DIEZ

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Freen camina hacia la entrada de la clínica clandestina. Por fuera, el lugar parece cualquier otra construcción de la ciudad: gris, con ventanas cubiertas y una puerta de metal sin distintivos. Nada en la fachada sugiere que allí se practican abortos, lo cual la hace sentir una punzada de inseguridad. Siente sus manos sudar, y el corazón le late tan rápido que casi le duele. Pero sacude la cabeza, empujándose a entrar. "Necesito hacerlo. Tengo que hacerlo", se repite a sí misma.

Dentro, el ambiente es silencioso, casi lúgubre. Al acercarse al mostrador, Freen intenta sonar firme.

—Tengo una cita —dice con voz temblorosa.

La mujer detrás del mostrador le hace un gesto para que tome asiento. "Espere unos minutos, ya la llamarán", le dice sin mirarla siquiera. Freen se sienta y observa el lugar, notando cómo mujeres de todas las edades entran y salen, con expresiones tan frías y apagadas como el ambiente. El tiempo pasa lento, casi tortuoso. Cada segundo aumenta su nerviosismo, y el pensamiento de escapar empieza a asomarse en su mente. Pero entonces recuerda las palabras de Heidi,"Después de esto, todo volverá a la normalidad. Serás libre de nuevo".

Finalmente, después de casi una hora, la llaman. Freen se pone de pie y sigue al hombre mayor que la guía hacia un cuarto pequeño y sin ventanas. Él le indica que se recueste en la camilla y, mientras prepara el equipo, le hace preguntas rutinarias: fecha de su último periodo, síntomas recientes, su decisión final. Freen responde mecánicamente, sin procesar realmente las preguntas.

El doctor aplica gel frío en su abdomen, y Freen siente un escalofrío que le recuerda la última vez que estuvo en una situación similar, pero en circunstancias completamente diferentes. Hace una semana, ella al lado de una Becky que miraba la pantalla, emocionada y nerviosa, mientras escuchaban por primera vez el latido fuerte y claro de su bebé. Pero hoy, está sola, mirando hacia el techo para evitar cualquier atisbo de la pantalla.

Sin embargo, de repente, el sonido familiar inunda el cuarto. Es el latido de su bebé, tan fuerte, tan innegable. Las lágrimas comienzan a correr por su rostro, silenciosas, mientras el sonido la atrapa en una mezcla de sentimientos. Por un instante, cierra los ojos y ve la imagen de Becky, sonriente, con la mano sobre su vientre, hablándole al bebé con ternura. El doctor la saca de su trance.

—La gestación ya está algo avanzada —le dice, sin emoción alguna en su voz—Será una intervención más invasiva y tomará más tiempo, pero no habrá problema.

Freen asiente, intentando borrar de su mente aquel sonido, la sensación de duda y el peso que siente en el pecho. El doctor le indica que salga y espere afuera el llamado de la enfermera. En menos de una hora, asegura, "todo estará resuelto".

Mientras tanto, Becky descansa en el apartamento después de un largo día arreglando los últimos detalles. El lugar se ve más acogedor que nunca, y cada rincón tiene un toque especial que ha pensado para que Freen se sienta bienvenida y parte de su nueva familia. Justo entonces, el teléfono de Becky suena. Al ver que es Nam, contesta al instante, con la esperanza de que sea alguna noticia de Freen.

—¿Nam? ¿Sabes algo de Freen?

Nam suspira al otro lado de la línea, y Becky nota un tono de urgencia en su voz.

—Becky... Freen... ella... está tomando una decisión impulsiva. Está en una clínica, Becky, ella va a abortar.

Becky siente que el suelo se le mueve bajo los pies, y su respiración se acelera.

—¿Dónde está? ¡Dime dónde está!

—No tengo la dirección exacta, solo sé que está cerca de la zona este. Fue algo que Heidi me mencionó, y no pude sacarle más información.

Sin pensarlo, Becky sale corriendo del apartamento, con lágrimas en los ojos y su corazón latiendo con fuerza. Recorre las calles, buscando, llamando a Freen sin respuesta. En cada lugar que encuentra pregunta por ella, describiéndola con desesperación. La ansiedad empieza a apoderarse de ella al darse cuenta de que ya ha pasado más de tres horas, y sigue sin encontrar rastro de Freen.

Finalmente, mientras observa alrededor de la calle, ve a una figura familiar caminando. A lo lejos, la silueta de Freen, con los hombros encorvados, la cabeza gacha, y los ojos rojos de haber llorado. Becky se siente aliviada y aterrada al mismo tiempo. Corre hacia ella, pero se detiene a unos pasos, observándola con el corazón en un puño. La palidez de Freen y la expresión vacía en su rostro le dicen más de lo que cualquier palabra podría.

Becky se acerca, con voz temblorosa y la mirada cargada de dolor.

—¿Lo hiciste? —pregunta, aunque teme la respuesta.

Freen guarda silencio, con los ojos enrojecidos, incapaz de mirarla a los ojos. Becky siente que la rabia y el dolor se mezclan en su interior, formando un torbellino que la consume.

—¡Responde! —grita, su voz quebrada por la angustia—¿Lo hiciste, Freen?

Freen no puede sostener su mirada, pero finalmente, responde con un sollozo, sin palabras. Becky siente que el mundo se le viene abajo. Siente su respiración volverse entrecortada, y sin poder contenerlo más, estalla en lágrimas.

Becky se lleva las manos a la cabeza, en un intento de contener la rabia.
Las lágrimas de Freen caen sin control. Finalmente alza la vista hacia Becky, pero lo único que ve en su mirada es desilusión.

Sin decir nada más, Becky se da la vuelta y empieza a alejarse.

FAMILIA ADOLESCENTE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora