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Violeta's Pov.

Llego a la administración de la universidad y entrego el documento firmado por Chiara. En cuanto revisan que todo está en orden, sonrío y me voy corriendo de allí. Llamo un taxi para llegar más rápido y miro la hora. 

Son las 9:15 AM. No es tan tarde. No quiero llegar tarde; quiero que vea lo puntual y profesional que puedo ser. Daré mi mejor esfuerzo para impresionarla.

Cuando el taxi llega a la entrada del consultorio, le pago y me doy prisa para entrar. El secretario está ordenando papeles y sonríe al verme.

—Buenos días, Srta. Hódar.

—Buenos días —respondo con una sonrisa—. ¿Cómo era tu nombre? Lo siento, he olvidado.

—Puedes llamarme Martin.

—Entonces, Violeta estará bien —le digo, suspirando—. ¿He llegado muy tarde?

Martin niega y se levanta para acercarse a la puerta del consultorio, la abre y mira hacia el escritorio.

—Ya llegó la Srta. Hódar.

—Oh, claro. Dile que pase —se escucha desde adentro.

Le sonrío a al chico y entro en la habitación.

La ojiverde está mirando una lista, y me sorprendo al verla. Tiene mala cara y unas ojeras enormes, como si no hubiera dormido.

—Buenos días, doctora —le digo, y levanta la mirada para observarme con seriedad.

—Buenos días —me indica el perchero—. Puedes dejar tus cosas ahí y hay una bata para ponerte. Pronto comenzarán a llegar los pacientes.

—Por supuesto.

Es el mismo tono de ayer. ¿Qué le estará pasando? Tal vez sea un problema personal. Seguro que en un rato se le pasa. Después de tener todo listo, intento preguntarle cómo está, pero ella se adelanta señalándome la mesa de instrumentos.

—Pronto llegarán los pacientes, ve preparando los instrumentos —me dice, y asiento—. Los primeros tres son revisiones, así que los harás tú.

—Muy bien —respondo de manera breve.

Esto se siente raro. Ni siquiera cuando me atendió aquel día, antes de conocernos, me trató así. Definitivamente le pasa algo.

No ayuda que el día pase lento y aburrido. Todo lo que hago es limpiezas de heridas y quitar puntos. Lo que realmente me tiene inquieta es que Chiara me trata con una seriedad excesiva, y empiezo a preocuparme.

Cuando un paciente se va, aprovecho para tomar un poco de agua porque tengo sed, y es entonces cuando la veo apoyada en el borde de su escritorio con los ojos cerrados, moviendo el cuello como si le doliera.

—¿Estás bien? Pareces agotada.

—Sí, estoy bien —responde con ese mismo tono seco.

La veo estirar la mano para tocarse la nuca, y frunzo el ceño al acercarme. Me atrevo a poner mis manos en sus hombros y comenzar a masajearlos. Al principio suspira, pero de pronto reacciona y se aleja rápidamente. La miro, sorprendida.

—Gracias, estoy bien. No te preocupes, sigue con tu trabajo.

—¿Segura? —pregunto, y apenas me mira—. ¿Quieres que te traiga algo?

—No, no necesito que me traigas nada. Estoy bien.

Estoy realmente preocupada. No me atrevo a hablarle durante el resto de la jornada, a menos que sea estrictamente necesario. Me siento incómoda. ¿Qué estará pasando? ¿Será que hice algo que le molestó?

Doctora | kiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora