Capítulo décimo primero: El paso tiene algo que contar - Parte 1

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"No se vence a un monstruo matándolo, sino comprendiéndolo." - Anónimo

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Domingo, 27 de julio de 1980. 

La capa que llevaba apenas lo protegía del frío que se clavaba en sus huesos, un frío que se sentía como un puñal de hielo cortando la piel. El viento gélido, cargado con el aroma a tierra mojada y a humo de leña, azotaba la ciudad imperial con fuerza. Caminaba lo más rápido que podía, no quería llegar tarde. La persona que lo había citado fue muy clara: si llegaba tarde a su encuentro, no le contaría nada de lo que estaba pasando.

Y él necesitaba saber.

Solo habían pasado dos meses desde que lo habían obligado a desaparecer. Dos meses desde que sus amigos habían sido asesinados, dos meses en los que las pesadillas lo atormentaban, llenando sus noches de un silencio inquietante, interrumpido solo por el sonido de su propio corazón latiendo con fuerza.

"Mantente fuerte, mantente sereno, mantén la calma", pensó para sí mismo intentando concentrarse en lo que debía hacer.

Después de revisar el mapa que le enviaron adjunto a la carta que le habían hecho llegar, se dio cuenta que por fin, luego de perderse en un par de ocasiones en esas empedradas y sinuosas calles que parecían no tener fin, había podido dar con el lugar.

Una casona, estilo colonial, se alzaba sobre un prado amplio y rodeado de inmensos árboles. La reja metálica, fría al tacto y oxidada por el tiempo, protegía una construcción exquisita, compuesta por una planta baja que contaba con un porche de madera oscura y una puerta de roble macizo que crujía levemente con el viento. La segunda planta, con sus balcones adornados con hierro forjado, grandes ventanales que dejaban entrever la luz tenue del interior, y un ático que parecía un tanto descuidado a comparación del resto de la casa, se alzaba imponente con una mezcla de elegancia y abandono.

"El ejército tiene dinero para comprar este tipo de cuarteles, pero para proteger a la población de un monstruo no", pensó ligeramente hastiado por la innecesaria opulencia demostrada por su anfitrión.

Tocó el timbre, un sonido metálico y seco que resonó en el silencio de la tarde, y esperó, con una paciencia que poco a poco se le iba agotando; a que le hicieran pasar. En ese momento, un sonido extraño se escuchó desde el interior de la casa: un débil raspar, como si alguien arrastrara algo pesado por el suelo de madera. Teo frunció el ceño, ¿acaso había alguien más en la casa?

No tuvo que esperar mucho, una muchacha, vestida con ropa sencilla y el largo cabello negro sujeto en un moño, fue a abrirle la puerta. El aroma a lavanda y a jabón de hierbas la precedía, un contraste con el frío que lo envolvía.

—Bienvenido, señor Cubillas, al hogar del General Zapata —le recibió la muchacha con una pequeña reverencia.

—Gracias por recibirme, espero que la reunión sea lo más gratificante posible —agradeció sonriendo y haciendo una pequeña reverencia, sacando a relucir sus años pasados invitado en fiestas de ricos solo para conseguir patrocinadores.

—Oh, señor Cubillas. Guarde esos comentarios para el general, yo soy una simple sirvienta —la muchacha le sonrió, y lo guió hasta el atrio de la casa.

Teo no pudo evitar darse cuenta de lo hermosa que en realidad era la muchacha que lo había recibido, sus ojos oscuros brillaban con una luz intensa, sus labios finos dibujaban una sonrisa cálida, pero antes de que pudiera preguntarle su nombre, la joven había desaparecido de su vista.

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⏰ Última actualización: Nov 02 ⏰

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