Pasado

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El cielo estaba pintado con los cálidos tonos del atardecer, y el suave susurro del viento acariciaba nuestras pieles mientras permanecíamos recostados sobre una manta en medio del campo. La hierba crujía levemente bajo nuestro peso, pero nada podía distraernos del momento que compartíamos. Max estaba a mi lado, con los brazos cruzados detrás de su cabeza, mirando el cielo como si ahí pudiera ver nuestro futuro. 

Giré mi cuerpo hacia él, apoyando mi cabeza sobre mi mano, y lo observé en silencio por un momento. Su perfil, iluminado por los últimos rayos de sol, parecía sacado de una pintura. Sus labios curvados en una sonrisa tranquila, sus ojos entrecerrados como si soñara despierto... En ese instante, no había lugar para las dudas ni para los miedos. 

—Estas muy pensativo ¿En qué piensas? —le pregunté, rompiendo el silencio con suavidad. 

Max giró el rostro hacia mí, y su sonrisa se ensanchó. Ese gesto suyo siempre había tenido la capacidad de hacerme sentir amado, como si en su mundo solo existiera yo.

—En nosotros. En cómo será nuestra vida dentro de unos años. —Su voz era tranquila, pero tenía un dejo de emoción contenida—. ¿Quieres que te lo cuente? 

Asentí, incapaz de contener mi curiosidad. 

—Primero, imagino una casa —empezó, extendiendo una mano hacia el cielo como si trazara el diseño en el aire—. No será demasiado grande, pero tampoco pequeña. Algo acogedor, con un jardín para que puedas plantar todas las flores que quieras. 

Sonreí ante su descripción, imaginándome cuidando ese jardín mientras Max me observaba desde la ventana. 

—Tendremos un perro—continuó—. Uno grande, porque siempre me han gustado los perros grandes. Lo llamaríamos... ¿Thor? 

Reí suavemente, negando con la cabeza. 

—Thor es un nombre terrible. Tendremos que discutir eso. 

Max rió conmigo, y su risa fue como un eco del cielo, envolviéndome en su calidez. 

—Está bien, amor. Tú eliges el nombre, pero yo elijo la raza al igual que la de los gatos—Me guiñó un ojo antes de seguir—. También imagino que, en las noches, nos sentaremos juntos en el sofá, viendo películas mientras nos abrazamos. Nada demasiado complicado, solo tú y yo, construyendo una vida juntos. 

Sentí cómo mi corazón se apretaba de emoción. Su visión era tan sencilla, pero tan perfecta. 

—¿Y qué hay de ti? —preguntó, girándose hacia mí completamente—. ¿Cómo te imaginas nuestro futuro? 

Me quedé en silencio por un momento, buscando las palabras adecuadas para expresar lo que sentía.

—Me imagino... —empecé, mirando hacia el cielo por un segundo antes de volver a encontrarme con sus ojos—. Me imagino despertando cada mañana a tu lado, viendo tu cara antes de que el día siquiera empiece. Me imagino cocinando juntos, aunque seguramente me regañarás porque no sé seguir recetas. 

Max rió, y su risa me animó a continuar. 

—Me imagino a nosotros viajando, descubriendo lugares nuevos y creando recuerdos. Pero, sobre todo, me imagino siendo feliz. Porque contigo... no importa dónde esté o qué haga. Contigo siempre soy feliz. 

Max me miró con una intensidad que me dejó sin aliento. Se incorporó levemente y llevó una mano a mi rostro, acariciando mi mejilla con ternura. 

—¿Sabes algo, Sergio? —dijo, su voz apenas un susurro—. Eres todo lo que necesito para ser feliz. 

Su confesión me dejó sin palabras. Lo miré, sintiendo cómo una lágrima se escapaba de mis ojos, no por tristeza, sino por la abrumadora felicidad que sus palabras me provocaban.

—Yo también te necesito, Max. —Mi voz tembló ligeramente, pero cada palabra era sincera—. Eres mi todo. 

Max sonrió y se inclinó para besarme, un beso lento y lleno de promesas. Promesas de un futuro juntos, de noches tranquilas y días llenos de amor, de una vida donde siempre seríamos el uno para el otro. 

Después del beso, volvimos a recostarnos, nuestras manos entrelazadas sobre la manta. El silencio volvió a envolvernos, pero esta vez no era incómodo. Era un silencio lleno de complicidad, de sueños compartidos. 

En ese momento, Max no era solo mi novio. Era mi hogar, mi refugio, mi futuro. No podía imaginar mi vida sin él, y lo mejor de todo era que no tenía que hacerlo. Porque en su mirada, en su sonrisa, y en cada palabra que me decía, Max me demostraba que nuestro final feliz no era solo un sueño. Era una realidad que estábamos construyendo juntos.








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