Pasado

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Mi casa solía ser un campo de batalla. Las discusiones entre mis padres eran constantes, cada vez más intensas. Sus gritos llenaban las habitaciones, convirtiendo lo que debería haber sido un hogar en un lugar del que siempre quería escapar. Cuando las peleas comenzaban, yo buscaba cualquier excusa para salir, para alejarme de ese caos. Y siempre sabía a dónde ir. 

Max se había convertido en mi refugio, mi lugar seguro. Tocaba la puerta de su casa con los ojos hinchados de llorar, a veces todavía con el eco de los gritos de mis padres resonando en mis oídos. Él siempre abría, aunque fuera tarde, aunque estuviera ocupado o cansado. Nunca me preguntaba mucho al principio; simplemente me dejaba entrar y me ofrecía un lugar donde respirar. 

—Otra vez, ¿verdad? —decía suavemente, con un tono que no era de juicio, sino de comprensión. 

Asentía en silencio, incapaz de hablar, y él me guiaba al sofá o a su cama. Una vez ahí, me abrazaba. No decía nada, porque sabía que no había palabras que pudieran arreglar lo que yo sentía en esos momentos. Sus brazos eran cálidos, seguros, y el peso de su abrazo me hacía sentir menos solo. 

A veces, él encendía la televisión y ponía alguna película tonta para distraerme. Otras veces, simplemente nos quedábamos en silencio, con él acariciando mi cabello mientras yo me acurrucaba contra su pecho. Era como si el mundo entero se desvaneciera cuando estaba con él, como si los gritos y el dolor de mi casa no pudieran alcanzarme allí. 

—Estoy aquí, Checo —me susurraba, y su voz tenía un poder calmante que nada más en mi vida podía igualar. 

Hubo una noche en particular que aún está grabada en mi memoria. La pelea en casa había sido peor que nunca. Mi papá había golpeado la mesa tan fuerte que creí que iba a romperla, y mi mamá le había gritado cosas que nunca había escuchado salir de su boca. Yo había salido corriendo, sin siquiera agarrar un abrigo, y había terminado frente a la puerta de Max. 

Cuando abrió, no dijo nada. Simplemente me miró, tomó mi mano y me jaló dentro. Esa noche me dejó dormir en su cama. Me ofreció una camiseta suya porque la mía estaba empapada por la lluvia, y me dejó usar su almohada favorita. Cuando me tumbé, todavía temblando, él se acostó a mi lado y me abrazó por la espalda. 

—Te prometo que todo va a estar bien. —dijo en voz baja, como si realmente creyera que podía arreglar el desastre que era mi vida. 

Esa promesa, aunque sé que no podía cumplirla, me daba fuerzas. Él no podía detener las peleas ni cambiar mi realidad, pero podía ser mi refugio. Y lo era. Max siempre encontraba la manera de hacerme sentir que no estaba solo, que había alguien en este mundo que se preocupaba por mí. 

Con el tiempo, me di cuenta de que Max no solo era mi refugio, sino mi apoyo, mi constante. Cuando nadie más parecía ver el dolor que llevaba dentro, él lo notaba. Cuando me sentía invisible en mi propia casa, él me hacía sentir importante. 

Max era el lugar al que siempre podía correr, y por eso, en esos momentos, sentía que lo amaba más que a nadie en el mundo. No porque fuera perfecto, sino porque cuando todo lo demás en mi vida se desmoronaba, él siempre estaba ahí, sosteniéndome





  I believe you || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora