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Al ver tanta sangre entre sus manos, no hubo necesidad de volver a escuchar ese ruido tan impactante como lo tiene el eco de una bala, más bien, fue un disparo de recuerdos que la hizo verse envuelta en pensamientos tan poco saludables. ¿Así se sentía el miedo? ¿Cómo era posible que ver a una chica a la que detestaba le provocara un enorme vacío en su ser cuando la relacionaba con la muerte?

La vida de Gala nunca fue fácil y mucho menos amable.

Quizás si empezaba a comparar lo que estaba sintiendo en esos momentos lo relacionaría con un sentimiento desgarrador, al cual solo logra ligarse a pequeñas escenas de cuando su padre se marchó de casa a la par que mantenía una discusión con su madre desde el portón de madera que tenía su casa hasta el otro lado donde estaba el coche. Solo podía dedicarse a observar la estruendosa escena junto a su hermana, la que estaba sosteniendo de su mano ante esas horribles circunstancias.

Quizás fue ahí cuando se le rompió el corazón por primera vez mientras veía como su padre se subía a la camioneta para marcharse.

Esa camioneta o el rastro de su padre jamás llegaron de nuevo a su vida.

Ese mismo sentimiento la invadió por completo, tener a Karime entre sus brazos era una especie de kriptonita que la estaba destruyendo, sin embargo, sabía que los segundos eran valiosos y llorar por el presente no le permitiría tener un futuro con esa pelinegra que tanto adoraba, aún cuando sus principales momentos de convivencia eran de peleas absurdas.

No le importaba si dejaba salirse con la suya a los malditos que las habían lastimado, no dejaría la vida de Karime en manos de la supuesta llegada de los policías, ella la llevaría hasta el hospital, cada segundo era importante.

—A ti no te puedo perder —dijo mencionando por lo bajo con un tono de voz demasiado agudo, estaba a punto de llorar pero sabía que no era el lugar ni el momento. Seguía presionando la herida.

La dejó por un momento en el suelo para girarse a tomar el arma que estaba cerca de ellas, sin dudarlo, la tomó para ir hasta donde el hombre se estaba arrastrando.

—Dime donde mierda dejaste las llaves o aquí mismo te quiebro la otra pierna.

—Hazlo niñita, te gusta hablar, pero no tienes los huevos —Sin esperar otro arranque, giró el gatillo y el impacto de la bala rozó la pierna, consiguiendo que el hombre soltará un grito de pánico—. ¡Están detrás de la alacena!

El eco de los gritos desesperados de Gala resonaba en ese lugar abandonado, un ritmo acelerado y desesperado que reflejaba la urgencia que sentía en cada fibra de su cuerpo. Karime colgaba en sus brazos, su rostro pálido y su energía estaba en cero, no mostraba alguna señal de estar consciente en ese momento.

La sangre continuaba en la camiseta de Gala, cada segundo era testigo importante de lo que acababa de ocurrir. Ella intentaba mantener sus pensamientos en orden, en algo que no fuera el miedo; pero era imposible. Ver entre sus brazos a Karime herida, tan vulnerable, era algo que no sabía cómo procesar, y sentía que el corazón le latía en un dolor que nunca antes había sentido.

Encendió el automóvil para irse de ahí, no había tiempo que perder. Gala siempre había mantenido el perfil de buena conductora pero esta vez no le importaba el número de semáforos que se debía cruzar sin esperarse al verde, necesitaba llegar en minutos a una distancia que le quedaba casi a una hora.

Si debía quedarse detenida por caos vial, lo haría, nada le importaba más que llevar al hospital a la pelinegra, no quería perderla.

Finalmente, llegó a la sala de emergencias, y apenas pudo murmurar a los médicos antes de que tomaran a Karime para dejarla en una camilla y avanzar a una área destinada. El calor se desvaneció de sus brazos, y Gala se quedó allí, sola, viendo cómo las puertas se cerraban. Se apoyó contra la pared, intentando respirar, pero el nudo en su garganta se volvía más y más fuerte.

Estrellas platónicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora