9- Incidente

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Narrador

Las miradas frías de los altos mandos de la academia, severas como estatuas, no se despegaban de Kagome, sus voces rasgaban el silencio con una serenidad inquietante.

—Gojo, Kagome —uno de los ancianos rompió el silencio—. Hemos recibido informes sobre ti, y queremos ponerte a prueba.

Kagome, confundida, frunció el ceño.

—¿Prueba? Ya me enfrenté a una misión, ¿eso no fue suficiente? —preguntó, sin ocultar su incredulidad.

Uno de los ancianos la interrumpió, apenas conteniendo una sonrisa despectiva.

—Lo que enfrentaste no fue más que un juego para principiantes. Esto es diferente —dijo, su voz era afilada y seca, como si cada palabra le perteneciera solo a él—. Te diriges a una aldea infestada de maldiciones de nivel uno y superior. Tu única asistencia será un “cuidador” que avisará si te sobrepasan, y si sobrevives, podrías merecer un lugar aquí.

La noticia cayó sobre Kagome como un peso insoportable. Las palabras de los ancianos se envolvían en una indiferencia que la hacía sentirse invisible, solo una pieza en su tablero.

—Es una misión suicida, si algo sale mal… No habrá tiempo para que nadie venga en mi ayuda. —su voz intentaba ser firme, pero era evidente su temor.

Los ancianos no parecieron inmutarse, una chispa de satisfacción brilló en uno de ellos.

—Si mueres, será la prueba de que aquello que te hace "especial" es solo un espejismo —dijo, y Kagome, temblorosa, sintió que su último fragmento de coraje se agrietaba.

Apretando los puños, finalmente aceptó, sin bajar la mirada, a pesar de que sentía cómo se desgarraba por dentro.

Satoru

Satoru cruzaba el campo, sus pasos ligeros, casi despreocupados, cuando la vio: Kagome. Ella caminaba con el rostro tenso, sus manos en puños apretados, con el peso de una misión que la sobrepasaba. Él la llamó, su voz amistosa.

—¡Kagome-chan! —saludó, sonriendo, pero al acercarse, notó la rigidez en su expresión.

—Satoru-sensei —respondió ella, esforzándose en mostrar una sonrisa, pero sus ojos traicionaban el miedo.

—Te ves más tensa de lo normal. ¿Adónde vas? —preguntó él, frunciendo el ceño con preocupación.

Kagome explicó la naturaleza de su misión, y las piezas comenzaron a encajar en la mente de Satoru. No era una simple misión; era un acto casi despreciable de crueldad por parte de los ancianos. Intentaban probar algo a expensas de su vida.

—¿Están locos? ¡Te enviaron directo a una trampa! —replicó Satoru, su tono ahora cargado de furia contenida, sus ojos, incluso detrás de su venda, emanaban un peligro latente.

Kagome asintió, aunque ambos sabían que la situación era más complicada de lo que aparentaba. En un último intento por tranquilizarla, Satoru le dio una sonrisa alentadora, pero en su pecho sentía un presentimiento oscuro.

Narrador

Las calles del pueblo estaban en silencio, pero Kagome sentía el peso en el aire. Su respiración se volvió densa, cada paso parecía arrastrarla más al borde de la desesperación. No quería morir. Su mente gritaba que diera la vuelta y huyera, pero sus piernas se movían hacia adelante casi por inercia. Estaba atrapada, rodeada por presencias oscuras y aplastantes.

De pronto, maldiciones de nivel uno surgieron de las sombras, sus figuras difusas y retorcidas acechando desde todas direcciones. Kagome activó su energía reiki, aferrándose a la esperanza de replicar el poder de su primera batalla. Pero antes de que pudiera hacer nada, una de las maldiciones avanzó con brutal rapidez y la golpeó en la pierna, destrozándosela en un solo impacto. Cayó al suelo, jadeando de dolor.

—¿Lo sientes? —murmuró, luchando por hablar, mientras las lágrimas le nublaban la vista.

La maldición sonrió con una mueca distorsionada y, en un parpadeo, se abalanzó sobre ella. Su pie cayó con fuerza sobre su mano, anclándola al suelo, y lanzó una serie de patadas brutales contra sus costillas. Kagome gritaba y lloraba, cada golpe arrancaba un alarido de sus labios. Cuando al fin el monstruo levantó el pie, fue solo para propinarle otra patada, lanzándola a los pies de otra maldición que esperaba su turno.

Esta la agarró del cuello de su uniforme, levantándola en el aire como si fuera un juguete. Su rodilla se incrustó en su abdomen, y Kagome escupió sangre antes de ser arrojada al suelo con desprecio. Intentó apoyarse en sus brazos para levantarse, pero el dolor la paralizaba.

—Por favor… basta… —suplicó entre sollozos, con la voz rota.

Sin embargo, las maldiciones no mostraron piedad. El ataque continuó, golpes incesantes que cubrían cada rincón de su cuerpo, dejándola con hematomas y heridas abiertas. Sabía que no tenía oportunidad, no desde el primer segundo. Desde el suelo, intentó girarse hacia el lugar donde debería estar su "cuidador". Pero no había nadie.

—¿Esto es un juego? —gritó con lo poco que le quedaba de fuerza. Su cuerpo estaba tan destrozado que ni siquiera podía apoyar sus brazos, fracturados e inútiles. Las maldiciones seguían golpeando, y, en medio de la tormenta de dolor, Kagome sintió cómo perdía el control de sus dos energías.

—¡Basta, por favor! —sollozaba, temblando, mientras intentaba detener el flujo de poder que la desgarraba desde dentro—. Me duele… ¡No más!

Sus energías chocaban entre sí, una furiosa tormenta de fuerzas opuestas que se desbordaban dentro de ella. Sin fuerza para contenerlas, dejó que ambas se liberaran.

Sus energías que entrechocar en su interior, una tormenta de reiki y energía maldita que luchaba por escapar. Finalmente, en un estallido de desesperación, ambas energías colisionaron, explotando en un último y feroz grito de poder que devastó el pueblo en un parpadeo, dejando un cráter inmenso y a ella, llorando en medio de la destrucción, su cuerpo quebrado y su alma hecha pedazos.

Todo desapareció incluso aquello que parecía invencible para ella, ya no existía.
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Nanami llegó a la escena tras escuchar el informe del “cuidador” que la academia le había asignado. Miró a su alrededor con una mezcla de sorpresa y horror: el pueblo había sido arrasado. No quedaba más que una enorme hondonada en la tierra. Solo el tenue sonido de un llanto quebrado le indicó que alguien seguía con vida.

Saltó al fondo del cráter, guiado por los sollozos de Kagome. Al encontrarla, su aspecto le sacudió el alma. Allí estaba, una niña que apenas podía sostenerse, cubierta de polvo y sangre, y con sus ojos azules inundados de lágrimas y sufrimiento.

—Kagome… —su voz era baja, apenas contenía su ira—. ¿Qué te hicieron?

Antes de que pudiera decir algo más, ella colapsó, y él la sostuvo en sus brazos, su cuerpo pequeño, apenas un respiro en su abrazo. No dijo nada, pero sus manos temblaban mientras la llevaba de regreso al auto.

Mi Mundo- SATORU GOJO- KAGOME HIGURASHI  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora