Sal de mi piel

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―Sal de mi piel, Malfoy... ―la sala común de la torre de prefectos estaba desierta sin contar con la presencia de Draco, de pie a poca distancia de Hermione. 

Todo el mundo estaba en el Gran Comedor. La hora de la cena era el momento en que todos disfrutaban compartiendo las novedades del día, así que no habría nadie que los interrumpiera, al menos durante un buen rato.

La voz de Hermione sonó con furia, una que enmascaraba el deseo que se había instalado férreamente en su cuerpo luego del primer acercamiento que ella y Draco habían tenido unos días antes. Él, aburrido, empezó a provocarla para poder discutir con ella porque, aunque se empeñara en negarlo, Draco disfrutaba de las peleas que tenía con Hermione porque era una excelente contrincante cuando de ingenio se trataba. Pero, lo que ninguno de los dos esperó, ni en sus más locas fantasías, fue que el resultado de esa discusión consistiera en ambos tirados en el suelo junto a la chimenea, enredados en los brazos del otro, en emociones que no podían comprender y en una situación que los había tenido obsesionados con volver a probar la piel del otro.

―Si de verdad quisieras eso, dejarías de mirarme como lo estás haciendo ahora, Hermione―, Draco pudo percibir un ligero temblor que recorrió el cuerpo de la chica cuando escuchó su nombre, envuelto en una sedosa caricia. Hermione pudo ver que los ojos de Draco estaban oscurecidos cuando él se acercó un paso hacia ella―. Mírame a los ojos y dime, con toda esa estúpida honestidad de los Gryffindor, que quieres que te deje en paz―, una sensación de vacío se instaló ferozmente en el pecho de la chica cuando escuchó el tono desafiante en la voz de Draco.

Cerró los ojos un momento para poder concentrar sus pensamientos sin estar atada a esa hipnótica mirada. Inhalando profundamente, Hermione abrió los ojos ―quiero que me dejes en paz. Quiero arrancarme de la piel las marcas que dejaste. Quiero...

Draco rió brevemente. Un sonido breve y aterciopelado ―pequeña mentirosa ―dijo, acercándose otro paso.

―Te odio ―dijo Hermione con los dientes apretados.

― ¿Eso te detuvo la ocasión anterior? ―Draco ladeó la cabeza, sonriendo―, o en esa ocasión no me odiaste lo suficiente como para detener tus manos cuando me quitaste la ropa y...

―Eso no significó nada ―sabía que se estaba contradiciendo pero, estaba empezando a sentir que perdía el control.

Draco cerró la distancia que quedaba entre ellos con un último paso. Con la ligereza de una pluma, rozó el brazo de Hermione con las yemas de sus dedos, sintiendo que ella temblaba y se retorcía ligeramente, evitando mirarlo. Con la otra mano, puso dos dedos bajo la barbilla de la chica, levantando su mentón hasta que sus ojos cafés volvieron a mirarlo―. Por supuesto que no ―dijo, inclinándose hasta el cuello de la chica, inhalando profundamente el aroma de su perfume, mezclado con la esencia de su piel. Subió su cara hacia su oreja, presionando suavemente sus labios mientras susurraba―, dilo todas las veces que quieras hasta que te lo creas. Porque yo no te creo.

Hermione cerró los ojos con fuerza, intentando ignorar cómo la cercanía de Draco hacía que cada centímetro de su piel se erizara. Odiaba lo mucho que lo deseaba. Odiaba que, incluso ahora, cuando lo que sentía era una mezcla de rabia y desesperación, todo su ser se inclinaba hacia él. Intentó empujarlo, pero en lugar de apartarlo, sus manos se quedaron enredadas en su camisa, arrugándola entre sus dedos. Cuando él la miró, algo en ella se rompió.

La línea entre odio y deseo desapareció, y de repente sus labios chocaron con los de él, un beso feroz, lleno de frustración y una necesidad desesperada. Draco la atrapó contra él, sus manos recorriendo su espalda como si intentara grabar su tacto en su piel.

―Esto no está bien ―jadeó Hermione cuando sus labios se separaron, pero sus manos ya estaban desabotonando su camisa, sus dedos moviéndose con una urgencia que contradijo sus palabras.

― ¿Acaso importa, Granger? ―Draco respondió, mientras sentía que sus manos se deslizaban por sus brazos, quitándole la camisa a gran velocidad. Las siguientes palabras fueron arrebatadas de su boca cuando sintió los labios y la lengua de ella, trazando las cicatrices en su pecho, producto de la pelea con Potter el año anterior.

―Esto no cambia nada ―Hermione dijo luego de empujar a Draco contra el sillón, sentándose a horcajadas sobre él.

Draco apartó el cabello de su cuello para poder morderla y besarla con libertad ―claro que sí ―dijo, presionando besos en la trémula piel de la chica―. Y tú lo sabes.

Sus cuerpos se movieron juntos como si estuvieran luchando, no por el control, sino por algo más visceral, más primitivo. La ropa de Hermione cayó al suelo, y la de él no tardó en seguirla. Sus dedos exploraron piel desnuda, marcando y reclamando, como si intentaran borrar las cicatrices invisibles que cada uno había dejado en el otro durante años.

Hermione cerró los ojos cuando él la levantó, apoyándola contra el suave asiento del sofá. Un jadeo escapó de sus labios cuando sus cuerpos se unieron, y por un momento, todo desapareció: los insultos, las batallas y la guerra que amenazaba con alcanzarlos al salir del colegio.

―Esto es un error ―jadeó ella, aunque no hizo nada por detenerlo, por apartarse de él.

―Déjame ser tu error favorito, Granger ―susurró Draco contra el oído de Hermione, antes de perderse por completo en ella.

Hermione se arqueó contra él cuando sintió que algo frío, duro e irregular se frotaba contra el nudo de nervios en el centro de su cuerpo. Su anillo. El placer que le causaba la fricción contra el anillo de su familia, fue suficiente para arrancarle un jadeo que él atrapó con su boca.

―Sal de mi piel―, susurró de nuevo, esta vez con la voz rota por el placer y la angustia.

―No puedo―, dijo él con un gruñido, sus palabras roncas contra su oído mientras se movía dentro de ella, llevando a ambos al borde del abismo―. Porque tú te has grabado en la mía.

Cuando todo terminó, Hermione se quedó apoyada en su pecho, escuchando los latidos de su corazón mientras intentaba calmar los suyos. Draco no dijo nada, pero la forma en que sus manos permanecieron en su cintura, sosteniéndola con suavidad, decía más de lo que las palabras podrían.

―Esto no puede volver a pasar―, dijo Hermione, aunque la firmeza en su voz se desvaneció al sentir cómo él hundía su rostro en su cabello, inhalando profundamente.

―Claro―, respondió Draco, pero no se movió, y ella tampoco.

Porque el problema no era simplemente salir de la piel del otro.

El problema era que, por más que lo intentaran, ninguno de los dos quería hacerlo.

Ignorando los deseos de su cuerpo por permanecer un poco más junto a él, Hermione se levantó del sofá y empezó a vestirse, evitando su mirada.

―Esto tiene que parar ya, Malfoy ―dijo en un susurro, temiendo que el temblor en su voz traicionara sus palabras.

― ¿Por qué sigues resistiéndote, Hermione? ―Preguntó Draco, su tono era más cansado que desafiante―, ¿es por lo que piensas de mí, o por lo que piensas de ti misma cuando estás conmigo?

La pregunta se quedó suspendida en el aire mientras Hermione se dirigía hacia la puerta. Pero antes de salir, giró para encontrarse con la mirada de él, llena de abandono, de emociones encontradas.

―Porque cuando estás cerca, Draco... no sé quién soy.

Y con eso se fue, dejando a Draco solo en la sala común, rodeado de las verdades que ambos seguían intentando negar.


14, 000, 605Donde viven las historias. Descúbrelo ahora