De todas las malas decisiones que Violeta había tomado últimamente, pasar una noche en la sierra de Madrid, en una casa con cuatro personas más, de las cuales sólo una sabía de su verdadera naturaleza, está ahora mismo en primera posición. El salir de dicha casa en mitad de la noche y adentrarse en aquel bosque en busca de algún animal indefenso al que dejar seco, porque aguantar las ganas de alimentarse de alguno de sus acompañantes estaba siendo cada vez más difícil, se encuentra en un cercano segundo puesto.
Violeta está sedienta y los colmillos, que han hecho acto de presencia hace un rato, demandan que la sed sea saciada. Evidentemente, no puede hacer eso cuando está en medio de la nada con un grupo reducido de gente, así que lo único que se le ha ocurrido es salir al bosque en busca del primer animal que se le cruce por delante. Odia tener que rebajarse a cazar de una forma tan primitiva, pero no le queda otra si no quiere arriesgarse a perder el control.
¿Lo peor de todo? Es noche de luna llena.
Es curioso que, después de tanto tiempo acompañándola, su presencia todavía consiga ponerla de tan mal humor. Si no fuera porque Almudena parece tener la capacidad de conseguir cualquier cosa de ella, ni siquiera habría salido de casa.
A lo lejos, entre los arbustos, un pequeño conejo ha detectado la presencia de Violeta y ha salido corriendo por lo que, dejando ir un bufido de resignación, no le queda otra que echar a correr tras el animal. El maldito bicho es rápido y ella ha perdido la práctica. Es lo que tiene habituarse a una forma más civilizada y tranquila de alimentarse. Cuando parece que está a punto de alcanzarlo, el conejo se detiene en seco, como si alguna otra cosa más importante hubiera llamado su atención. De pronto, gira bruscamente y, de un salto, vuelve a desaparecer entre los matorrales.
Genial, ahora le tocará empezar de nuevo.
Cuando Violeta está a punto de dar media vuelta, por el rabillo del ojo detecta movimiento tras ella. Pero, al girarse cuidadosamente para no asustar a su nueva posible presa, descubre por qué la anterior ha salido corriendo.
No es para menos. A tan sólo unos pasos frente a ella, más allá de los árboles, se abre un gran claro en el bosque y allí, bañándose en la luz plateada de la luna llena, un enorme lobo negro disfruta de la soledad de la noche.
Hay varios factores que hacen que todos los sentidos de Violeta se pongan en alerta en ese momento. Para empezar, el lobo suele moverse en manadas y, aunque en la sierra de Madrid no hay muchos ejemplares, lo más probable es que el resto de la familia no ande lejos. Lo segundo es que Violeta no lo considera una presa. El lobo es un cazador nato y ella, aunque más fuerte y rápida que un humano corriente, está desentrenada. Arriesgarse a atacar sería una locura. Pero, lo que verdaderamente tiene los pies de la vampira anclados a aquella tierra húmeda del bosque, es el tamaño del animal frente a ella.
Aquel no es un lobo normal. El lobo ibérico no es de las subespecies más grandes, apenas unos centímetros más alto que un mastín, a veces incluso ni eso, pero el que tiene delante, a pesar de estar estirado sobre la hierba del claro, se ve considerablemente más grande. Mucho más.
Violeta sabe que hay otra posibilidad, una incluso más peligrosa que un animal hambriento con instinto cazador. Nunca se ha topado con uno de ellos, pero sabe que no son una leyenda, que su existencia es tan real como la de los vampiros, de la cual ella es prueba fehaciente.
La simple idea te tener frente a ella a un licántropo le eriza la piel.
A pesar de las cientos de historias y leyendas sobre ellos, Violeta nunca se ha cruzado con el que siempre se ha dicho que era el mayor enemigo de los vampiros, aunque muchas veces se ha planteado si realmente serían todo aquello que cuentan sobre ellos los ancianos para asustar a los niños pequeños. Al fin y al cabo, la cultura popular ha tergiversado la realidad del mito vampírico hasta convertirla en una macabra fantasía erótica que no tenía nada que ver con la realidad o, al menos, con su realidad. Violeta tampoco se ha cruzado mucho con otros como ella como para intercambiar impresiones.
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El cantar de la Luna
RomanceUna adora la luna. La otra la exiliaría del cielo. Un corazón que no late. Otro que corre desbocado sin rumbo. Tal vez, un amor que debería ser imposible sea capaz de sanar cicatrices que llevan años abiertas. Como la luna, esta historia tiene cuatr...