© Diecisiete

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Emma se sintió renovada después de terminar de ducharse. El agua caliente y el jabón habían sido un lujo que no había disfrutado en meses. Se había acostumbrado a vivir en un mundo donde la supervivencia era lo único que importaba, y donde la higiene personal era un lujo que no siempre se podía permitir.

Pero ahora, a bordo del barco "Arturo Prat", Emma se sentía como si hubiera regresado a la civilización. La ducha caliente y el jabón habían sido un regalo para su cuerpo y su alma. Se sintió limpia y renovada, lista para enfrentar los desafíos que se avecinaban.

Lucas, por su parte, también había aprovechado la ducha. Se había sentido un poco incómodo al principio, ya que no estaba acostumbrado a la comodidad y el lujo que ofrecía el barco. Pero después de ducharse, se sintió revitalizado y listo para enfrentar lo que viniera.

Mientras tanto, el capitán del barco estaba en la cubierta, mirando hacia el horizonte. Su rostro estaba serio y preocupado, ya que sabía que la situación en la tierra era cada vez más desesperada.

— Allá en la tierra hay mucha gente más, Capitán — dijo uno de los tripulantes, acercándose a él. — Esto se está saliendo de control. ¿Qué pasará con cierta parte de la población?

El capitán suspiró y se pasó la mano por la barbilla. Sabía que la pregunta era difícil de responder, ya que la situación en la tierra era cada vez más caótica.

— No lo sé — dijo finalmente. — Pero lo que sí sé es que debemos hacer todo lo posible para ayudar a aquellos que lo necesitan. Vamos a seguir adelante y ver qué podemos hacer para ayudar a la gente que está sufriendo en la tierra.

El capitán asintió con la cabeza, sintiendo un peso en sus ojos. Había estado despierto durante horas, dirigiendo el barco y asegurándose de que todos a bordo estuvieran a salvo. Su esposa, María, se acercó a él y le puso una mano en el hombro.

— Debes estar cansado, es hora que duermas un poco, capitán — dijo ella, sonriendo. — Yo puedo tomar el mando por un rato.

El capitán sonrió, agradecido por la preocupación de su esposa. María había sido su apoyo desde el principio de su viaje, y él no sabía qué haría sin ella.

— Está bien, María — dijo él, asintiendo con la cabeza. — Tú toma el mando por un rato. Yo voy a descansar un poco.

María asintió con la cabeza y se dirigió a la timonera del barco. El capitán se dirigió a su camarote, sintiendo un gran alivio al poder descansar finalmente. Se acostó en su cama y cerró los ojos, sintiendo el movimiento suave del barco en el agua.

Mientras tanto, María se quedó en la timonera, vigilando el horizonte y asegurándose de que el barco siguiera su rumbo. Ella sabía que el viaje no sería fácil, pero estaba dispuesta a hacer todo lo posible para ayudar a su esposo y a los demás a bordo.

El capitán asintió con la cabeza, sintiendo un peso en sus ojos. Había estado despierto durante horas, dirigiendo el barco y asegurándose de que todos a bordo estuvieran a salvo. Su esposa, María, se acercó a él y le puso una mano en el hombro.

— Debes estar cansado, es hora que duermas un poco, capitán — dijo ella, sonriendo. — Yo puedo tomar el mando por un rato.

El capitán sonrió, agradecido por la preocupación de su esposa. María había sido su apoyo desde el principio de su viaje, y él no sabía qué haría sin ella.

— Está bien, María — dijo él, asintiendo con la cabeza. — Tú toma el mando por un rato. Yo voy a descansar un poco.

María asintió con la cabeza y se dirigió a la timonera del barco. El capitán se dirigió a su camarote, sintiendo un gran alivio al poder descansar finalmente. Se acostó en su cama y cerró los ojos, sintiendo el movimiento suave del barco en el agua.

Mientras tanto, María se quedó en la timonera, vigilando el horizonte y asegurándose de que el barco siguiera su rumbo. Ella sabía que el viaje no sería fácil, pero estaba dispuesta a hacer todo lo posible para ayudar a su esposo y a los demás a bordo.

Pronto llegaría las 00:00 HRS, y el barco "Arturo Prat" se adentraba en la neblina, un lugar que, irónicamente, se había convertido en un refugio seguro para los pasajeros y la tripulación. La neblina era tan densa que apenas se podía ver a unos metros de distancia, pero María, la esposa del capitán, conocía bien el barco y sabía cómo navegar por la neblina sin correr riesgos.

Mientras tanto, en tierra firme, el mundo estaba sumido en el caos. En Japón, una pandemia había estallado, y la situación era desesperada. La pandemia se conocía como la "Enfermedad de la Sombra" (, Kage no Yamai), una enfermedad misteriosa que parecía surgir de la nada y se propagaba con una velocidad alarmante.

La Enfermedad de la Sombra se caracterizaba por una serie de síntomas extraños, incluyendo la aparición de sombras oscuras en la piel de los infectados, que parecían moverse y cambiar de forma de manera independiente. Los infectados también experimentaban alucinaciones, pérdida de memoria y una sensación de desorientación y confusión.

La causa de la Enfermedad de la Sombra era desconocida, y los científicos estaban trabajando día y noche para encontrar una cura. Sin embargo, mientras tanto, la pandemia seguía propagándose, y la situación en Japón y en el resto del mundo era cada vez más desesperada.

Mike se sentó en el sofá, con la cabeza entre las manos, intentando procesar la noticia de la pandemia. Daniela se sentó a su lado, poniendo una mano en su hombro.

— Me recuerda la historia del COVID — dijo Daniela, con una voz suave. — Pero esto es peor, ¿verdad?

Mike asintió con la cabeza, sin levantar la vista. Los dos niños estaban solos en la casa, cuidando de ella mientras sus padres y otros adultos salían a buscar provisiones. La situación era cada vez más desesperada, y Mike y Daniela se sentían abandonados y asustados.

Bloom, el metal ko, estaba escuchando desde lejos la conversación de los niños. Con su capacidad para identificar sentimientos, podía percibir el miedo y la ansiedad que emanaban de Mike y Daniela. Aunque ellos no lo demostraban abiertamente, Bloom sabía que estaban asustados y confundidos.

Bloom se acercó a los niños, moviéndose con suavidad. Mike y Daniela no lo notaron al principio, pero cuando Bloom se sentó a su lado, ellos se dieron cuenta de su presencia.

— ¿Qué pasa, Bloom? — preguntó Mike, con una voz suave.

Bloom no respondió, pero simplemente se quedó allí, cerca de los niños, como si estuviera intentando protegerlos o consolarlos. Mike y Daniela se miraron entre sí, y luego volvieron a mirar a Bloom. Sin decir una palabra, los tres se quedaron allí, juntos, en silencio.

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