[7] Observaciones

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Gloria García frunció el ceño ligeramente, confundida.

—¿En serio sucedió, así como dices? —preguntó, recelosa.

—Te lo juro —gimió Daniela—. ¿No te parece extraño?

Ciertamente era bastante extraño, pensó Gloria. Era tan extraño que no sabía si creerlo. Daniela decía que Tania, la enfermera practicante que Antonio le había asignado, la seguía a todas partes y que, esa misma mañana, durante la consulta a un niño, la joven enfermera llamó al mismo director del hospital para que «ayudase» a Daniela a inyectar al infante pues, al parecer, hacían falta más manos que las de madre y las de futura pediatra.

—¿Y ella no trató de ayudarte? —tanteó Gloria, intentado comprender por qué la enfermera había hecho eso.

—No —Dany negó rotundamente con la cabeza—. Se dio media vuelta, salió sin decir nada y volvió con Toño. Si quería ayudar, ¿por qué no llamó a otra enfermera o a cualquier otro médico? ¿Para qué subir al último piso a buscar al director? ¿Sí entiendes lo que quiero decir?

—Sí, claro. Es como si intentara evidenciarte. ¿Ella sabe que el director es tu esposo?

—Pues… yo supongo que sí —Dany no se lo contaba a nadie en el hospital (le parecía pretencioso), pero la mayoría de sus compañeros lo sabían, ¿cómo no iba a saberlo su propia asistente de enfermería?—. ¿Qué debería hacer?

—Yo creo —comenzó Gloria—, que si las cosas están así, que si realmente te sientes acosada por ella, deberías pedir cambio de asistente. De cualquier manera, es solo una practicante, no entiendo qué hace fija en consultorios, debería estar rolando por todos los pisos.

—¿Verdad que sí? —se escuchó decir, pero la realidad era que no lo había pensado.
—Pide el cambio —insistió Gloria—. ¿Quieres que te ayude a hacer la carta?

Dany sacudió la cabeza.

—No, por favor. La carta no solo pasaría por manos de Antonio: lo hará por las de su secretaria y por las de dos o tres compañeros, antes que las suyas. Imagínate, hacerle peticiones laborales de manera formal a mi propio marido. Creo que ni siquiera en intendencia lo hacen cuando quieren cambiar de horario.

Gloria guardó silencio. Comprendía su vergüenza para con los compañeros, pero ella no le veía otra solución. Suspiró y se escuchó decir:

—Si no queda otro remedio, pues la atropello —quería hacerla reír.

Los ojos color miel de Daniela brillaron, luego se rió.

—Mejor no —suspiró—. Terminarías en la cárcel por mi culpa, y Miguel y tus hijos me odiarían.

—Cierto. Mejor la tiramos del octavo piso y culpamos a alguien más.

«Tentador» pensó Daniela. Sonrió y picoteó con los palillos un trocito de sushi. Almorzaban en un restaurante japonés cercano al hospital.

—Y, oye —la llamó Gloria, frunciendo el ceño mientras bebía de su té de jazmín y leía algo en su teléfono—, cambiando de tema a cosas más agradables —la miró arqueando las cejas—, ¿siempre iremos a la conferencia sobre los ángeles este sábado? ¿Pudiste comprar los boletos?
¿Los boletos?

Cuando las Estrellas hablan ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora