Distancia Invisible

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Sara no podía dejar de pensar en lo sucedido en su casa esa noche. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen del hombre enmascarado aparecía en su mente, y la sensación de peligro, como un vórtice invisible, la absorbía. Sin embargo, lo que más la inquietaba era Álex. Aunque le había salvado, algo en su actitud y en sus palabras no dejaba de darle vueltas. La forma en que había entrado tan repentinamente, su frialdad calculada, todo eso la desconcertaba.

La semana siguiente transcurrió con un silencio extraño entre ellos. Álex intentaba hablarle con normalidad, pero Sara respondía de forma cortante, casi mecánica. No era que no le agradeciera lo que había hecho por ella, pero las piezas del rompecabezas empezaban a no encajar.

Al principio, él le enviaba mensajes todos los días, pero Sara los leía sin responder, o al menos no con la misma calidez de antes. Ya no se sentía tan segura, ni tan protegida. Empezó a notar los pequeños detalles que antes había pasado por alto. El hecho de que Álex siempre parecía estar "por casualidad" cerca de ella, de que siempre sabía dónde estaba y qué hacía. Las palabras del hombre enmascarado resonaban en su mente: "Ella no tiene idea de lo que está pasando."

Era un viernes por la tarde, y Sara caminaba por el parque cerca de su casa, sumida en sus pensamientos, cuando el sonido de un mensaje interrumpió su reflexión. Era un texto de Álex.

Álex: "Te veo más distante últimamente. ¿Estás bien?"

Sara miró el mensaje en su pantalla, sintiendo cómo una punzada de incomodidad la atravesaba. No sabía qué responder. Sabía que no podía seguir actuando como si nada hubiera pasado, pero tampoco quería discutir con él, no sin tener claro qué estaba ocurriendo en su vida.

Finalmente, después de unos segundos, escribió de manera breve:

Sara: "Estoy bien. Solo necesito un poco de espacio, Álex."

Ni bien envió el mensaje, sintió una mezcla de alivio y culpa. Sabía que estaba empezando a alejarse de él, pero no sabía si eso era lo correcto. Después de lo sucedido, su mente se llenaba de dudas, y ya no podía ignorar la sensación de estar atrapada en una red que ella no había elegido.

Cuando llegó a su casa esa noche, Álex la estaba esperando afuera. La luz tenue del farol iluminaba su rostro, y a pesar de que parecía tranquilo, Sara podía ver algo en sus ojos, como si estuviera buscando una respuesta que no estaba dispuesto a aceptar.

"Te vi en el parque," dijo Álex, sin saludarla. Su tono era suave, pero había una firmeza inquietante detrás de sus palabras. "Te has estado distanciando de mí, ¿por qué?"

Sara lo miró con una mezcla de desconcierto y cansancio. "Álex, no es eso... es solo que... no sé qué está pasando entre nosotros. Las cosas se están volviendo raras."

Álex no dijo nada, solo la observó por un largo momento, como si estuviera evaluando sus palabras. El silencio entre ellos se hacía denso, como si una pared invisible hubiera comenzado a levantarse.

"¿A qué te refieres con 'raras'?" preguntó, dando un paso hacia ella. "Te he estado cuidando, Sara. Siempre te he protegido. ¿No lo ves?"

Sara retrocedió un paso, sin poder evitarlo. "No quiero que me cuides todo el tiempo. No necesito que me vigiles." Las palabras salieron de su boca sin pensarlo demasiado, pero una vez que las dijo, sintió cómo el aire entre ellos se volvía aún más pesado.

Álex la miró, sin una respuesta inmediata. Sus ojos se oscurecieron, y por un momento, Sara sintió que había dicho algo que no debía.

"No se trata de vigilarte, Sara," dijo finalmente, su voz un poco más baja, casi como si estuviera tratando de calmarse. "Se trata de asegurarnos de que estés bien, de que nada te pase."

Pero el tono en su voz no la tranquilizó, todo lo contrario. Algo en él sonaba demasiado posesivo, demasiado decidido, como si estuviera tratando de convencerla de algo que ella ya no estaba tan segura de querer.

En ese instante, el móvil de Sara vibró nuevamente en su bolsillo. Era otro mensaje de Álex.

Álex: "Podemos hablar de esto más tarde. Yo siempre estaré aquí."

Sara no lo leyó. Sabía que las palabras, aunque amables, no eran suficientes para calmar la tormenta que empezaba a formarse en su interior. Decidió no responder, y sin decir nada más, entró en su casa, cerrando la puerta detrás de ella con más fuerza de lo habitual.

Esa noche, Sara no pudo dormir. Pasó horas mirando al techo, dándole vueltas a todo lo que había sucedido: los secretos, las sombras de Álex que empezaban a surgir, la forma en que todo parecía cada vez más fuera de control. Cada vez que pensaba en él, el miedo se asentaba en su pecho.

"¿Qué está pasando realmente?" susurró para sí misma, mientras se abrazaba las rodillas, esperando que la oscuridad la ayudara a encontrar alguna respuesta.

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