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Chiara's Pov.

Había atendido a cuatro pacientes hoy, además de reunirme con los proovedors. Cerré la clínica demasiado tarde y mi idea de cocinar tranquilamente en casa había sido descartada. 

Miro la hora, no es mala idea ir a mi hamburguesería favorita a por un refresco y una buena ración de nuggets de pollo. 

Sí, es una excelente idea. 

Además, no tendría que limpiar los cubiertos luego, es un win-win.

Camino lentamente por las calles, disfrutando del tranquilo sonido de la ciudad, el cual me relaja tras el atareado día que he tenido. 

El logo gigante se muestra a lo lejos y mis pies comienzan a acelerar su paso. ¡Qué frio hace!

Abro la puerta del local y el olor típico, junto a la sensación de calidez me hace sonreír. Me detengo un segundo para dejar pasar a una de las chicas que atienden el lugar y me acerco para ver el menú. 

—Definitivamente, nuggets y un menú infantil. Me falta la figura de el Pato Lucas. Necesito acabar mi colección. —digo para mi misma y me giro para pedir.

Al hacerlo, empujo sin querer a una chica.

—Joder, ¡lo siento! —me disculpo, y cuando miro con quién me había chocado, me sorprendo—. Oh, hola. Eres la chica de la nariz doblada. ¿Cómo era tu nombre? ¿Ruslana?

Era la chica del otro día. Sabía de sobra que se llamaba Violeta, lo recordaba a la perfección. No es un nombre que escuche todos los días, y digamos que nuestro encuentro no había sido típico tampoco. Además, me ha resultado imposible olvidarla estos días. 

Pero me encanta molestar a la gente, y tenía que devolverle de alguna manera todos los sonrojos que me sacó. 

Tomo una nota mental de hacer bromas sobre su estatura si me la encuentro nuevamente. ¡Es muy bajita! Es adorable, como pitufina.

—Pues... —dice, avergonzándose un momento y me felicito a mí misma—. Si quieres, puedes llamarme Ruslana; dicho por ti suena más bonito. —termina de decir con una sonrisa ladeada.

¿¡Pero qué pasa con esta chica!? No tiene ni el más mínimo sentido de la vergüenza... Como ella prefiera, la seguiré llamando así.

—Bien, Ruslana... voy a comer algo. ¿Quieres hacerme compañía?

La veo sonreír tímida, mirar al suelo y asentirme, pero de un momento a otro cambia su sonrisa tierna a una pícara.

—Muy bien, Doc... vamos por comida.

¿Doc? ¿Me acaba de decir Doc? La miro entre divertida y escandalizada; no puedo evitar sentirme vieja cuando me llaman así. Pero tenía que devolverle la broma.

—Mi nombre es Chiara, pero puedes decirme Doc... —le digo y sonrío pícara igual que ella—. Dicho por ti suena más bonito.

Violeta me da una sonrisa que honestamente me pone los vellos de punta, rozaba lo macabro.

Extiende su mano y toma la mía para jalarla a la fila de personas. Abro mis ojos como platos y miro para todos lados, por si alguien nos estaba mirando. Cada quien estaba en sus propios asuntos, así que me relajo un poco en la calidez de su mano y la dejo arrastrarme detrás de ella.

—¿Cuál es su pedido habitual, Doc? —la miro un poco ofendida, no podía creer que en serio estuviera dispuesta a llamarme 'Doc' toda la noche—. Yo suelo pedir una hamburguesa de pollo con extra de patatas fritas.

—Una cheeseburger doble con extra de nuggets. —Violeta asiente aprobando, y hablo lo siguiente en un susurro, sin creer que me escucharía—. Y un menú infantil.

La veo voltearse y mirarme con los ojos abiertos, totalmente divertida, y me quedo pálida. ¡¿Me ha escuchado?!

—No me digas que te gusta coleccionar juguetes, Doc... —me sonrojo al escucharla decir eso porque ha adivinado justo lo que hago. Antes de que pudiera defenderme, vuelve a hablar—. ¡Oh, dios! Realmente lo haces...

