Capítulo 22

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Dorian.
-Ya has bebido demasiado, es suficiente. -Antonio intenta arrebatarme la botella, pero no lo consigue.

La botella vacía sigue entre mis manos, y el licor, aunque quema mi garganta, apenas me importa. Nada importa ahora, excepto el dolor que me consume.

-Soy un idiota, Antonio. -Mis ojos permanecen fijos en la botella vacía, como si pudiera ver a través del vidrio y entender qué hacer. Pero el silencio se hace más pesado con cada segundo.

-No es para tanto. Es solo una mujer. -La voz de Antonio es dura, pero mis dedos se cierran alrededor de la botella con más fuerza. Cuando intento dejarla caer, el vidrio se estampa contra el suelo, rompiéndose en mil pedazos.

Antonio reacciona rápido y hace que mis hombres se queden fuera del despacho, al ver que todo está bajo control. Yo ni siquiera los miro. La frustración me desborda.

-No es solo una mujer, es mi mujer. -La rabia, la impotencia, me hacen levantarme y rodear el escritorio para enfrentarme a él. Mis palabras son más un rugido que una declaración. -No te atrevas a compararla con las demás. Athena es mucho más que las otras mujeres que me rodean.

Antonio no retrocede. Me mira calmado, casi como si esperara lo peor. Un gesto de desprecio atraviesa mi mirada, pero él no se inmuta.

-Si es tan importante para ti, ¿por qué la dejaste ir? -Me pregunta, su voz baja pero cargada de sentido.

El silencio entre nosotros se hace largo, pesado. ¿Qué le voy a responder? Él tiene razón. Me callo. No puedo justificarlo.

-Debes dejar que las cosas se enfríen -sigue Antonio, sin perder la compostura-. Luego la buscas, la enfrentas, le pides perdón.

Es como si me golpeara, esa simple verdad. Pero no puedo esperar. La angustia me consume, me ahoga. El tiempo pasa lentamente, como si se alargara solo para torturarme. Y en mi cabeza, solo hay un pensamiento: Necesito verla, necesito saber que no la perdí para siempre.

El reloj marca las horas y cuando el sol comienza a asomarse por la ventana, ya no puedo quedarme más. Me levanto del despacho, el dolor sigue lacerándome, pero me siento decidido. No hay vuelta atrás.

Bajo las escaleras, mis pasos acelerados, mi mente puesta en un solo objetivo. Abro la puerta, subo al coche y conduje hacia el único lugar que puedo imaginar, donde sé que podría encontrarla.

La primera persona que aparece en mi camino es Neva. Su cabello está desordenado, su rostro cansado, pero aún así me recibe con una mirada desafiante.

-¿Qué haces aquí? -me pregunta, con tono brusco.

-Athena, ¿está aquí? -Mi voz no es más que un susurro, una necesidad. Nada más importa.

-No, no está. Ahora vete. -Intenta cerrar la puerta, pero la detengo con mi mano. No puedo esperar más.

-¡Dímelo! ¿Dónde está? -La empujo a un lado, entrando sin darle tiempo a responder.

-Fue a buscar trabajo. -Su voz llega a mis espaldas, pero ya no me importa. Estoy completamente absorbido por la búsqueda.

-Bien, dile que vine a buscarla. -Mi voz es fría, casi vacía. ¿Por qué hice todo esto? No estoy seguro, solo sé que no puedo dejar que se aleje.

Cuando salgo del departamento, el peso de la frustración me invade. Estoy a punto de humillarme por una mujer. Lo peor de todo es que en el fondo sé que lo haría otra vez.

Mi mente sigue girando, sin encontrar paz, hasta que llego a la constructora. Al cruzar las puertas, el recibimiento es formal, distante, como siempre. Pero dentro de mí, mi alma está hecha pedazos. El aire me falta, mi respiración es más rápida. La calma ya no existe.

El rubí del Emperador [+18] || •Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora