El momento llegó como una ola poderosa, arrollándome con su fuerza, llevándome a un clímax que sentí hasta en lo más profundo de mi ser. Mi cuerpo, tenso y lleno de esa electricidad que solo él podía provocar, estalló en una explosión de sensaciones. Grité, un sonido visceral que surgió de lo más interno, como si todo lo que había acumulado durante tanto tiempo se liberara en un solo instante. Era un grito de éxtasis, pero también de dolor, como si la intensidad de la experiencia se mezclara con la lucha de mis emociones, dejándome sin aliento.Caí rendido sobre la cama, mis músculos temblando mientras la realidad se desvanecía lentamente a mi alrededor. Todo mi ser se sentía agotado, como si hubiera corrido una maratón solo para llegar a ese instante culminante. Mis pensamientos vagaban, confusos, mientras una niebla de satisfacción me envolvía.
Max, por su parte, se movía con una agilidad que lo hacía parecer aún más atractivo, como si todo a su alrededor se detuviera cuando él estaba presente. Se inclinó sobre mí y, con un gesto suave, besó mi hombro. Era un toque cálido que me dejó un rastro de cosquilleo, pero en ese momento, no podía ignorar la sensación de vacío que comenzaba a anidar en mi pecho.
Al levantarse, lo vi ponerse la ropa con movimientos rápidos, casi apurados. La realidad de su partida me golpeó de lleno.
—¿Te vas? —pregunté, mi voz un susurro entre la confusión que sentía.
—Sí, tengo un compromiso con Kelly —respondió, y sus palabras, aunque directas, resonaban en mi mente como un eco doloroso.
—¿Volverás? —mi corazón se apretó, y apreté la sábana contra mi piel, como si pudiera aferrarme a los restos de lo que habíamos compartido.
—Quizás —susurró, su voz apenas audible mientras se dirigía hacia la puerta, su figura desapareciendo de mi vista con una rapidez inquietante.
Una vez que se cerró la puerta detrás de él, el silencio llenó el espacio. Junté mis rodillas contra mi pecho, una acción instintiva, buscando alguna forma de consuelo. Era una sensación de vacío que me oprimía el pecho, una especie de soledad que se hacía más pesada en su ausencia.
Pasé la noche en vela, cada hora que pasaba se sentía como una eternidad. La expectativa de su regreso se convirtió en un peso abrumador, y cada sonido en la casa parecía intensificar mi ansiedad. Miraba el reloj, la aguja avanzando, como un cruel recordatorio de su ausencia. Había una parte de mí que sabía que debía seguir adelante, pero otra que se negaba a dejarlo ir. La noche se convirtió en un mar de pensamientos tormentosos, esperando que su figura apareciera nuevamente, aunque solo fuera por un momento, para calmar esa sensación inquietante que me consumía.
La luz de la mañana llegó sin compasión, y el nuevo día solo trajo consigo un eco de la soledad que había sentido tantas veces antes. La pregunta de si volvería a estar junto a él se convirtió en una cadena que me ataba a la cama, una prisión de incertidumbre. Mientras me quedaba allí, la sensación de vacío se hacía más profunda, y me di cuenta de que cada despedida traía consigo una herida que se abría un poco más, dejando un rastro de dolor en mi corazón.
Me metí en la ducha, el agua caliente cayendo sobre mi piel como una lluvia reconfortante que intentaba borrar el dolor de la noche anterior. Sabía que él no vendría, pero aún así, me aferraba a la esperanza de que quizás cambiaría de opinión. La soledad de mi habitación seguía resonando en mi mente, y al enjuagarme, dejé que el agua se llevara mis pensamientos tristes, aunque sabía que no era más que un alivio temporal.
Cuando terminé, me vestí rápidamente, eligiendo unos jeans desgastados y una camiseta gris que había visto mejores días. No me molesté en arreglarme demasiado; la sensación de vacío y decepción pesaba demasiado en mis hombros. Mis padres, como era habitual, no estaban en casa. Con un leve suspiro de resignación, tomé una manzana de la cocina y salí de la casa, el aire fresco de la mañana golpeando mi rostro mientras cerraba la puerta detrás de mí.
Al llegar a la universidad, lo vi. Max estaba apoyado en una de las motos, riendo junto a su grupo de amigos, su risa resonando como música en mis oídos. Pero cuando me vio, desvió la mirada, y mi corazón se hundió. Fingí que no lo conocía mientras pasaba a su lado, una mentira que me costaba aceptar. Había una barrera invisible entre nosotros, y aunque la sentía, nadie debía saber lo que realmente había entre él y yo.
Me dirigí directamente a la biblioteca, ignorando el murmullo de los otros estudiantes y el clamor de las clases que comenzaban. No me importaba llegar tarde; lo único que deseaba era verlo. La noche de espera me había dejado en un estado de ansiedad, y todo lo que quería era que él me hablara, que me mirara. Así que me senté en una de las mesas, mi corazón latiendo con fuerza mientras me esforzaba por no mirar el reloj.
Finalmente, él apareció, y su rostro iluminó la habitación.
—Hoy no te arreglaste —me dijo, asustándome con su comentario.
—No— murmuré, bajando la mirada a mis jeans desgastados y mi camiseta gris, sintiéndome aún más vulnerable.
—¿Por qué no fuiste a tus clases? —preguntó, su tono era inquisitivo.
—Quería verte —mi voz era un susurro, y cuando alcé la mirada, vi la sorpresa en sus ojos.
—Me viste ayer —se acercó a mí, y su proximidad me hizo sentir un torbellino de emociones.
—No llegaste en toda la noche —mi voz salió más molesta de lo que había querido, la frustración y el deseo mezclándose en mis palabras.
—¿Me esperaste? —preguntó, y asentí, sintiendo cómo mi piel se erizaba cuando tocó mi mejilla.
—¿Por qué no llegaste? —cuestioné, cerrando los ojos por un instante, deseando poder retener el momento, sintiendo su calidez sobre mi piel.
—Porque estaba ocupado —como siempre, evitaba mis preguntas, pero sus respuestas eran vagamente satisfactorias. —Pero no te preocupes, te lo recompensaré.
Con un movimiento rápido, me besó y me llevó hacia la bodega de la biblioteca, un lugar que había sido testigo de nuestra historia, de cada risa compartida y cada secreto revelado. Allí había sido donde todo había comenzado, donde me había hecho sentir como el mejor doncel del mundo.
—Tenemos clases—intenté detenerlo, mi voz llena de dudas.
—¿Te interesa más entrar a clases o que yo entré en ti? —tomó mi trasero, y su tono era juguetón pero exigente.
—Me interesas más tú—susurré, sintiendo el miedo a que se enojara, pero también una chispa de emoción en medio de la confusión.
En ese instante, las dudas se desvanecieron y me dejé llevar por la corriente de nuestra relación. Todo lo que había querido y temido se entrelazaba en aquel momento, donde la luz y la oscuridad se encontraban, haciendo que cada latido de mi corazón resonara con la promesa de lo que éramos y lo que podríamos llegar a ser.