Capítulo 19

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Más tarde, aquella noche, la llevé a su casa en coche. Al principio no estaba segura de si recurrir a la vieja táctica de bostezar alargando el brazo para rodearla con disimulo por el hombro, pero, si he de ser sincera, no sabía exactamente qué sentía ella por mí.

Era cierto que me había dado el regalo más maravilloso que nadie jamás me había hecho y, aunque probablemente nunca abriría aquella Biblia para leerla con el mismo fervor que ella, sabía que para Kara eso suponía desprenderse de una parte esencial de su vida. Pero era la clase de persona que donaría un riñón a un desconocido que acabara de conocer por la calle, si de verdad lo necesitara, así que no estaba exactamente segura de cómo interpretarlo.

Kara me había dicho una vez que no era tonta, y supongo que finalmente yo había llegado a la conclusión de que no lo era. Quizá fuera un poco…, bueno, diferente…, pero ella había deducido lo que yo había hecho por los huérfanos y, analizándolo en retrospectiva, creo que incluso lo sabía cuando estábamos sentadas en el suelo de su comedor contando las monedas. Cuando dijo que era un milagro, supongo que se refería específicamente a mí.

Recuerdo que Jeremiah había entrado en el comedor mientras Kara y yo estábamos hablando de la cantidad total de dinero, aunque no dijo gran cosa. Últimamente, el viejo Jeremiah se comportaba de una forma extraña; por lo menos, a mí me daba esa impresión. Es cierto que en sus sermones seguía abordando la cuestión de la codicia, y todavía hablaba de fornicadores, pero ya no tocaba el tema de homosexualismo, sus sermones eran más cortos que de costumbre; incluso de vez en cuando se tomaba una pausa justo en medio, y entonces lo embargaba aquella extraña mirada melancólica, como si estuviera pensando en otra cosa, en algo verdaderamente triste.

No sabía cómo interpretar su comportamiento, dado que en realidad no lo conocía tan bien. Y Kara, cuando hablaba de su padre, parecía describir a una persona completamente diferente. No podía imaginar a Jeremiah con un gran sentido del humor, de la misma forma que me resultaba imposible imaginar dos lunas en el cielo.

Bueno, la cuestión es que él entró en el comedor mientras hablábamos del dinero recolectado y Kara se puso de pie con aquellas lágrimas en los ojos; Jeremiah no pareció darse cuenta de mi presencia. Dijo que estaba muy orgulloso de ella y que la quería mucho; luego regresó de nuevo a la cocina y volvió a concentrarse en su sermón, sin siquiera saludarme. Ya sé que yo no había sido precisamente la niña más devota de la congregación, pero me pareció que su comportamiento era un tanto extraño.

Mientras estaba pensando en Jeremiah, miré con disimulo a Kara, que estaba sentada a mi lado. Permanecía con la vista fija en la ventana, en actitud risueña, casi sonriente, pero distante a la vez. Sonreí. Quizás estaba pensando en mí. Mi mano empezó a deslizarse por el asiento, acercándose a la de ella, pero, antes de que pudiera rozarla, Kara rompió el silencio.

—¿Alguna vez piensas en Dios?— Me preguntó al tiempo que se giraba hacia mí.

Retiré la mano.

Veamos, cuando pensaba en Dios, normalmente me lo imaginaba como en uno de esos viejos cuadros que había visto en alguna iglesia 《un gigante que planea en el cielo, con una túnica blanca, el pelo largo ondeando al viento y apuntando con su dedo hacia el suelo, o algo por el estilo》 pero sabía que ella no se refería a eso. Kara estaba hablando de los designios del Señor. Tardé un momento en contestar.

—Claro, a veces—

—¿Y alguna vez te has preguntado por qué las cosas son como son?—

Asentí, inquieta.

—Últimamente pienso mucho en eso— Matizó ella.

《¿Incluso más que de costumbre?》me habría gustado preguntarle, pero no lo hice. Podía ver que Kara aún tenía algo más que añadir, así que permanecí callada.

Un Amor Para Recordar (Adaptación Supercorp) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora