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Violeta miraba a Chiara, quien descansaba plácidamente sobre la cama, dormida. Observaba sus rasgos: su hermosa piel bronceada y suave, su largo cabello ondulado y sedoso, sus pestañas largas, y sus labios rosados y suaves, esos mismos labios que la pelirroja aún no podía creer que acababa de besar. La medio inglesa era simplemente cautivadora, increíblemente hermosa, por dentro y por fuera. La motrileña no entendía por qué algunas personas no veían eso; no había razón alguna para que alguien no la apreciara o incluso se enamorara de ella. 

El hecho de que Chiara se viera a sí misma con tan poca estima también le molestaba; Violeta deseaba cambiar eso. Quería hacerle ver lo hermosa que era.

La morena se movió en su posición y, aún dormida, colocó el brazo alrededor del peluche de Violeta. Esto la asustó un poco, pero suspiró aliviada al ver que la ojiverde seguía tumbada en la cama, de donde salían suaves ronquidos.

Aún había bastante espacio al lado de Chiara, pero la pelirroja decidió quedarse en su pequeño y cómodo sofá marrón. Se dejó caer en el sofá, recorrió su habitación con la mirada y decidió ordenar un poco. No quería que la pelinegra se despertara en un cuarto desordenado. Una vez que terminó, volvió a sentarse en el sofá.

Ya pasada la medianoche, la de Motril seguía despierta, incapaz de dormir. Decidió leer un libro, aunque no lograba concentrarse porque constantemente miraba hacia la cama, donde estaba la otra chica descansando.

Violeta suspiró y cambió de idea, pues no tenía ánimo de leer; dejó el libro a su lado y se recostó de lado, de cara a la pelinegra.

"Soy una auténtica acosadora", pensó, y se sentó, pasándose una mano por el cabello. Miró el reloj.

—Las cuatro y treinta y ocho —murmuró, observando la hora. La pelirroja gimió en silencio y se llevó la mano a la frente, recostándose en el asiento. Los segundos parecían minutos, y los minutos realmente parecían horas. Solo quería dormir, pero no podía.

—¿Qué demonios? —masculló la motrileña para sí misma, mientras se recostaba de nuevo, intentando dormir.

Pasaron unas horas y comenzaban a formarse ojeras bajo los ojos de Violeta. La luz del sol se filtraba por las ventanas, y aunque lo había intentado, no logró dormir nada. Volvió a dirigir la mirada hacia la pequeña figura que seguía dormida en su cama.

Se sobresaltó cuando Chiara emitió un fuerte gemido y cambió de posición, girando para mirar al techo con los ojos cerrados y el dorso de la mano sobre la frente, como si intentara detener algún dolor. Violeta se levantó lentamente, asegurándose de devolver el libro a la estantería antes de acercarse a la ojiverde.

—Kiki, ¿estás despierta? —susurró la pelirroja mientras se sentaba junto a Chiara, que frunció el ceño y negó lentamente con la cabeza en respuesta.

—¿Quieres una aspirina? —preguntó con suavidad, preocupada, sabiendo que la medio inglesa estaba aún medio dormida y probablemente solo entendería algunas de sus palabras.

La chica abrió los ojos lentamente y miró a su alrededor. Reconocía la habitación aunque, al mismo tiempo, sabía que no era la suya. Se incorporó un poco para observar mejor: era bastante amplia pero sencilla; libros, fotos y álbumes llenaban la mayor parte del espacio. También había una pequeña televisión, y, a diferencia de su habitación, el papel pintado de esa habitación era azul, mientras que el suyo era amarillo brillante. Bajó la mirada y se dio cuenta de que estaba acostada en una cama tamaño reina, cómoda, con un tierno peluche de pingüino al lado.

—Oh, estás en mi habitación —dijo al notar la expresión de confusión en el rostro de Chiara, pero eso solo logró que la chica se sintiera aún más desconcertada. Levantó la mirada y se encontró con los ojos avellanados de Violeta.

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⏰ Última actualización: Nov 03 ⏰

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Taciturno | kivi (fic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora