Capítulo ocho.

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Alentamos el paso unos treinta metros más adelante. Aún me tomaba de la mano. Cuando nos detuvimos por completo lo solté y recargué las manos en las rodillas. Christian volteó atrás como para asegurarse  de que ya no nos siguieran. 

Estábamos en un lugar apartado y solo. Nos rodeaba un pasto verde en su totalidad. A unos cuantos pasos había una fuente, seca. Pude ver a un par de chicos pasar pero muy a lo lejos. Nunca antes había estado en esa parte del campus.

Ambos respirábamos agitadamente.

Me descolgué la mochila de los hombros y la tiré al lado de mi. Me tumbé en el pasto boca arriba y Christian hizo lo mismo. Él me miró y yo le correspondí con una sonrisa. Entonces soltó una carcajada y yo comencé a reírme. Se puso de costado al igual que yo, nos mirábamos de frente. Me apartó el cabello de la cara y miro mis labios.

-Corres como niña - me dijo ampliando su sonrisa. 

-Pues, soy una niña, por si no lo habías notado. Además, fue tu culpa.

-Mi culpa - repitió.

-Ajá. Tu me llevaste ahí.

-Me declaro culpable, lo lamento - respondió. - No estaba en mis planes que ese tipo llegara.

Su sonrisa me mostraba que por su mente pasaban muchas más cosas de las que decía. Pero ambos nos quedamos callados, mirándonos. 

Estaba tratando de adivinar qué tanto pensaba. Hasta que Christian comenzó a acercarse, y entonces supe lo que pensaba. 

Besarme.

No quería besarlo en ese momento, seguro.

Me acerqué rápido a él y le planté un beso en la mejilla. Empezó a ruborizarse y sonrió tímidamente. Al parecer yo no era la única que se sonrojaba.

-Ven, te mostraré mi lugar favorito - dijo poniéndose de pie y me ayudo a levantarme. 

Asentí con la cabeza y sonreí. 

La tarde era fría y los primeros indicios de la noche aparecieron. El cielo comenzó a tornarse de un color gris. El viento soplaba fuerte. Comenzamos a caminar, lento como unas horas antes.

En ese momento recordé; Christian no había terminado de contarme ni una pequeña parte de su familia. Después de haber caminado un par de minutos en silencio me atrevía decirle:

-Así es que vivías con tres fastidiosos primos, y... - le dejé continuar.

-Y pedí a mis tíos que me enviaran aquí desde Vancouver, porque ya no soportaba estar con ellos, la verd... 

- ¿Vancouver? - lo interrumpí. - ¿Vivías en Vancouver?

-Sí, eso dije. ¿Hay algún problema?

-Ninguno - hice una pausa para pensar si decirle o no. - Yo vivía en Vancouver.

-¿Hablas en serio?

Yo asentí con la cabeza, y él se limitó a sonreír. 

Christian dijo que vivía con sus tíos pero no había dicho nada de sus padres. No me atreví a preguntarle, pero una vez más, él pareció leer mi mente. 

-Mis padres... - dijo, y se quedó callado. Como si se le hubiera cerrado la garganta.

Me adelanté un par de pasos y le cerré el camino parándome de frente a él.

-Entiendo si no quieres contarme.

Busqué que nos viéramos a los ojos pero su mirada parecía perdida dentro  del enorme océano de recuerdos dentro de su mente.

Un minuto de silencio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora