El viento golpeaba suavemente contra los ventanales del salón principal en la casa de los Rivera, un eco constante que llenaba el aire mientras Gabriel observaba el piano de cola que dominaba la habitación. Estaba allí desde niño, como parte del mobiliario que daba prestigio al hogar, pero para él siempre había sido algo más. Sin embargo, desde que las expectativas familiares comenzaron a moldear cada aspecto de su vida, el piano había caído en un silencio que Gabriel no se había atrevido a romper.
Anastasia llegó unos minutos más tarde, envuelta en un abrigo gris que combinaba perfectamente con el tono melancólico del día. Habían acordado reunirse allí para un encuentro informal, lejos de las miradas inquisitivas de sus familias, aunque ambos sabían que las expectativas siempre estaban presentes, incluso en su ausencia.
—¿Y esta vez cuál es el plan? —preguntó Anastasia mientras se quitaba el abrigo y lo dejaba sobre el respaldo de una silla.
Gabriel se encogió de hombros, un gesto que parecía más resignado que casual.
—¿Plan? Hoy no hay plan. Sólo quería... desconectar un poco.Anastasia arqueó una ceja, sorprendida por el cambio de actitud.
—Eso es inesperado. Pensé que eras el del cronograma impecable.Gabriel soltó una risa breve, más amarga que divertida.
—Eso es lo que ellos quieren que sea. Tal vez estoy empezando a cuestionarlo.Anastasia no respondió de inmediato. Había algo en la forma en que Gabriel hablaba últimamente, una chispa de inconformidad que resonaba con la suya propia.
—Entonces, ¿qué haces para desconectar? —preguntó finalmente.
Él dudó por un momento antes de señalar el piano.
—Antes solía tocar. Pero ahora... bueno, hace tiempo que no lo hago.Anastasia se acercó al instrumento, pasando los dedos por la madera pulida.
—¿Y qué te detiene?Gabriel no respondió. En lugar de eso, se sentó frente al piano, dejando que sus manos descansaran sobre las teclas. No tocó de inmediato, pero el simple acto de estar allí parecía liberarlo de una tensión invisible.
—¿Tú haces algo parecido? —preguntó él, rompiendo el silencio.
—A veces. Pinto, cuando puedo.
—¿Qué pintas?
Anastasia sonrió ligeramente.
—Cosas que no puedo decir en voz alta.Gabriel alzó la vista, intrigado, pero no insistió. En cambio, dejó que sus dedos comenzaran a moverse por las teclas, al principio de manera vacilante, luego con más confianza. Las notas llenaron la habitación, una melodía suave y melancólica que parecía hecha a medida para el momento.
Anastasia lo observó en silencio, impresionada. No por su habilidad —aunque era evidente que la tenía—, sino por lo natural que parecía en ese espacio. Durante unos minutos, la música fue lo único que existió, y cuando Gabriel terminó, el aire se sintió extrañamente cargado, como si algo más hubiera pasado entre ellos.
—Tocas bien —dijo Anastasia finalmente, con un tono neutral que ocultaba lo que realmente pensaba.
—Gracias. Es una pieza que nunca terminé.
—Tal vez deberías hacerlo.
Gabriel la miró, como si estuviera considerando la idea por primera vez en años.
—¿Qué harías tú, si tuvieras todo el tiempo del mundo?La pregunta tomó a Anastasia por sorpresa. Se sentó en una silla cercana, cruzando las piernas mientras pensaba en su respuesta.
—Pintaría. Viajaría. Probablemente pasaría más tiempo lejos de todo esto.—¿Todo esto?
—Sí. La presión, las expectativas, las decisiones que otros toman por nosotros.
Gabriel asintió lentamente, comprendiendo exactamente a lo que se refería.
—¿Y si no tuvieras que escapar?—Entonces pintaría lo que veo —respondió Anastasia, con una sonrisa que tenía algo de tristeza y algo de desafío.
Gabriel dejó escapar una risa breve.
—Quizás deberíamos crear ese espacio.—¿Qué espacio?
—Uno donde podamos hacer lo que realmente queremos, aunque sea por un rato.
La idea quedó flotando en el aire, pero no era solo una sugerencia. Durante las semanas siguientes, tanto Gabriel como Anastasia comenzaron a buscar pequeños momentos para recuperar las partes de sí mismos que habían quedado relegadas.
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Una tarde, Gabriel llevó a Anastasia a un estudio de música donde solía ensayar antes de que las exigencias familiares se interpusieran. El lugar estaba casi vacío, y la acústica perfecta hacía que cada nota se sintiera más intensa.
—¿Vas a tocar algo? —preguntó Anastasia, sentándose en un taburete cercano.
—Sólo si tú pintas algo —respondió él con una sonrisa.
Anastasia lo miró con fingida incredulidad, pero aceptó el reto. Había traído consigo un pequeño cuaderno de bocetos y lápices, algo que siempre llevaba por si acaso. Mientras Gabriel tocaba, ella comenzó a dibujar, dejando que las líneas fluyeran al ritmo de la música.
La tarde pasó rápidamente, y cuando finalmente se detuvieron, Anastasia le mostró lo que había creado: un dibujo de manos tocando un piano, pero en lugar de un instrumento realista, las teclas parecían fusionarse con las olas del mar.
—Es... diferente —dijo Gabriel, impresionado.
—La música siempre me ha recordado al agua. Supongo que eso salió sin pensarlo demasiado.
Gabriel sonrió.
—Creo que deberías pintarlo algún día.—Y tú deberías terminar esa pieza.
El intercambio se sintió más importante de lo que ninguno de los dos admitió. Era como si, en esos pequeños actos creativos, estuvieran empezando a construir algo que les pertenecía solo a ellos.
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El camino de regreso estuvo marcado por un silencio cómodo. Ambos sabían que lo que habían compartido esa tarde era un recordatorio de lo que podían ser, incluso bajo la sombra de las decisiones familiares.
Aunque ninguno lo dijo en voz alta, empezaban a darse cuenta de algo: tal vez, solo tal vez, la idea de estar juntos no era tan terrible como habían creído al principio. Sin embargo, ambos seguían determinados a evitar la boda, no porque estuvieran en contra del otro, sino porque aún soñaban con la posibilidad de decidir su propio destino.
Para ellos, estas pequeñas escapadas eran más que un acto de rebelión; eran un espacio donde podían ser sinceros consigo mismos. Y en ese espacio, algo empezaba a crecer, lento pero constante, como una semilla plantada en tierra fértil.
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Bueno me voy a dormir, hoy escribí de una manera excesiva.
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Bajo el brillo de Nueva York
Teen FictionGabriel y Anastasia son obligados a casarse en contra de su voluntad, ellos, buscarán un plan, para evadir tal union. Pero con el tiempo se enamoran, ¿será posible la unión entre Gabriel y Anastasia?