Siempre y para siempre

110 19 1
                                    


A veces las hermanas no comparten la misma sangre, sino secretos y sueños, risas y lágrimas; se encuentran y se eligen en el camino, y sus lazos son tejidos con confianza y comprensión, creándose una conexión que no necesita de lazos biológicos, sino de momentos compartidos y de una lealtad que perdura, un amor tan profundo que nace desde el alma y permanece, porque la verdadera hermandad no entiende de apellidos, sino de corazones que se acompañan siempre, incluso en los silencios.

Hemos llegado a la casa de Bonnie, y siento que mis nervios están a mil por hora. Una parte de mí está emocionada; la otra, me grita que corra.

Llegamos al porche, y mi madre toca la puerta. Enseguida la abren, y Sheila Bennett aparece en la entrada.

-¡Liz, qué gusto me da verte! -saluda Sheila con una sonrisa.

-A mí también me da gusto verla, señora Sheila -responde mi madre, educada como siempre, aunque un poco nerviosa.

-Nada de "señora". Llámame solo Sheila -dice ella, con amabilidad.

-Está bien, Sheila -responde mi madre con una sonrisa leve. Luego se agacha hasta mi altura, me da un beso en la frente y me susurra-: Te amo. Pórtate bien, ¿sí? Mañana en la tarde vendré por ti. Te amo muchísimo, mi amor.

-Yo también te amo, mami -le digo, abrazándola con fuerza-. Hasta mañana.

Sheila nos observa con una mirada astuta y serena, como si viera más de lo que cualquiera pudiera imaginar.

Miro a mi madre subir al auto y alejarse, mientras me saluda con la mano.

-Puedes pasar, Caroline -dice Sheila. Siento como si estuviera entrando en la guarida de los lobos.

-Gracias, Grams. ¿Y dónde está Bon? -pregunto, mirando a mi alrededor en busca de mi amiga. Bonnie... Bon, ¿dónde estás cuando más te necesito?

-Ella está en su habitación, bajará en unos momentos. No tienes que tenerme miedo, niña; no voy a hacerte nada -dice Sheila, como si supiera perfectamente que le tengo algo de miedo.

-No tengo miedo, ¿por qué habría de tenerlo, Grams? -respondo con mi tono más dulce, tratando de sonar como una niña de cinco años y no como una adulta de veintitrés atrapada en este cuerpo.

Sheila solo levanta una ceja, incrédula.

-Bueno... tal vez un poquito -admito, sabiendo que no puedo mentirle.

-No tienes por qué temerme. No has hecho nada malo... ¿o sí? -me pregunta con una sonrisa enigmática.

Niego con la cabeza, intentando aparentar tranquilidad. De repente, escucho pasos en la escalera, y siento un alivio inmenso al saber que, por fin, mis plegarias han sido escuchadas.

-¡Line, ¿estás aquí?! -grita Bon mientras corre hacia mí y me envuelve en un abrazo que le devuelvo con mucho cariño-. Grams, ¿por qué no me llamaste? -protesta, haciendo un puchero.

-Ella acaba de llegar ahora mismo -responde Sheila con calma. Bon me mira, buscando confirmación, y yo asiento.

-Sí, acabo de llegar ahora -le digo, tomando su mano y sonriéndole.

-¡Vamos a mi habitación! Quiero que la veas -dice emocionada, tirando de mí para llevarme escaleras arriba-. ¡Corre, Line!

-¡Ya voy, Bon! -respondo, riéndome. Antes de subir, volteo y veo a Sheila observándome con una sonrisa.

La habitación de Bon es preciosa. Las paredes están pintadas de un azul claro, decoradas con nubes esponjosas que le dan un toque suave y acogedor. Hay varios estantes y cajones llenos de juegos y muñecos, todos organizados cuidadosamente, y también veo una pequeña colección de cuentos ilustrados. Realmente es un lugar hermoso, perfecto para una niña tan alegre como Bon.

Una mejor vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora