex, rompiendo el silencio.

"Quizás porque somos los nuevos," respondí, aunque no estaba tan segura de ello. La intensidad de las miradas era más que simple curiosidad.

Mientras desayunábamos, nos reímos un poco de chistes tontos que Alex hacía para aligerar el ambiente. Seyran y sus padres parecían agradecidos por la distracción. Pero todo eso se desvaneció cuando el capitán entró al comedor y anunció en voz alta que todos los nuevos debían pasar por la enfermería para una revisión.

Tras el desayuno, nos llevaron en grupos pequeños. En la enfermería, nos entregaron un frasco con un líquido espeso que tenía un sabor amargo y metálico. Según los médicos, contenía todas las vitaminas y nutrientes que necesitábamos para adaptarnos al nuevo entorno. A los adultos se nos dio la misma dosis, pero a Maria y Marc les entregaron algo diferente.

"¿Por qué ellos toman algo distinto?" pregunté, pero el médico simplemente me sonrió y dijo: "Sus necesidades son específicas." Decidí no insistir, aunque algo no encajaba.

Tras beber el líquido bajo la supervisión del personal, nos dejaron regresar a nuestras habitaciones. El sabor amargo se quedó en mi boca, y el malestar en mi estómago no ayudaba. Pasé un rato tumbada en la cama, mirando el techo, mientras Alex y Logan hablaban en voz baja sobre lo que había ocurrido en la enfermería.

Antes de que pudiera sumirme en mis pensamientos, una voz por megafonía nos interrumpió: "Todos los recién llegados, por favor, diríjanse al Salón Principal. Es hora de asignarles sus tareas."

Suspiré. Sabía que esto era inevitable; en un lugar como este, nadie podía darse el lujo de no colaborar. Nos reunimos con los demás refugiados en una amplia sala donde un grupo de supervisores explicaba las diferentes tareas: limpieza, cocina, reparación de equipos y patrullaje. A Logan y a Alex les asignaron patrullas, mientras que a mí me colocaron en la cocina junto con Maria. Marc quedó en mantenimiento.

Aunque las tareas parecían normales, algo seguía inquietándome. La manera en que los supervisores nos observaban, como si evaluaran cada uno de nuestros movimientos, me ponía los nervios de punta.

Esa noche, después de cumplir con nuestras nuevas responsabilidades, Logan se acercó a mí con un aire misterioso.

"Catalina, tenemos que hablar," dijo en un susurro.

"¿Qué ocurre?"

"Un chico del grupo de patrullaje nos contó sobre una habitación cerrada con candado en la sección restringida. Nos dijo que sería interesante echar un vistazo, y... bueno, accedimos a la idea. Con un poco de maña, logramos abrirla."

Mis ojos se abrieron de par en par. "¿Qué encontraron?"

Logan parecía incómodo. Miró alrededor para asegurarse de que nadie escuchaba antes de continuar.

"Era una especie de laboratorio. Había frascos con órganos humanos conservados en líquido. Corazones, pulmones... cosas que no quiero volver a ver. También había documentos sobre experimentos con humanos, algo llamado Proyecto Zenith."

Polos opuestosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora