El Susurro en la Noche

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En un pequeño pueblo rodeado de bosques oscuros y misteriosos, había una antigua mansión conocida como la Casa del Eco. Los aldeanos hablaban en susurros sobre lo que sucedía allí, especialmente al caer la noche. Decían que, si uno se atrevía a entrar, podría escuchar voces del pasado y ver sombras que danzaban en la oscuridad.

Una noche, un grupo de amigos decidió desafiar las leyendas. Entre ellos estaba Clara, una joven intrépida que siempre había sentido una extraña atracción hacia lo desconocido. Convencidos de que los cuentos eran solo eso, cuentos, se armaron de linternas y se dirigieron a la mansión.

Al cruzar la verja chirriante, una brisa helada les dio la bienvenida, como si la casa estuviera viva. La puerta principal se abrió con un crujido que resonó en el silencio, y entraron en un vestíbulo cubierto de polvo y telarañas. Las paredes estaban adornadas con retratos de personas con miradas tristes, cuyos ojos parecían seguirlos mientras avanzaban. Con cada paso, el ambiente se tornaba más pesado. Clara sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero lo ignoró. Sus amigos bromeaban para aliviar la tensión, aunque sus risas sonaban nerviosas. Decidieron explorar la planta superior, donde se decía que ocurrían las experiencias más extrañas.

Subieron la escalera de madera, que crujía bajo su peso. Al llegar al pasillo, encontraron varias puertas cerradas. Clara empujó la primera que encontró, y se abrió con un chirrido siniestro. La habitación estaba vacía, pero había un viejo espejo cubierto de polvo. Clara se acercó y, al limpiarlo con la mano, vio no solo su reflejo, sino una figura detrás de ella. Se dio la vuelta, pero no había nadie.

-¡Solo es tu imaginación!

Dijo uno de sus amigos, pero Clara no estaba convencida. El aire se sentía denso, casi eléctrico, y un susurro apenas audible flotaba en el ambiente...

-Ayúdanos...

Sus amigos comenzaron a sentirse incómodos, pero Clara estaba decidida a seguir adelante. Entraron en otra habitación, esta vez un estudio. Había libros antiguos y un escritorio cubierto de hojas amarillentas. Mientras hojeaban los libros, Clara encontró un diario desgastado. Las páginas estaban llenas de escritos sobre rituales oscuros y voces que llamaban a quien se atreviera a invocarlas.

Justo cuando estaba a punto de leer en voz alta un pasaje que decía.

-Quien escuche el eco de su voz, jamás encontrará el camino de regreso

Una risa estruendosa resonó en el pasillo. Sus amigos se sobresaltaron y comenzaron a entrar en pánico.

Decidieron salir, pero la puerta que habían usado para entrar estaba cerrada. Comenzaron a empujarla, pero no se movía. Clara, en medio del caos, recordó el diario. ¿Podría haber alguna conexión entre las voces y su situación actual? Sin pensar, comenzó a leer un conjuro que había encontrado, mientras sus amigos la miraban horrorizados.

-¡Clara, no lo hagas!

Gritó uno de ellos, pero era demasiado tarde. Al terminar de leer, el aire en la habitación se volvió gélido. Las luces de las linternas comenzaron a parpadear, y una sombra oscura emergió del rincón más alejado, tomando forma de una figura espectral. La figura era de una mujer con ojos vacíos y una sonrisa siniestra.

-Has llamado a los que no deben ser llamados

susurró, y la risa se convirtió en un grito desgarrador. Clara, paralizada por el terror, sintió que la casa empezaba a temblar. Sus amigos, en su desesperación, comenzaron a gritar, tratando de abrir la puerta. Pero algo los sujetó, una fuerza invisible que los mantenía prisioneros en la mansión. La figura se acercó más y más, y Clara comprendió que no había vuelta atrás.

-¿Por qué has venido?

Preguntó la figura con una voz que resonaba en sus mentes.

-Los que entran aquí nunca regresan. Sus almas son parte de la casa ahora.

Clara intentó encontrar las palabras para disculparse, para explicar que solo eran jóvenes buscando aventuras, pero no pudo. La figura levantó su mano, y en un instante, los amigos de Clara se desvanecieron en la penumbra, uno a uno, atrapados por los ecos de la mansión.

A medida que la figura se acercaba, Clara sintió un vacío abrumador. Gritó, pero su voz se perdió en el aire frío. La última cosa que vio antes de que la oscuridad la consumiera fue el espejo, donde su reflejo se desvanecía, dejando solo una imagen de la mansión y sus susurros eternos.

Desde aquella noche, la Casa del Eco quedó en silencio, pero los aldeanos aún dicen que, al caer la noche, se pueden escuchar risas lejanas y un eco persistente que llama a quienes se atreven a acercarse. Y en el espejo de la mansión, un nuevo rostro se asoma, buscando una forma de regresar a casa.


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