Estaba lista para soltar su mano y salir corriendo avergonzada, pero ella solo se rie suavemente y se abraza a mi brazo.

—Es adorable... —me dice y la miro roja—. Quizás comience a hacer lo mismo, tendré que venir aquí más seguido. Tal vez todos los martes a las diez...

Sonrío como una estúpida y siento un hormigueo en el estómago; esta chica comenzaba a agradarme. 

Estaba tan a gusto con ella que, cuando me di cuenta, estábamos frente al mostrador. Ni siquiera tuve que hablar; Violeta, a quien hoy llamaremos Ruslana, ordenó perfectamente todo lo que yo quería, incluyendo dos menús infantiles, uno para cada una, y me pareció adorable. 

Cuando veo que se dirige a pagar, la detengo y entrego mi tarjeta en su lugar. Ella intenta discutir, pero antes de que pueda decir cualquier cosa, la detengo.

—Yo te he invitado, así que yo pago. —Violeta levanta una ceja, tan sexy que me deja sin aliento—. No me mires así, la próxima vez pagas tú.

—¿Habrá una próxima vez? —me pregunta con una sonrisa traviesa—. Es una cita entonces...

Me sonrojo y abro la boca queriendo reprocharle, pero no puedo decir nada.

¿Aprovecho la situación? 

Antes de poder si quiera terminar de procesarlo, doy un salto de fe.

—Sí, es una cita.

Nos quedamos esperando nuestro pedido mientras me mira a los ojos, lo que me hizo recordar ese tono avellanado que me paralizó la primera vez que la vi en la puerta del consultorio. 

Pero eso me llevó a recordar también su sonrisa seductora con el diente fracturado y la nariz dislocada, y comienzo a reír.

Me mira extrañada.

De pronto, fue como si una bombilla se encendiera en su cabeza; y se sonroja.

—Por favor, dime que no estás recordando mi cara del otro día...

—Si te digo que no... mentiría... —menciono, aun riéndome—. Aun así... fue el mejor coqueteo que me han hecho.

Tan pronto como nos sentamos en la mesa a comer, Violeta recupera su habitual exceso de confianza y comienza a hacerme comentarios subidos de tono, lo que me hace sonrojarme casi toda la noche. 

Finalmente llegó el momento de la verdad. Abro la cajita del menú infantil y saco el juguete que había dentro. Era Piolín, ya lo tenía en la colección. 

—¡Mira! ¡Eres tú! —le digo y se me queda viendo con una patata en la boca—. ¡Eres tú, eres tú!

—¿Cómo que yo? —comenta, abandonando la patata—. ¿Es que acaso soy amarilla?

—No, pero tienes el mismo tamaño. —le digo y entrecierra los ojos mirándome—. Podríamos pintarte de amarillo para Halloween.

Esperaba avergonzarla y que se sonrojara un poco para equilibrar las cosas, pero en su lugar me da una sonrisa traviesa que presagiaba peligro.

—Me agrada la idea de que quieras salir conmigo en Halloween, pero me gusta más la idea de que estés dispuesta a pintar mi cuerpo de amarillo... o del color que quieras...

¡Maldita sea! No había forma de ganarle.

Dicho eso, abre su propia caja. 

—Oh. Me ha tocado el pato lucas.

Intento que no se note en mi cara la envidia que siento ahora mismo. ¡No puede ser! Yo llevo una semana intentando conseguirlo.

Violeta me mira divertida.

—¿Me lo cambias? Me gusta más Piolín. —Dice ofreciéndome al pato.

—¿Uh? Como quieras, es solo una figura. —respondo intentando ocultar la ilusión que me hace.

—Lo guardaré para Halloween, así podrás pintarme igual. Y tu puedes ir del gato. Pero no me comas, ¿de acuerdo? —me guiña el ojo.

Mi cara estaba tan roja y caliente que podías confundirme con una estufa humana.

Doctora | kiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora