Capítulo 8: "Las Sombras de la Obligación"

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Las semanas siguientes transcurrieron en un delicado equilibrio entre la resistencia y la colaboración. Gabriel y Anastasia habían perfeccionado el arte de prolongar el proceso de organización de la boda sin levantar demasiadas sospechas. Cada decisión tomada parecía abrir la puerta a nuevos retos y complicaciones: los proveedores más reputados no estaban disponibles en las fechas sugeridas, los decoradores proponían diseños que requerían materiales difíciles de conseguir, y los posibles lugares para la ceremonia resultaban ser demasiado pequeños, demasiado grandes o, simplemente, inadecuados.


Sin embargo, las familias Rivera y Rustici comenzaban a inquietarse. Los padres de Gabriel habían dejado de lado la paciencia que inicialmente mostraron, y los de Anastasia empezaban a presionar con sutileza. La fachada cuidadosamente construida por ambos jóvenes comenzaba a resquebrajarse.

Una tarde, mientras caminaban por los pasillos del conservatorio de música donde Gabriel practicaba ocasionalmente, Anastasia lo encontró frente a un piano de cola, sus dedos deslizándose por las teclas con una facilidad que parecía casi natural. La melodía que tocaba era melancólica, cargada de emociones contenidas. Anastasia se detuvo a observarlo, sintiendo por un momento una conexión inexplicable con la música que emanaba de aquel piano.

Cuando terminó de tocar, Gabriel levantó la mirada y la encontró apoyada en el marco de la puerta, con los brazos cruzados.
—Tienes talento —dijo ella con una media sonrisa, su tono ligero pero sincero.

Él se encogió de hombros, sin dejar de mirarla.
—Es mi forma de aclarar la mente cuando las cosas se complican. Y últimamente, parece que siempre lo están.

Anastasia se acercó, sentándose a su lado en el banco del piano.
—Quizás deberíamos considerar una forma más sencilla de manejar esto. Tal vez sea momento de ser más... directos.

Gabriel arqueó una ceja, intrigado.
—¿Qué quieres decir?

Ella soltó un suspiro, bajando la mirada hacia las teclas.
—Nos estamos quedando sin tiempo. Si seguimos alargando esto, eventualmente nuestras familias se darán cuenta de que no estamos tan comprometidos con la idea de la boda como intentamos aparentar.

Gabriel dejó escapar una risa seca.
—¿Y cuál es la alternativa? ¿Confesar que no queremos casarnos y desatar una guerra entre nuestras familias?

—No —respondió Anastasia, con una seriedad inesperada—. Pero tampoco podemos seguir jugando a este tira y afloja para siempre. Necesitamos algo más grande, algo que desvíe la atención de la boda por completo.

Gabriel frunció el ceño, considerando sus palabras.
—¿Algo como qué?

Anastasia se quedó en silencio por un momento, sus pensamientos girando a toda velocidad. Finalmente, alzó la mirada hacia él.
—Un conflicto externo. Algo que haga que nuestras familias se distraigan lo suficiente como para olvidarse de la boda, aunque sea temporalmente.

—Eso suena... peligroso —admitió Gabriel, apoyando los codos sobre las rodillas—. Y probablemente muy difícil de lograr.

—Quizás. Pero si no hacemos algo pronto, estaremos atrapados.

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Esa misma noche, Anastasia comenzó a investigar posibles formas de crear el "conflicto externo" que había mencionado. No se trataba de causar problemas reales, sino de encontrar algo que desviara la atención de sus familias. Una posible inversión en conjunto que resultara complicada de negociar, un proyecto benéfico que demandara tiempo y recursos... Las posibilidades eran muchas, pero todas requerían precisión y un plan bien pensado.

Mientras tanto, Gabriel intentaba calmar las aguas en casa. Su padre había comenzado a insistir en fijar una fecha definitiva para la boda, alegando que el prolongado período de preparación comenzaba a dañar la imagen de ambas familias. La presión se intensificaba, y Gabriel sabía que no podrían sostener su estrategia mucho más tiempo.

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Unos días después, ambos se encontraron en un café del centro, lejos de las miradas inquisitivas de sus familias. La lluvia caía suavemente fuera del ventanal, creando una atmósfera tranquila pero cargada de tensión.

—¿Has encontrado algo? —preguntó Gabriel, mientras removía su café con aire distraído.

Anastasia asintió, sacando una carpeta de su bolso y colocándola sobre la mesa.
—Esto es lo que se me ocurrió. Hay una exposición de arte en París en unos meses. Es un evento exclusivo, y las invitaciones son limitadas. Podría convencer a mis padres de que asistir es fundamental para nuestra reputación familiar.

Gabriel examinó la carpeta, frunciendo el ceño.
—¿Y cómo encajo yo en esto?

—Simple —respondió Anastasia, con un destello de emoción en su mirada—. Si tú también muestras interés, podríamos hacer que nuestras familias consideren la idea de que este viaje sea una especie de "extensión" del período de cortejo. Podríamos argumentar que este tiempo juntos en un entorno más cultural podría consolidar nuestra relación.

Gabriel dejó escapar una carcajada baja.
—¿Y crees que se lo van a creer?

Anastasia se encogió de hombros.
—Es lo mejor que tenemos. Además, no creo que quieran desaprovechar la oportunidad de alardear de nuestra presencia en un evento de esa magnitud.

Gabriel asintió lentamente, viendo el potencial en el plan.
—De acuerdo. Intentemos convencerlos.

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El plan resultó ser más difícil de implementar de lo esperado. Convencer a sus familias de la importancia del viaje requirió largas conversaciones, argumentos cuidadosamente estructurados y un poco de manipulación emocional. Pero finalmente, lograron su objetivo. Sus padres aceptaron la idea, aunque no sin condiciones: el viaje debía ser breve, y a su regreso, la boda debía tener una fecha definitiva.

Aunque la victoria era parcial, tanto Gabriel como Anastasia sintieron una chispa de alivio. Habían ganado tiempo, aunque sabían que este triunfo era efímero.

Bajo el brillo de Nueva York Donde viven las historias. Descúbrelo ahora