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Hoy es el cumpleaños de Penny. Trece años. La casa está llena de risas y alegría, con niños que he visto antes cuando venían a hacer la tarea o a jugar con ella. Algunos son amigos de la escuela; otros, los vecinos del barrio. La sala está decorada con globos de colores y serpentinas, y varios padres están supervisando todo: desde la mesa de comida hasta la música, asegurándose de que todos se diviertan. Yo corro de un lado a otro entre los invitados, moviendo la cola y ladrando alegremente mientras la fiesta continúa.

Sin embargo, el padre de Penny no está aquí. Desde que comenzó la fiesta, ha estado en el sótano, trabajando en lo que sea que lo mantenga tan ocupado. Penny, tratando de no darle importancia, sonríe y se mueve entre sus amigos, pero yo puedo ver en sus ojos que algo le falta.

En un momento, Penny se dirige a la puerta del sótano y llama con entusiasmo:

"¡Papá! ¡Ya vamos a cortar el pastel!"

Pero en lugar de una respuesta alegre, la voz de su padre retumba desde el otro lado de la puerta, tensa y fría.

"Ahora no, Penny. ¡Vete!" le grita, y su tono hace eco en toda la casa.

Penny se queda inmóvil, la sonrisa desapareciendo de su rostro. Lentamente, se aleja de la puerta, su entusiasmo apagado. Nadie parece notar su tristeza, con tanto ruido y tantas risas alrededor. Pero yo sí.

Ella se dirige al baño y, al entrar, cierra la puerta detrás de sí. La sigo y, al verme, me lanzo hacia ella para consolarla. Penny se arrodilla y me abraza, escondiendo su rostro en mi pelaje mientras solloza en silencio.

"Solo quería que me acompañara," susurra entre lágrimas, y yo la escucho con atención, quieto junto a ella.

Después de un momento, se aparta un poco y suspira. "Pagó por la fiesta y hasta me dio un regalo, pero tuvo que pedirle a los padres de mis compañeros que se encargaran de todo porque él está muy ocupado trabajando. ¿Qué puede ser más importante que yo?"

La tristeza en su voz me duele tanto que solo quiero hacer algo para ayudarla. Me acerco un poco más, bajo la cabeza y la miro con ojos que le dicen que aquí estoy, que yo sí estoy con ella. Ella sonríe levemente y me acaricia, su tristeza empezando a disiparse poco a poco.

"Gracias, Bolt," murmura, limpiándose las lágrimas. Acaricio su mano con mi cabeza, como si intentara decirle que todo estará bien.

Finalmente, toma una respiración profunda, y con una sonrisa apenas asomándose, dice: "Creo que ya es hora de cortar el pastel."

Te protegeréWhere stories live. Discover now