CAPITULO IV

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Adiós, mi amor.

El invierno se aproxima, y cada parte de mí te extraña con una intensidad que no puedo explicar. El arrepentimiento crece, llenando cada rincón de mi ser y arrastrándome a una oscuridad de la que no sé cómo escapar. Me vuelve loco escuchar el reloj, sentir cómo cada segundo se desvanece sin poder estar ahí contigo. Es un sentimiento que me consume por dentro, un fuego que arde sin cesar.

El miedo a ir y encontrarte... a verte y perderte para siempre... Solo pensarlo me aterroriza. Han pasado días de confusión, de tristeza. Mi mente es un torbellino sin descanso, y cada pensamiento solo aumenta este dolor.

La soledad en mi habitación me aplasta. Mantenerme despierto o atento a los detalles más simples se ha vuelto casi imposible. Sé que mi madre me habla, pero su voz se pierde. Tal vez está gritando, pero yo solo escucho el vacío, un ruido blanco que se adueña de mis oídos. De repente, siento las lágrimas; me vienen de golpe, intensas. Llorar así me hace sentir como un niño pequeño buscando consuelo. No hay escape a este dolor.

Poco a poco, el sonido vuelve, como si despertara de una pesadilla, y escucho la voz de mi padre.

— Draco, ¿estás bien? — pregunta, la preocupación clara en su tono.

Mi madre, a su lado, parece igual de preocupada, pero en sus ojos hay algo más profundo, como si intuyera algo.

— Lo dejé solo, y pronto él... él dejará este mundo — logro responder, sintiendo cómo cada palabra se arrastra desde mi garganta, cada una de ellas es una quemadura.

Mi padre me observa, perplejo y lleno de miedo.

— ¿De qué estás hablando, Draco? ¿Algo le ha pasado a Potter? — Su voz contiene una urgencia que me resulta dolorosa.

Mi madre, mirándome con ternura, intenta acercarse.

— Cariño, ¿qué ocurrió? ¿Por qué estás tan angustiado? — pregunta, su voz suave y casi maternal.

La garganta se me cierra. Quiero gritar, quiero romper el silencio, pero apenas logro un susurro:

— Va a morir.

La confesión es un puñal. Quema, duele, me abrasa por dentro. Este dolor me está destrozando.

— ¿Harry? ¿Qué le sucede? — pregunta mi madre, y ahora hay temor en su voz.

Siento cómo las palabras salen solas, como si revelarlas aliviara un poco el peso de mi alma.

— Su corazón... está dañado. El tiempo que estuvo expuesto a la magia oscura lo destruyó, y no hay cura. Solo un trasplante de un Corazón Mágico podría salvarlo, pero… su tiempo ya se está agotando. Ha vivido con este dolor oculto, soportando todo esto solo. — Mi voz se convierte en un susurro tembloroso, las lágrimas vuelven a amenazar con salir, incapaces de contenerse.

Los miro a ambos, pero no soy capaz de soportar la compasión en sus ojos. Me siento repugnante, insuficiente.

Mi madre, aún con la calma que siempre tiene, toma aire y pregunta, casi como si temiera la respuesta.

— ¿Cuánto tiempo lleva así?

— Cuatro años… cuatro años, ¿y yo, nunca en el tiempo que lo vi? ¿Estaba tan cegado? — Dejo salir un sollozo que me rompe. — No puede… no puedo perderlo, madre. ¡No puede irse así!

El Arte De SanarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora