Las semanas transcurrieron sin grandes eventos, pero con un cambio sutil en la relación entre Anastasia y Gabriel. A pesar de las reuniones programadas por sus familias —comidas, paseos, compromisos sociales compartidos—, ambos seguían manteniendo una actitud reservada hacia el futuro que les imponían. Sin embargo, había algo en su trato mutuo que ya no era completamente hostil.
No fue una transformación drástica, sino más bien un lento deshielo. Las conversaciones, al principio corteses y breves, comenzaron a extenderse de manera natural. Hablaron de temas triviales al principio: anécdotas familiares, lecturas recientes, noticias de interés. Pero poco a poco, se encontraron compartiendo fragmentos de su día a día, pequeños detalles que solo tenían sentido para ellos.
Una tarde de lluvia, se reunieron en la cafetería del centro de la ciudad, un lugar neutral que sus familias aprobaban por su ambiente tranquilo. Gabriel llegó primero, pidiendo un café para combatir el frío. Cuando Anastasia llegó, con el cabello apenas humedecido por las gotas de lluvia, él se levantó para saludarla.
—Parece que el clima no nos da tregua —comentó mientras ella dejaba su abrigo en el respaldo de la silla.
—Mejor lluvia que otra de esas cenas interminables en casa de tus padres —respondió Anastasia con una sonrisa tenue.Había algo más relajado en su tono, pero ninguno de los dos parecía dispuesto a admitir que esa comodidad podía interpretarse como cercanía.
La conversación fluyó con la misma naturalidad a la que se habían acostumbrado. Aunque no lo decían, los encuentros se habían convertido en un espacio donde podían hablar sin el peso de las expectativas familiares. Ese día, la charla giró en torno a los planes que ambos habían tenido antes de que sus familias decidieran unir sus destinos.
—¿Sabes? Antes de todo esto, pensaba irme un tiempo a Italia —confesó Gabriel mientras giraba distraídamente su taza sobre el platillo.
—¿Italia? ¿Por qué? —preguntó Anastasia con genuina curiosidad.
—Siempre quise aprender más sobre el piano, sus acordes y la música en si. Hay algo en los instrumentos de cualquier tipo que me inspira. Pero ahora... —se encogió de hombros, dejando la frase inconclusa.Anastasia asintió, entendiendo perfectamente lo que no dijo.
—Yo quería trabajar en un estudio de arte en París —dijo después de un momento.
—¿París? No lo sabía.—No creo que nadie lo sepa. Es algo que siempre imaginé, pero nunca compartí porque... bueno, ya ves cómo son nuestras familias. —Anastasia se recargó en la silla, cruzando los brazos.
Por un instante, se miraron en silencio, como si compartieran un entendimiento tácito. Sus sueños, aunque diferentes, tenían algo en común: ambos deseaban una vida que no estuviera atada a las expectativas familiares.
—Supongo que eso es lo que más me molesta de todo esto —dijo Gabriel, rompiendo el silencio—. Nos están obligando a elegir un futuro que no planeamos, uno que nunca pedimos.
—Por eso debemos seguir demostrando que esto no funcionará —afirmó Anastasia con firmeza. Había una chispa de determinación en su mirada que a Gabriel no le pasó desapercibida.
A pesar de los momentos de complicidad que compartían, ambos seguían siendo fieles al propósito inicial: evitar que sus familias ganaran esta batalla. No se trataba de desprecio mutuo, sino de proteger lo poco que les quedaba de libertad.
Más tarde, mientras caminaban por el parque cercano al atardecer, Gabriel se detuvo frente a un lago pequeño rodeado de árboles desnudos por el otoño.
—¿Alguna vez has pensado en cómo sería todo si pudiéramos decidir por nuestra cuenta? —preguntó, mirando el reflejo de las ramas en el agua.
—Todo el tiempo —respondió Anastasia sin dudar. Luego, añadió con una media sonrisa—. Pero si pudiéramos decidir, esto no estaría pasando.
Gabriel soltó una risa breve, sin alegría.
—Eso es lo irónico, ¿no? Aquí estamos, intentando escapar de algo que se supone que nos haría felices.—¿Y crees que lo lograrán? ¿Hacernos felices, quiero decir? —preguntó Anastasia, girándose para mirarlo directamente.
—No lo sé. Pero no quiero averiguarlo a costa de lo que quiero para mí.
Anastasia asintió, sintiendo que esas palabras resonaban con las suyas propias. Mientras caminaban de regreso, ambos mantenían ese mismo pensamiento: aunque el tiempo les había permitido conocerse mejor, no estaban dispuestos a dejar que eso se convirtiera en una excusa para aceptar el destino que otros habían trazado para ellos.
La complicidad entre ellos era real, pero no implicaba rendirse. A pesar de los momentos que compartían, el pacto tácito seguía siendo el mismo: resistir juntos, cada uno con sus propios motivos, pero siempre como aliados en una causa que aún los unía.
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Bajo el brillo de Nueva York
Teen FictionGabriel y Anastasia son obligados a casarse en contra de su voluntad, ellos, buscarán un plan, para evadir tal union. Pero con el tiempo se enamoran, ¿será posible la unión entre Gabriel y Anastasia?