[2] El Imbécil

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—¿Qué te ocurrió? —le preguntó Antonio a Daniela. Ya era de noche y se preparaban para dormir.

Bueno, ella se preparaba para dormir. Él revisaba algunos papeles en la cama. Siempre invadía la cama con papeles y luego ella debía esperar una, dos y a veces hasta tres horas, a que él juntara sus cosas y la dejara dormir —y si ella osaba ir a dormir a la sala o a su estudio, serían días y días de incontables reproches y malos tratos—. Se sentía exhausta; su altercado de aquella mañana con ese maldito argentino la había dejado hecha polvo. No le habló a nadie de lo sucedido; pensó en que le pedirían explicaciones del porqué no alertó a seguridad apenas él la dejó libre y ella realmente no tenía una respuesta.

En ese momento aun sentía la mente entumecida y una extrema debilidad física. Sabía que, algunos de sus colegas en salud lo llamarían «shock»… ella solo quería dormir y terminar con ese día.

—¿Hum? —la apremió Toño—. ¿Qué te ocurrió hoy?

Dany se volvió hacia él algo sorprendida. ¿De verdad él le había prestado la atención suficiente para saber que algo no andaba bien con ella? Pero entonces continuó él:

—Me llegó el rumor de que hiciste esperar más de diez minutos a un niño con casi cuarenta de temperatura y antecedentes de convulsión. —Como siempre, Antonio no la miraba a los ojos—. ¿Qué te ocurrió? ¿Te quedaste en Urgencias de nuevo, platicando con Gloria?

»No puedo creerlo, Daniela. Gracias a Dios Tania buscó ayuda para atender a ese niño o ya tendríamos una demanda encima.

Dany sacudió la cabeza. ¿Qué mierda había dicho él? Sus palabras tuvieron el mismo efecto de un golpe directo al oído.

—¿Qué dijiste? —fue todo lo que pudo decir, sintiéndose estúpida, ¿en qué momento se le ocurrió que él se interesaba por ella? Y, ¡¿Tania había hecho qué?!

—Nada. Olvídalo —atajó él—. Te levanté un reporte.

—¿Qué? —Realmente creyó no escuchar bien. Es decir, los hombres no levantan reportes laborales a sus mujeres sin siquiera haber escuchado su versión del tema.

Un reporte en su historial laboral no solo era una base legal para su despido —¡aunque eso no le importaba nada!—: ese reporte iba a quedarse para siempre en su expediente y, como médico, una acusación de negligencia era grave y sumamente perjudicial si en futuro tenía problemas —trabajando con personas, más aún, con personas enfermas, nadie estaba exento de cometer errores y, en una denuncia, si se demostraba que estos «errores» eran frecuentes, podría afectarla verdaderamente—. Sin embargo, Dany no habría tenido ningún problema con la anotación en su expediente si ella se lo hubiese ganado, pero no era así… ¡¿Cómo alguien podía creer más en la palabra de otra persona que en la de su pareja?! ¡Él ni siquiera había investigado! Solo la había etiquetado como una médica negligente…

Por un momento, Daniela pensó en exponer el caso ante la directiva del hospital, buscando una aclaración, pero desistió al tener que verse expuesta: no solo ella no había reportado el incidente, sino que también el hermano mayor de Antonio, el hijo de éste, y algunos otros directores de diversas especialidades, formaban parte de la directiva, por lo que pronto todo el hospital conocería el modo en que ella vivía —el cómo era tratada en casa— y no podría caminar por un solo piso sin que la gente murmurara a sus espaldas sobre la vida que ella llevaba junto a su marido.

Aunque, claro, Antonio y ella ya no eran marido y mujer en toda la extensión de la palabra… O tal vez sí y solo eso eran: dos personas con un vínculo legal y no una familia: habían dejado de serlo cuando descubrieron que ella jamás podría darle hijos. Dany tenía un problema que impedía al embrión quedarse en el útero. No, de hecho, ni siquiera había embrión: si alguna vez llegó a haber fecundación, su cuerpo desechó las células al instante. Ahí dentro no había nada.

Cuando las Estrellas hablan ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora