El reflejo del espejo parecía ajeno, como si no fuera yo quien mirara mi vientre ligeramente abultado. Mis manos temblaban mientras las deslizaba suavemente sobre la piel tensa, tratando de asimilar lo que desde hacía días venía sospechando. Las náuseas constantes, el cansancio inexplicable y esos pequeños cambios en mi cuerpo... Todo apuntaba a una posibilidad que me llenaba tanto de temor como de ilusión: ¿podría estar esperando un hijo?La idea se había metido en mi cabeza y no me dejaba en paz. Una amenaza, sí, pero también un milagro. Era un torbellino de emociones tan confuso que apenas podía pensar con claridad. Finalmente, después de mucho dudar, me convencí de que necesitaba una respuesta. Tomé mi chaqueta, tratando de calmar el temblor en mis manos, y salí al supermercado más cercano.
Cada paso hacia la sección de pruebas de embarazo me hacía sentir expuesto, como si todos supieran lo que estaba haciendo. Cuando al fin agarré una caja, mi corazón latía tan rápido que sentía que podría desplomarme en cualquier momento. Pagué rápidamente, evitando los ojos de la cajera, y regresé a casa con el test escondido en mi chaqueta.
El baño parecía el lugar más silencioso del mundo mientras esperaba el resultado. Me senté en el borde de la bañera, sosteniendo el pequeño dispositivo en las manos, sintiendo que el tiempo pasaba más lento de lo normal. Y entonces apareció. Dos líneas. Claras, firmes, innegables.
Una risa nerviosa escapó de mis labios. ¿Era esto felicidad? ¿Miedo? Quizás ambas cosas al mismo tiempo. Mis manos volvieron a mi vientre, esta vez con un toque de ternura. Un hijo. Un pequeño fruto de nosotros dos. De repente, todos los momentos difíciles con Max parecían insignificantes ante la idea de traer una vida al mundo.
Salí del baño con el corazón en la garganta, buscando a Max. Lo encontré en la sala, concentrado en su teléfono. Mis piernas estaban temblando, pero mi emoción me empujó hacia él.
—Max... —llamé su atención, mi voz apenas un susurro.
—¿Qué pasa? —preguntó sin apartar la mirada de su pantalla.
Le extendí el test de embarazo, esperando ansioso su reacción. Su mirada bajó al objeto en mi mano y, al principio, no dijo nada. Pero entonces su expresión cambió. Su rostro se tensó, sus cejas se fruncieron y una furia contenida comenzó a asomarse en sus ojos.
—¿Qué es esto? —preguntó, su tono cortante.
—Es... es nuestro bebé, Max. —Mi voz temblaba, pero traté de sonreír.
—¿Nuestro bebé? —soltó una risa amarga, poniéndose de pie de golpe—. ¿Cómo puedes estar tan seguro de que lo quiero?
El golpe de sus palabras fue como un puñetazo en el estómago. Mi sonrisa desapareció y retrocedí un paso.
—Pensé que... pensé que estarías feliz. —Mi voz se quebró, sintiendo las lágrimas acumularse en mis ojos.
—¡¿Feliz?! —gritó, lanzando el teléfono sobre la mesa con fuerza—. ¡Esto lo arruina todo, Sergio! No estamos listos para esto, ¡tú no estás listo para esto!
El volumen de su voz hizo que todo mi cuerpo temblara. Mis piernas apenas me sostenían, y el miedo comenzó a apoderarse de mí. Su furia era palpable, y cada palabra que decía parecía cargar con una violencia contenida que me aterrorizaba.
—Lo siento... —murmuré, con lágrimas corriendo por mis mejillas—. Yo no... no quería...
—¡Claro que no pensaste! Nunca lo haces. —Su voz cortó el aire como un cuchillo, y yo retrocedí instintivamente, como si esperara que en cualquier momento levantara la mano.