Ella dudó. La tensión entre ambos hombres, sus miradas como espadas cruzadas, hacían que su respiración se acelerara. Su instinto era rechazarlo, negarse... pero su voluntad le recordaba lo que ya había aprendido: desafiarlo aquí, frente a Isak, sólo complicaría más su situación. Lentamente, acercó sus labios a los de Mavros, un gesto que pretendía ser obediente, pero su resistencia, sutil y oculta, no pasó desapercibida para él.
<<Hazlo, Romelí... No luches>>
Ella evitó suspirar, pero obedeció. Sus labios se aproximaron a los de Mavros, un acto de sumisión que pretendía ser solo eso, una muestra de respeto, aunque en su mirada aún ardía la chispa de su rebeldía. Mavros atrapó sus labios en un beso firme y posesivo, como una marca que dejaba clara su autoridad sobre ella. La presión de sus labios era tan intensa como la afirmación silenciosa que le imponía: ella le pertenecía.
Mavros recibió su beso y lo transformó en una marca indeleble de posesión. Sus labios aprisionaron los de Romelí con una voracidad que no admitía dudas sobre quién ejercía el control. La mano en su nuca era firme, un agarre posesivo que la mantenía cautiva, como si, al tocarla, estuviera estampando en su piel la declaración de que ella le pertenecía. El beso fue profundo y cargado de intención, un acto deliberado diseñado para humillar y desafiar al hombre que observaba desde la distancia, una prueba de poder que dejaba claro quién dominaba el juego.
Este beso poseyó por completo a Romelí, los labios masculinos se movían sobre los suyos con un ritmo lento y provocador, mientras su lengua exploraba con destreza, arrastrándose por sus labios en una danza oscura que prometía placer y dolor en igual medida. Era una invitación a la lujuria, una forma de convertir el acto en algo sensual y obsceno, un espectáculo que dejaba al soldado y a Khafra sin aliento, incapaces de apartar la mirada.
Isak, al borde de su paciencia, con los ojos purpúreos, apretó los puños, sintiendo la furia arder en su interior. La tensión creció en su mandíbula mientras observaba cómo Mavros tomaba lo que era suyo con una despreocupación arrogante. Cada segundo del beso era una humillación, un recordatorio de que Mavros había reclamado a Romelí como suya.
Finalmente, Mavros la soltó, pero no sin antes dejar que sus dedos se deslizaran con desprecio y arrogancia por uno de los senos de Romelí, oprimiéndolo y buscando con su pulgar el pezón erecto para sentir lo que sus caricias le habían provocado, como si cada toque reafirmara su dominio.
Se reclinó en su asiento con una sonrisa cínica, un depredador satisfecho que había marcado su territorio, mientras el soldado se daba la vuelta, incapaz de ocultar su furia. La atmósfera se volvió densa, cargada de un desafío que resonaba en el aire, dejando claro que, en ese juego de reyes, el placer y el poder se entrelazaban de forma peligrosa.
—Espero que ahora tengas claro, Isak, a quién pertenece... Muy bien, Khafra —murmuró, soltando a Romelí con un último roce sobre su mejilla—. Llévala contigo. Quiero que esté lista para cuando el emperador regrese.
Romelí sintió una mezcla de alivio y una punzada de vacío cuando la mano de Mavros la soltó. Con una última mirada desdeñosa hacia el faraón, Mavros se reclinó en su asiento, un depredador que dejaba escapar a su presa sólo temporalmente.
—Espero que la entrenes bien, Khafra. No me interesa una concubina a medias.
—Cumpliré su deseo, mi señor —respondió Khafra con gravedad, inclinando la cabeza. Tomó a Romelí suavemente del brazo, conduciéndola hacia la salida con pasos firmes y calculados. Romelí no dijo una palabra, pero sintió cómo el peso opresivo de aquella disputa se aligeraba a cada paso que daba, mientras se alejaban de aquella oscura arena donde los dos hombres se disputaban su destino.
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El color del alma
FantasyEnfrentada a un destino incierto, Romelí se ve obligada a adentrarse en el peligroso y seductor mundo del harén imperial, un nido de intrigas y rivalidades donde la traición acecha en cada rincón. Conscientes de su singular belleza, muchos la subest...