10- Suplica

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Satoru

-¿Por qué mandaron a una niña a una misión suicida? -las palabras salieron de mí con una fuerza que no quise controlar. Frente a mí, los altos mandos no se movían. Su silencio decía más que mil explicaciones.

-Gojo Satoru -dijo uno de ellos, la voz como una piedra lanzada al agua, fría y calculada-. Este asunto no tiene nada que ver contigo. No eres su maestro ni lo serás. Hemos decidido ponerla bajo nuestra tutela.

-¿Bajo su tutela? -mi voz, aunque baja, era firme. No podía soportar cómo decidían el destino de alguien como si fuera una ficha de ajedrez-. ¿A qué están jugando? ¡Ella no es una experimento! Necesita entrenamiento, no misiones. Sobrevivió esta vez, sí, pero no fue más que suerte. ¿Han considerado que la próxima vez podría no haber un pueblo deshabitado y su falta de control podría costarle la vida a inocentes?

-Sabemos que hay riesgos, pero como dijimos, no estará bajo tu cuidado. Hemos asignado a Nanami Kento como su instructor. Él se encargará de ella, bajo la supervisión de uno de nosotros.

Mis palabras se ahogaron, pero algo en mi interior no dejaba de insistir. No lo entendían. No podían.

Kagome

-Ijichi, ¿qué ocurre? -le pregunté, con un toque de inquietud. Estaba parado frente a mí, con la mirada fija en el vacío, como si mis palabras no pudieran alcanzarlo.

-Señorita Gojo... -su voz, normalmente tan confiada, sonaba vacía-. Estaba pensando que tal vez es demasiado pronto para enviarla a misiones. Su estado no es el mejor y podría empeorar...

-¿Qué más da? -le interrumpí con una sonrisa amarga-. No me pasará nada. Lo que me pase no importa. Al final, soy solo una pieza de este juego, una ficha que pueden mover a su antojo. Ya me lo dijeron, me lo dejaron claro: si muero, es solo prueba de que no soy tan especial como todos piensan.

No esperaba respuesta, porque sabía que él también lo entendía. Solo era cuestión de tiempo hasta que se deshicieran de mí, igual que de cualquier otra herramienta.

Al continuar caminando, escuché su voz llamándome, y, como siempre, esa voz la reconocí al instante.

-Kagome.

Me giré con el corazón latiendo fuerte. No quería escuchar lo que me diría. No quería escucharlo tenia miedo de lo que diria

-Padre... -dije, la voz quebrada, como si cada palabra fuera una despedida que no quería aceptar-. ¿Qué te trae por aquí hoy?

Él me miró con esa cara que no decía nada, esa cara fría que me dolía más que mil gritos. No estaba preocupado por mí, nunca lo había estado.

-Escuché que tu rendimiento en las misiones es bajo. Que necesitas ser rescatada constantemente. ¿Eso es lo que aprendiste en el clan? ¿A llorar? -sus palabras no dolían, eran cuchillos que ya conocía demasiado bien. Su indiferencia era peor que cualquier reproche.

-Lo sé, padre -dije, sintiendo el peso de sus palabras aplastándome-. Tengo una misión ahora. Prometo que mejoraré. Lo haré.

Reverencié, sin una pizca de esperanza, y me alejé, aunque sabía que no podía huir de lo que estaba a punto de suceder. No podía cambiarlo.

Al llegar ante los altos mandos esa noche, la sala estaba vacía de humanidad. Sus miradas no eran de reproche, ni siquiera de preocupación. Eran de absoluta indiferencia, como si no importara quién estuviera allí, ni lo que sucediera después.

-Gojo Kagome -dijo uno de ellos con una calma casi insoportable, como si ya hubiera decidido todo-. Hemos analizado tu situación. Desde ahora, estarás bajo control directo del consejo.

Las palabras cayeron sobre mí como una losa. El aire se me escapó del pecho, y por un instante sentí que todo mi cuerpo se congelaba.

-¿Bajo su control? -pregunté, pero mi voz ya temblaba. Me costaba procesar lo que escuchaba. No estaba preparada para esto. No podía estarlo.

Un anciano dio un paso adelante, y sus ojos centelleaban con una crueldad casi satisfecha.

-Parece que no entiendes, niña. Tu padre ya dio su aprobación. Eres nuestra por decisión de él mismo.

El peso de sus palabras cayó sobre mí, quemándome por dentro. No... no podía ser verdad.

-¡No es posible! -grité, con el pecho oprimido, cada palabra era un intento desesperado por aferrarme a lo que creía-. ¡Padre me prometió que me llevaría de vuelta una vez que aprendiera a controlarme! Él nunca... nunca me dejaría en sus manos.

El anciano esbozó una sonrisa fría, como si mi incredulidad le divirtiera.

-¿De verdad lo crees? Tu padre vino aquí, sí... solo para darnos su consentimiento. Desde hoy, eres nuestra.

Retrocedí, tambaleándome, mientras el horror me invadía. Di la vuelta y huí de esa sala, sintiendo que el mundo se desmoronaba a cada paso que daba. Corrí por pasillos y puertas, el eco de mis propios pasos golpeándome los oídos. Finalmente, empujé el portón y salí, respirando el aire frío de la noche bajo un cielo cubierto de nubes oscuras.

Y allí estaba él. De espaldas, como si ni siquiera esperara verme. Mi padre.

Corrí hacia él, mis pies tropezando, mi alma hecha trizas. Me caí al suelo, el polvo invadiendo mi cuerpo, las lágrimas empañando mi visión.

-¡Padre! -grité, el dolor en mi voz ahogado por el llanto-. ¡Por favor, no me dejes! No estoy lista... no puedo hacerlo sola...

Me levanté, tropecé, pero no me detuve. Cada paso que daba hacia él era un grito de desesperación, un intento de recuperar lo que sabía que ya no tenía. Me lancé a su lado, tomándolo por el brazo, aferrándome a él con toda la fuerza que me quedaba.

-¡Por favor, no me dejes! -insistí, mi voz quebrada, suplicante, como si todo dependiera de esa última palabra. Mis manos temblaban, pero no podía soltarlo. No podía dejarlo ir. -¡No puedo hacer esto sola! ¡Te necesito, padre! ¡No me dejes en sus manos!

Mi corazón se desgarraba con cada palabra, con cada intento de detenerlo, de retenerlo. Mis ojos lo miraban con una súplica profunda. No queria ver la realidad sin el estaria perdida.

Pero él no se giró. No hubo un solo gesto, ni una palabra que me diera esperanza. Como si no me viera, como si no importara nada de lo que le decía. Permaneció inmóvil, su mirada fija en el horizonte, distante, fría.

-Kagome... -dijo al fin, su voz vacía de todo. No había compasión, ni arrepentimiento-. Es hora de que crezcas. Ya no puedes seguir a mi lado.

Cada palabra fue como una lanza atravesando mi pecho. Me quedé allí, temblando, sin entender qué estaba pasando, sin poder asimilar lo que se me escapaba de las manos.

-No... -susurré, mi cuerpo caído al suelo. Mis lágrimas caían en silencio, como si la lluvia hubiera comenzado a caer en mi interior. -Por favor... no... No puedo. No estoy lista.

Pero él no volteó. Solo caminó, cada paso alejándome más, y yo, en medio de mi desesperación, grité su nombre, una última vez.

-¡Padre!

Y el silencio fue mi respuesta. No hubo consuelo, no hubo vuelta atrás. Sólo el peso de la lluvia cayendo sobre mí, empapando mi alma, mientras el frío me envolvía. Y en ese instante, entendí que lo había perdido. Todo lo que había sido, todo lo que había creído, se desmoronaba.

Me quede ahi sola, en silencio ¿que haria?...

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⏰ Última actualización: 3 days ago ⏰

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Mi Mundo- SATORU GOJO- KAGOME HIGURASHI  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora