LA VERDADERA GENEROSIDAD: DARSE A SÍ MISMO CON AMOR Y ENTREGA

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Esta viuda pobre ha echado más que nadie. A todos nos resulta fácil ver esta escena en el templo de Jerusalén: las grandes huchas de los donativos, gente que iba incluso con sacos y que hacía mucho ruido para que todo el mundo viera lo generosos que eran, y una pobre mujer con sus céntimos, sin que nadie la viera. Solo Jesús se fijó. Dio tal vez lo mínimo, pero lo que tenía para vivir.

A veces tenemos que pensar que en la vida lo importante no es la cantidad, sino la calidad. No se trata de decir "Yo hago muchas cosas, trabajo a todas horas y tengo éxito". Bueno, pero, ¿lo haces con cariño? O, a veces, hay gente que aparentemente hace mucho menos, pero la eficacia de lo que hace, al estar hecho con todo el cariño, con toda la ilusión y poniendo todo el corazón, tiene muchísimo más valor. No es mejor persona quien más tiene, ni es más importante el más rico, ni quien tiene más títulos, ni quien sabe más cosas o parece llegar a todo. De hecho, las personas sencillas, las personas que son pobres, lo poco que dan, cuando lo dan con todo el amor, con toda la ilusión y con un corazón limpio, hacen muchísimo más bien.

Por eso, nosotros tenemos que pensar primero con qué intención hacemos las cosas. Segundo, ¿damos de lo que nos sobra o damos de lo que incluso forma parte de nuestro bienestar? Claro, querer a alguien dedicándole un rato cuando no tenías nada más que hacer está bien. Pero querer de verdad es renunciar a tus planes, renunciar a tus proyectos, renunciar a tu bienestar, e incluso renunciar a un poco de dinero por alguien. Eso es querer de verdad. No estás dando algo que te sobra; estás dando algo que era para tus necesidades y lo estás implicando en los demás.

Por eso, fijaos, el ejemplo de esta pobre mujer viuda siempre quedará para toda la historia como el modelo de alguien cuya limosna no es acumular para después quedarse con algo. Ella entiende que su limosna es su propia vida. Mi limosna es mi tiempo, mi capacidad de comprender, mi voluntad de estar con aquellos que sufren, sobre todo en los momentos más dolorosos de sus vidas. Esa es la limosna que agrada a Dios. Y esa es la donación que realmente importa.

Cuando uno dice: "Tengo siete millones, voy a dar uno", podríamos decir: "Bueno, está bien, bienvenido sea". Pero el problema es cuando uno dice: "Tengo tal vez 70 y voy a dar 65, quedándome con cinco para comer si acaso". Pensemos si sabemos ser generosos o si realmente damos solo lo que nos parece que podemos permitirnos para quedar bien y que no afecte mucho a nuestra vida. Reflexionemos si, cuando amamos a los demás, nos duele; si, cuando amamos a los demás, rompemos nuestros planes; si, cuando amamos a los demás, renunciamos a cosas a las que, en teoría, tendríamos derecho.

Ese es un modo de demostrar que la verdadera limosna es dar la vida, no solo dar tiempo o cosas, sino darme a mí mismo, gratuitamente, a los demás.

TIEMPO ORDINARIO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora