Monza bullía con vida. La ciudad italiana, normalmente tranquila y llena de encanto, se transformaba cada año para recibir a una de las competencias más esperadas: la carrera de Fórmula 1 en el legendario Autódromo Nazionale Monza. Era un fin de semana donde los motores rugían y la élite del automovilismo hacía su entrada triunfal. Pero en medio del caos y la emoción, escondido en una esquina menos transitada, había un café que mantenía su atmósfera calmada y acogedora, como si el bullicio no pudiera alcanzarlo.
Felix estaba detrás del mostrador, concentrado en su rutina de cada día. Era un hombre sencillo y meticuloso. Su cafetería, "Il Piccolo Sogno", era todo lo que había soñado, un espacio que reflejaba su esfuerzo y cariño por las cosas simples. La decoración rústica con mesas de madera desgastada, las paredes adornadas con fotografías antiguas de Monza y el cálido aroma a café recién molido le daban a su local un ambiente especial, uno que sus clientes solían describir como "el rincón escondido donde todo parecía mejor". Felix había trabajado duro para conseguir cada detalle perfecto, desde el grano de café tostado a mano hasta los cuadros que colgaban de las paredes.
Mientras terminaba de colocar una bandeja de tazas limpias en el mostrador, Felix observaba a través de la ventana el constante ir y venir de fanáticos de la F1, turistas, y la prensa que capturaba cada detalle de los pilotos y sus equipos. Él siempre disfrutaba de la temporada de la F1, aunque no fuera aficionado. Para él, era una época de clientes nuevos, pero también de caos y de personas que, por su apariencia, parecían venidas de otro planeta. Sonrió ante esa idea mientras organizaba el mostrador, cuando la puerta de su café se abrió.
El sonido de pasos firmes y seguros llenó el lugar. Felix levantó la vista y, por un instante, se sorprendió al ver a alguien que parecía fuera de lugar en "Il Piccolo Sogno". La figura que acababa de entrar era inconfundible: un hombre alto, de cabello oscuro, vestido con ropa de diseñador y unas gafas de sol que probablemente costaban más que todo lo que había en el café. Tenía una presencia imponente, casi arrogante, y su andar denotaba una seguridad y orgullo que parecía llenar cada rincón del pequeño local.
El recién llegado se quitó las gafas de sol, dejando ver unos ojos oscuros y afilados que se posaron sobre Felix con una mezcla de curiosidad y desdén. Era obvio que no estaba acostumbrado a lugares como ese.
—¿Tienes un buen espresso? —preguntó con un marcado acento italiano. Su tono era frío, casi demandante, como si el simple hecho de estar allí fuera una molestia.
Felix, sin perder la calma, asintió y le dedicó una sonrisa profesional, esa que solía usar con clientes difíciles. No era la primera vez que lidiaba con gente que se creía superior.
—Claro, tengo el mejor espresso de Monza —respondió con naturalidad.
Hyunjin arqueó una ceja, claramente incrédulo. Estaba acostumbrado a lujos, a los mejores restaurantes, a que cada cosa a su alrededor fuera perfecta y exclusiva. El pequeño café, con sus mesas viejas y sus detalles rústicos, no parecía cumplir con sus estándares, pero había algo en la actitud tranquila de Felix que lo hizo detenerse.
Felix preparó el espresso con precisión y cuidado, moliendo el café, ajustando la máquina y sirviendo una pequeña taza de porcelana con un borde desgastado. Cuando se lo entregó, Hyunjin miró la taza como si fuera algo extraño, pero tomó el primer sorbo sin decir una palabra. Para su sorpresa, el sabor era fuerte, intenso, y mejor de lo que había esperado. Aunque jamás lo admitiría, había algo especial en ese café.
—No está mal —murmuró Hyunjin, como si le costara reconocerlo. Levantó la vista y miró a Felix, analizando al joven detrás del mostrador. No era el tipo de persona con el que solía relacionarse, pero había algo en su serenidad que le resultaba intrigante.
—¿Eres de Ferrari, no? —preguntó Felix de repente, rompiendo el silencio.
Hyunjin se quedó en silencio por un momento, sorprendido de que lo hubiera reconocido. Sin embargo, no le sorprendió tanto; después de todo, él era Hyunjin, uno de los pilotos más famosos y elogiados de Ferrari.
—Hyunjin —respondió con una sonrisa arrogante—. Uno de los mejores pilotos de Ferrari.
Felix asintió, sin mostrar ningún signo de sorpresa o emoción. Para él, el hecho de que Hyunjin fuera un piloto famoso no le resultaba impresionante. No era alguien que se deslumbrara fácilmente por la fama o el dinero. Su vida, su mundo, estaba lleno de cosas simples que había aprendido a valorar, y la actitud presumida de Hyunjin no lo intimidaba.
Hyunjin, por otro lado, estaba acostumbrado a que todos a su alrededor intentaran agradarle, a que las personas quisieran impresionar o ganarse su atención. Pero Felix no parecía interesado en hacerlo, y esa indiferencia le resultaba extrañamente fascinante. Quizás por eso decidió sentarse en una de las mesas y tomarse el tiempo para observar el lugar.
—¿Este es tu café? —preguntó con un tono que insinuaba incredulidad.
—Sí, lo es. Yo lo administro y lo mantengo —respondió Felix con calma, como si fuera lo más natural del mundo.
Hyunjin lo miró de arriba abajo, como evaluándolo. No podía entender cómo alguien podía conformarse con algo tan modesto, tan… "simple". Para él, todo debía ser lujoso y exclusivo. Y, sin embargo, ahí estaba Felix, dueño de su pequeño rincón en Monza, viéndose tranquilo y satisfecho.
—¿No aspiras a algo más? —preguntó Hyunjin, sin poder evitarlo.
Felix lo miró a los ojos, manteniendo una expresión neutra, pero sus palabras salieron con una firmeza que sorprendió a Hyunjin.
—No todos necesitamos vivir de la misma manera, Hyunjin. Para algunos, encontrar un lugar propio es suficiente.
Hyunjin quedó en silencio. No sabía cómo responder a eso. Su vida había sido una carrera hacia el éxito, una competencia constante por ser el mejor, por tener más, por lograr más. Para él, el valor de una persona se medía en sus logros, en su cuenta bancaria, en su fama. Pero Felix… Felix parecía valorar cosas que él no entendía.
Mientras terminaba su espresso, Hyunjin se dio cuenta de que se sentía intrigado. El dueño del café no intentaba impresionarlo, no estaba interesado en su dinero ni en su fama, y eso lo desconcertaba. Estaba acostumbrado a ser el centro de atención, a que todos quisieran algo de él. Pero Felix parecía diferente.
Se levantó y dejó un par de billetes sobre la mesa, más de lo necesario, y miró a Felix con una sonrisa que mezclaba desafío y curiosidad.
—Tal vez vuelva —dijo, como si estuviera concediéndole un favor.
Felix solo asintió, sin darle demasiada importancia, y recogió la taza vacía.
—Aquí estaré, como siempre —respondió, sin la menor intención de sonar impresionado.
Hyunjin salió del café con una mezcla de emociones que no comprendía del todo. Mientras regresaba a su auto, se dio cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, alguien había logrado desconcertarlo. Felix, con su humildad y su aparente indiferencia, le había mostrado una realidad que él ni siquiera había considerado.
Felix, por su parte, observó cómo se alejaba el lujoso auto de Hyunjin y soltó un suspiro. Sabía que ese tipo de personas rara vez entendían la vida como él lo hacía, pero no le molestaba. Había aprendido a apreciar su propio camino y a no dejarse intimidar por los lujos ni por la arrogancia de los demás. Sin embargo, mientras cerraba la puerta del café, no pudo evitar pensar en que, de algún modo, ese encuentro había dejado una pequeña marca en él también.
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𝓜𝓪𝓼 𝓪𝓵𝓵𝓪 𝓭𝓮 𝓵𝓪 𝓹𝓲𝓼𝓽𝓪-ᴴʸᵘⁿˡⁱˣ
Romance𝐇𝐲𝐮𝐧𝐣𝐢𝐧, 𝐮𝐧 𝐩𝐢𝐥𝐨𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐅𝟏 𝐝𝐞 𝐅𝐞𝐫𝐫𝐚𝐫𝐢, 𝐯𝐢𝐯𝐞 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐥𝐮𝐣𝐨 𝐲 𝐥𝐚 𝐚𝐫𝐫𝐨𝐠𝐚𝐧𝐜𝐢𝐚, 𝐜𝐫𝐞𝐲𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐥 𝐦𝐮𝐧𝐝𝐨 𝐞𝐬𝐭á 𝐡𝐞𝐜𝐡𝐨 𝐬𝐨𝐥𝐨 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐠𝐚𝐧𝐚𝐝𝐨𝐫𝐞𝐬. 𝐏𝐞𝐫𝐨 𝐞𝐧 𝐌𝐨𝐧𝐳𝐚, 𝐮�...