La mesa estaba impecable: platos perfectamente colocados, velas decorativas en el centro y la cena favorita de Max cuidadosamente preparada y servida. Había pasado la tarde organizando cada detalle, asegurándome de que todo fuera perfecto. Hoy era nuestro tercer aniversario, y aunque sabía que no solíamos hacer grandes celebraciones, me había llenado de emoción la idea de pasar la noche juntos, recordando todo lo que habíamos compartido. Después de tres años, todavía me sorprendía que Max estuviera conmigo, que eligiera estar a mi lado. Sabía que yo no era perfecto, pero él me hacía sentir que para él, eso no importaba.Los minutos pasaron y luego, las horas se extendieron en una espera silenciosa. Al principio, pensé que tal vez estaba atrapado en el trabajo o que se le había complicado algo en el camino. Me repetía a mí mismo que él tenía que tener una razón. Sin embargo, mi mirada no dejaba de dirigirse al reloj, y con cada cambio de aguja, mi ánimo se iba apagando. La esperanza con la que había empezado la noche se convertía en una ansiedad pesada, y después en tristeza.
Finalmente, el cansancio me venció. Me recosté en el sofá, sin energía ni para apagar las velas. Cerré los ojos intentando calmar mi mente, deseando que, al abrirlos, Max estuviera allí, explicándome por qué se había tardado tanto. Pero cuando desperté, era de día, y mi cuerpo estaba adolorido de dormir en esa posición incómoda. Me levanté lentamente, observando la mesa aún intacta, como una escena de lo que había sido una noche en solitario. Sin embargo, me negué a llorar. Sabía que Max tendría una razón, que me explicaría todo, y como siempre, yo le creería.
Fui a la cocina y, resignado, comencé a calentar la comida. No podía dejar que todo lo que había preparado se desperdiciara, así que decidí que serviría lo que había planeado como desayuno. Estaba a punto de poner la mesa cuando escuché la puerta abrirse. Al voltear, lo vi: Max, con la ropa arrugada y el rostro cansado, el olor a alcohol flotando en el aire.
Mi corazón se encogió, un nudo se formó en mi garganta. Sabía lo que eso significaba. En vez de venir a nuestro aniversario, había ido a una fiesta. Intenté no dejar que mi tristeza se mostrara, pero mis manos temblaban levemente al sacar un plato del estante.
Max se dejó caer en la silla de la cocina y lanzó una mirada a la mesa.
—¿Qué hay de desayunar? —preguntó, sin rastro de vergüenza ni disculpa en su tono, solo esperando que yo sirviera como siempre.
Tragué el nudo en mi garganta y forcé una sonrisa. —Tu comida favorita.
Comencé a servirle en silencio, pero la tensión era palpable. No podía ignorar el dolor que me asfixiaba, así que después de unos segundos, la voz me salió en un murmullo tembloroso.
—Max… ayer… fue nuestro aniversario.
El se encogió de hombros y soltó un suspiro, como si estuviera irritado por lo que le decía.
—¿En serio, Sergio? —respondió, y soltó una risa sarcástica—. No sé por qué haces tanto drama. Es solo una fecha. Todos los días estamos juntos, ¿no es así? ¿Por qué esto es tan importante para ti?
Sus palabras me atravesaron, y el dolor fue reemplazado rápidamente por una mezcla de enojo y desilusión. Me sentía tan pequeño, tan estúpido. Había pasado horas organizando esa cena para él, esperando con ilusión, solo para que él lo viera como una "exageración".
—No es solo una fecha, Max —le respondí, mi voz quebrada—. Era una forma de celebrar que hemos estado juntos, de recordarnos lo que significa nuestra relación. Pero parece que para ti no significa nada…
Mi voz se fue apagando, mis ojos llenándose de lágrimas. Max se quedó en silencio, mirándome con una expresión que no podía descifrar. Entonces, se acercó y tomó mi mano entre las suyas, su mirada fija en la mía con una intensidad que me dejó sin aliento.
—Sergio, cariño, por favor… —murmuró, su tono ahora suave y lleno de una especie de ternura que no veía desde hacía tiempo—. No digas eso. Tú sabes cuánto significas para mí. Si no vine fue porque… necesitaba distraerme, ya sabes cómo me pone el trabajo y la universidad. Esta relación es mi refugio, y si a veces hago cosas que no entiendes, no es porque no me importe… sino porque estoy lidiando con mi propia forma de querer proteger lo nuestro.
Su voz era como una melodía suave que me envolvía, sus palabras parecían tan sinceras. Lo miré y sentí que mi enojo se disolvía poco a poco, reemplazado por una mezcla de culpa y tristeza. Quizá estaba exagerando. Quizá, después de todo, tenía razón y yo no lo entendía lo suficiente.
—Lo siento… —susurré, sintiéndome avergonzado—. No quería hacerlo un problema. Solo… solo quería estar contigo.
Max acarició mi mejilla y me miró con una sonrisa de comprensión.
—No te preocupes, bonito. Sé que lo hiciste por nosotros. Y te amo por eso. Pero tienes que aprender a confiar en mí. Todo lo que hago es para ti, para los dos.
Asentí lentamente, sintiendo cómo su abrazo me envolvía, dándome ese consuelo que solo él sabía darme. Mientras me abrazaba, enterré el rostro en su pecho, dejándome envolver por la calidez de su presencia, y convencido una vez más de que mis dudas eran solo eso: dudas. Max estaba ahí, y él nunca me abandonaría.
La tensión de la mañana parecía haber quedado atrás. Después de desayunar, Max sugirió pasar el resto del día viendo películas en el sofá. Aunque aún sentía un leve nudo en el pecho, acepté con una pequeña sonrisa, deseando con todas mis fuerzas que esa cercanía borrara cualquier malentendido.
Nos acomodamos en el sofá, con un par de mantas cubriéndonos. Max eligió las películas; siempre decía que tenía mejor gusto que yo para eso. La primera fue una comedia romántica que nos hizo reír como niños. Me encantaba cómo se iluminaba su rostro con cada carcajada, cómo su sonrisa parecía borrar cualquier duda o inseguridad que me rondara. Había algo en esos momentos con él que me hacía sentir como si todo en el mundo estuviera bien.
Entre risas y comentarios sobre las escenas, las horas se nos fueron. Cambiamos de película, esta vez a algo de acción que a él le encantaba. Yo intenté mantenerme interesado, pero más de una vez me sorprendí mirándolo a él en lugar de la pantalla. Su perfil perfecto, la manera en que sus cejas se fruncían durante las escenas intensas, cómo se acomodaba para estar más cerca de mí sin siquiera notarlo. Era en esos momentos cuando me preguntaba cómo había tenido la suerte de encontrarlo, de que él me eligiera.
Al caer la tarde, nos detuvimos para pedir algo de comer. Max insistió en una pizza, y aunque al principio dudé, su entusiasmo me contagió. Cenamos en el sofá, sin siquiera molestarnos en usar platos, mientras discutíamos sobre los personajes de la última película. Reímos tanto que, en un momento, terminé con salsa en la nariz, y él se inclinó para limpiarla, su dedo rozando mi piel con suavidad.
—Eres un desastre, cariño —bromeó, pero su sonrisa era tierna, llena de cariño.
Cuando terminó la última película, el cansancio comenzaba a notarse en ambos. Max me miró y, sin decir nada, se levantó del sofá, extendiéndome la mano. La tomé sin pensarlo dos veces, dejándome guiar hacia nuestra habitación.
Nos preparamos para dormir en silencio, pero era un silencio cómodo, de esos que solo compartes con alguien que realmente te entiende. Me recosté en mi lado de la cama, acomodándome entre las sábanas frescas, y lo vi acercarse. Max no tardó en apagar la luz y deslizarse junto a mí. Sin decir una palabra, me rodeó con sus brazos, atrayéndome hacia él.
El calor de su cuerpo contra el mío era reconfortante, como un escudo que me protegía de cualquier preocupación. Sentí su respiración en mi cabello y el peso de su brazo sobre mi cintura, firme pero gentil.
—Duerme bien, bonito —murmuró, su voz apenas un susurro en la oscuridad.
—Tú también —respondí, cerrando los ojos y dejando que su abrazo me envolviera por completo.
Había algo mágico en esos momentos, algo que me hacía olvidar cualquier tristeza o inseguridad. En sus brazos, todo parecía más fácil, más claro. Y mientras el sueño me iba venciendo, pensé que, a pesar de todo, Max era mi hogar, mi refugio. Dormimos abrazados, nuestras respiraciones sincronizándose poco a poco, como si el mundo fuera solo de nosotros dos.