Desierto

11 1 0
                                    

Logan

El sol estaba bajo en el horizonte, dejando el desierto envuelto en una calidez que ya no era reconfortante. Al contrario, sentía que cada paso sobre la arena ardiente me quemaba las suelas de las botas. Miré hacia adelante, pero mis pensamientos no dejaban de ir hacia Catalina y Alex.

Había algo en su cercanía que me molestaba más de lo que podía soportar. Cada vez que Alex le pasaba algo o se inclinaba hacia ella para hablarle, sentía un nudo en el estómago, como si un fuego invisible empezara a arder dentro de mí. No quería pensar en ello, pero la verdad era que no podía dejar de notar cómo se entendían, cómo compartían risas y gestos que yo no conocía, como si sus días de supervivencia juntos hubieran dejado una huella profunda entre ellos. ¿Era celos? No quería admitirlo, pero había algo ahí que no me gustaba. Algo que, aunque intentaba ignorar, me estaba comiendo por dentro.

Catalina caminaba a un lado de Alex, su voz baja y tranquila mientras conversaban sobre algo que no pude oír, y sentí cómo el aire se me hacía denso, pesado. Miré a los dos, intercambiando miradas y sonrisas, y por alguna razón, cada vez que sus ojos se encontraban, un remolino de emociones me arrastraba, y mi mente trataba de racionalizar el caos que estaba comenzando a desbordarse en mi pecho. Era solo el desierto, era solo el agotamiento, me decía a mí mismo, pero sabía que era algo más. Algo que no quería ni sabía cómo manejar. Y lo peor de todo era que Catalina ni siquiera parecía darse cuenta de lo que me estaba pasando.

—Logan —me llamó Catalina, y me sobresalté, saliendo de mis pensamientos y volviendo al mundo real—. ¿Todo bien?

Asentí sin decir nada, solo observándola un instante. Había algo en sus ojos, una inquietud que me hizo sentir como si me estuviera observando con más detalle de lo habitual, como si de alguna forma hubiera detectado la tensión en mi interior.

—Sí, todo bien —respondí, tratando de sonar normal, pero algo en mi voz la hizo fruncir el ceño, aunque no insistió más.

El silencio que siguió me pareció eterno. Caminábamos en fila, la única compañía que teníamos era el viento cálido que levantaba la arena y nos golpeaba en la cara. La idea de estar avanzando hacia las montañas, de tener aún un largo trecho por recorrer, no hacía más que intensificar la sensación de pesadez en mis hombros.

De repente, Alex levantó la mano, señalando hacia el horizonte.

—Algo se mueve —dijo, su tono alertado.

Instintivamente, Catalina y yo nos detuvimos, mirando en la dirección que Alex indicaba. En la distancia, algo comenzaba a emerger de las sombras del desierto. Un grupo de criaturas, infectadas y desfiguradas por la plaga, arrastrándose con movimientos espasmódicos y erráticos. La visión de esos monstruos siempre lograba erizarme la piel. No era solo el hecho de que eran peligrosos, sino que, en su desesperación por alimentarse, carecían completamente de la humanidad que alguna vez tuvieron.

—No vamos a poder evitarlos —dije, mirando a Alex, quien asintió con firmeza.

Nos preparamos, cada uno sacando su arma, la tensión en el aire palpable. El sonido de nuestros pasos cesó mientras observábamos el avance de las criaturas, que no parecían haberse dado cuenta de nuestra presencia todavía. Pero sabíamos que no duraríamos mucho sin ser detectados.

—Formemos un círculo, manténganse cerca —dije, intentando mantener la calma. No quería que ninguno de los dos se pusiera en peligro por mi culpa, aunque sabía que estábamos todos en la misma situación.

Las criaturas seguían avanzando, y mientras me aseguraba de que todos tuviéramos una visión clara del entorno, sentí cómo mi respiración se volvía más pesada. Sabía que no íbamos a salir ilesos de esto, pero lo peor era que había algo en mi interior que no podía controlar. Mi mente seguía trabajando en esa tensión creciente entre Catalina y Alex, y al mismo tiempo, la amenaza de los infectados se acercaba. Era una combinación peligrosa.

Polos opuestosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora