Pasado

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La biblioteca estaba en completo silencio, solo se escuchaba el suave pasar de las páginas y el leve susurro de nuestras respiraciones entrelazadas. Me esforzaba en concentrarme en el libro de química que tenía delante, pero era prácticamente imposible con Max sentado justo a mi lado, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo a pesar de que entre nosotros solo quedaba un espacio pequeño, ocupado por nuestros cuadernos. Mi corazón latía con fuerza, una constante tamborileada en mi pecho que no lograba calmar. Cada vez que alzaba la vista, lo veía concentrado en sus apuntes, su perfil perfectamente delineado a la luz tenue de la lámpara, con sus cabellos dorados cayendo levemente sobre su frente y esos ojos azules recorriendo cada palabra con serenidad.

Para mí, tenerlo allí, a mi lado, era como un sueño. Max siempre había sido el chico perfecto: popular, inteligente, seguro de sí mismo, alguien que todos admiraban y querían cerca. Y aquí estaba, dedicándome su tiempo, compartiendo este espacio conmigo. Sabía que para él esto debía ser algo simple, un par de horas de estudio, pero para mí significaba muchísimo más. Tenerlo tan cerca, ver la suavidad de su sonrisa cuando me explicaba algo que yo no entendía, escuchar su risa baja y cálida cada vez que cometía algún error gracioso… Cada pequeño gesto suyo hacía que mi pecho se llenara de emociones que jamás había experimentado antes.

Estaba tan perdido en esos pensamientos que no me di cuenta de que Max me estaba observando. Cuando levanté la mirada, sus ojos azules estaban fijos en los míos, y su sonrisa era tan suave que me robó el aliento. Había algo en su mirada, algo que me hacía sentir que el mundo alrededor se desvanecía, que nada más importaba en ese momento excepto nosotros dos.

—¿Estás bien? —preguntó, su voz un susurro bajo, como si temiera romper la magia del instante.

Asentí, incapaz de encontrar palabras, y fue entonces cuando, sin previo aviso, Max se inclinó hacia mí. Todo pasó en un segundo, tan rápido que apenas tuve tiempo de reaccionar. Su mano se apoyó en mi mejilla, sus dedos cálidos y seguros, y en un movimiento suave, acortó la distancia entre nosotros. Antes de que pudiera procesarlo, sus labios se posaron sobre los míos en un beso ligero, suave, casi como una caricia.

Sentí que el mundo se detenía. Mi corazón latía tan rápido que temía que él pudiera escucharlo, y mis ojos se cerraron por instinto, dejándome llevar por la calidez de su boca contra la mía. No había sido un beso profundo ni largo, pero en ese breve instante, fue como si Max me hubiera hecho partícipe de su mundo, como si hubiera abierto una puerta secreta que me permitía experimentar todo lo que siempre había soñado. Sus labios eran cálidos y firmes, y el roce de su mano en mi mejilla me hacía sentir una paz que nunca había sentido antes.

Cuando Max se separó, mis ojos permanecieron cerrados por un segundo más, como si temiera que, al abrirlos, ese momento mágico se desvaneciera. Pero cuando finalmente lo hice, lo encontré sonriendo, su mirada fija en la mía, una expresión de ternura en sus ojos que hacía que mi pecho se sintiera pequeño, lleno de una calidez que nunca había sentido.

—Perdón, no pude resistirme —murmuró, su voz baja y cargada de algo que no lograba descifrar, pero que hacía que el suelo se sintiera menos firme bajo mis pies.

Lo miré, todavía aturdido, tratando de encontrar las palabras adecuadas, pero nada que pudiera decir parecía suficiente. Me sentía abrumado por la emoción, como si un torbellino de sentimientos nuevos y desconocidos estuviera despertando en mi interior. Nunca había imaginado que alguien pudiera hacerme sentir así, mucho menos alguien como Max, que parecía tan fuera de mi alcance, tan perfecto, tan... irreal.

—No… no tienes que disculparte —logré murmurar finalmente, con un leve tartamudeo que me traicionó, y él rió suavemente, inclinándose hacia mí de nuevo.

—¿Estás seguro? —preguntó en un susurro, su rostro tan cerca del mío que podía ver cada matiz de azul en sus ojos, y antes de darme tiempo a responder, volvió a besarme, esta vez un poco más seguro, con un poco más de intensidad.

Fue un beso que me hizo sentir que flotaba, que me hacía olvidar por completo dónde estábamos o si alguien podría vernos. Todo lo que existía en ese momento era él y yo, compartiendo algo tan simple y a la vez tan significativo. Sentía que todo mi ser se llenaba de alegría, de una sensación cálida que hacía que todo el dolor y la soledad de los últimos años desaparecieran.

Y aunque era solo un beso, para mí era mucho más. Era la promesa de algo especial, el inicio de algo que nunca pensé que podría vivir. Porque, en ese instante, Max no era solo el chico perfecto de la escuela; era alguien que me veía, que se preocupaba por mí, que había elegido compartir ese momento conmigo. Y mientras sus labios se separaban de los míos y me dedicaba una última sonrisa, supe que ese momento quedaría grabado en mi corazón para siempre.













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