Capítulo 20

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Al día siguiente, la recogí a la hora convenida y me alegré al ver que, de nuevo, llevaba el pelo suelto. Se había puesto el jersey que le había regalado, tal y como me había prometido.

Tanto mi madre como mi padre se mostraron bastante sorprendidos cuando les comenté que había invitado a Kara a comer. Para mi madre no suponía ningún esfuerzo extra; cuando mi padre estaba en casa, le pedía a Helen, la cocinera, que preparase comida para un regimiento.

Supongo que no lo había mencionado antes, me refiero a que teníamos cocinera. En nuestra casa había criada y cocinera, no solo porque mi familia podía permitírselo, sino porque además mi madre no era la mejor ama de casa del mundo, que digamos. De vez en cuando, me preparaba un bocadillo para comer, pero algunas veces, cuando se manchaba las uñas de mostaza, se pasaba tres o cuatro días sin preparármelos. Sin Helen, me habría criado comiendo puré de patatas requemado y bistecs con la textura de una goma de mascar.

Mi padre, afortunadamente, se había dado cuenta de esa poca habilidad de mi madre tan pronto como se casaron, y por eso la cocinera y la criada habían estado a nuestro servicio desde que yo había nacido.

Aunque nuestra casa fuera más grande que la mayoría en el vecindario, no se asemejaba a un palacio ni nada parecido, y ni la cocinera ni la criada vivían con nosotros, porque no disponíamos de un alojamiento independiente para ellas.

Mi padre había comprado la casa por su valor histórico. A pesar de que no era donde había vivido Barbanegra 《lo cual habría sido más interesante para alguien como yo》, había pertenecido a Richard Dobbs Spaight, uno de los firmantes de la Constitución. Spaight también era el propietario de un rancho en los connes de New Bern, a unos sesenta y cinco kilómetros, allí era donde estaba enterrado.

Nuestra casa no era tan famosa como el rancho donde estaba enterrado Dobbs Spaight, pero le permitía alardear en los pasillos del congreso; cuando se paseaba por el jardín, su cara de satisfacción era más que evidente, como si soñara con el legado que pensaba dejar. En cierto modo, eso me entristecía, porque, por más que se lo propusiera, nunca superaría al bueno de Richard Dobbs Spaight.

Acontecimientos históricos como firmar la Constitución solo pasaban una vez cada varios siglos, lo interpretaras como lo interpretaras, debatir sobre los subsidios de los campesinos que se dedicaban a la cosecha de tabaco o hablar acerca de 《la inuencia roja》 nunca podría igualarse a ese honor. Incluso alguien como yo se daba cuenta de eso.

Nuestra casa estaba ubicada en el distrito histórico 《 todavía lo está,supongo》, aunque Kara ya había estado allí una vez, volvió a quedar impresionada cuando atravesó el umbral.

Mi madre y mi padre se habían vestido para la ocasión, igual que yo, y mi madre le dio un beso de bienvenida a Kara en la mejilla. Mientras contemplaba cómo se saludaban, no pude evitar pensar que mi madre se me había adelantado a la hora de besarla.

Disfrutamos de una cena deliciosa, aunque nada extraordinaria, compuesta por cuatro platos, pero no resultó pesada ni nada por el estilo. Mis padres y Kara mantuvieron una conversación de lo más 《maravillosa, hablo así en honor a la señorita Garber》y, aunque intenté intervenir con mi particular sentido del humor, no funcionó muy bien, por lo menos en lo que concierne a mis padres. Kara, en cambio, sí que rio, y lo interpreté como una buena señal.

Tras la cena, la invité a dar un paseo por el jardín, a pesar de que era invierno y las ores no estaban en su esplendor. Después de ponernos los abrigos, salimos a la intemperie, bajo el inclemente aire gélido invernal. Cada vez que resoplábamos, podía ver el vaho que se escapaba por nuestras bocas y formaba pequeñas nubes.

—Tus padres son fantásticos— Me dijo. Supongo que no se había tomado a pecho los sermones de Jeremiah.

—Sí, lo son, a su manera— Respondí. —Mi madre es una persona muy dulce—

Un Amor Para Recordar (Adaptación Supercorp) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora