capitulo 4: El grito del destino

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Elena se encontraba encerrada en su habitación, sumida en un torbellino de pensamientos

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Elena se encontraba encerrada en su habitación, sumida en un torbellino de pensamientos. Las palabras de la figura encapuchada resonaban en su mente, llenándola de incertidumbre y desconfianza. ¿Quién era esa sombra misteriosa? ¿Por qué no había revelado su identidad? La voz había sido confusa, difícil de identificar, y eso solo aumentaba su frustración.

Se levantó de su cama y comenzó a caminar de un lado a otro, tratando de encontrar alguna pista en su memoria. Pero cada intento era en vano. La voz de la figura encapuchada se mezclaba con sus propios pensamientos, creando un caos en su mente.

—¿Quién eres? ¿Por qué no me dijiste quién eres?— murmuró para sí misma, sintiendo la rabia crecer en su interior.

Elena sabía que tenía una responsabilidad enorme sobre sus hombros. La desaparición de su madre, la amenaza del Duque Malakar, y ahora, la búsqueda de los amuletos restantes. Todo parecía una carga demasiado pesada para llevar sola.

—Maldito destino— gritó, su voz resonando por todo el castillo.

El grito fue tan estruendoso que alarmó a muchos en el reino. Los guardias y sirvientes se detuvieron en seco, mirando hacia la torre donde se encontraba la habitación de la reina. La preocupación se extendió rápidamente, y algunos comenzaron a murmurar entre ellos.

—¿Qué ha pasado? ¿Está bien la reina?—

—No lo sé, pero debemos asegurarnos de que esté a salvo.—

Mientras tanto, en las sombras del castillo, la figura encapuchada observaba en silencio. Sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y determinación.

—Siento mucho por no decirte quién soy… pero no puedo arriesgarme aún.—

La figura sabía que debía mantenerse oculta por ahora. Había demasiadas cosas en juego, y revelar su identidad podría poner en peligro todo el plan.

En otra parte del castillo, el Duque Malakar continuaba con sus planes. Estaba decidido a encontrar los amuletos restantes antes que Elena. Sabía que si ella lograba reunirlos, su plan se echaría a perder.

—No podemos permitir que la joven reina encuentre los amuletos. Debemos adelantarnos a ella.—

—¿Qué propones, mi señor?—

—Debemos intensificar nuestra búsqueda. Enviaremos a nuestros mejores hombres a explorar cada rincón del reino. No dejaremos piedra sin mover.—

El Duque Malakar miró a sus secuaces, su expresión llena de determinación y malicia.

—Eldoria será mía, cueste lo que cueste.—

Mientras tanto, Elena seguía en su habitación, tratando de calmarse. Sabía que su rabia no la llevaría a ninguna parte, pero era difícil contenerla. La responsabilidad que sentía era abrumadora, y la incertidumbre sobre el destino de su madre solo aumentaba su angustia.

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