Historia Nº51

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"El Reloj de los Lanceros"

En un pintoresco vecindario, la familia Lancero era conocida por su amabilidad y su impecable hospitalidad. Los vecinos los adoraban. Marcos, el padre, era un relojero minucioso, apasionado por restaurar piezas antiguas; Clara, la madre, una dulce maestra de primaria; y Valeria, su hija adolescente, una artista prometedora. Nadie sospechaba lo que realmente ocurría tras las puertas de aquella acogedora casa de ladrillos.

Una noche, Marcos regresó con un reloj de péndulo desgastado que había adquirido en un mercadillo. "Este será el proyecto familiar", dijo con entusiasmo. La idea era restaurarlo juntos. Pasaron semanas reparándolo, barnizando la madera y ajustando los engranajes. Pero algo era extraño: el reloj nunca sonaba en público. Solo lo hacía de madrugada, con un eco profundo y perturbador que parecía resonar en la mente.

Una noche, mientras Clara dormía, Valeria escuchó el sonido del reloj. Se levantó de la cama y siguió el ruido hasta el taller de su padre. La puerta estaba entreabierta. Miró por la rendija y lo vio: Marcos tallaba con una precisión enfermiza algo que parecía una pequeña figura humana. Pero no era madera. Era carne.

Valeria retrocedió con el corazón acelerado. Pisó sin querer una tablilla del suelo, haciendo crujir la madera. Marcos alzó la vista, sus ojos como agujas fijas en la penumbra. "Valeria", llamó con una voz serena, demasiado serena. "Ven aquí".

Intentó correr, pero tropezó. Su padre la alcanzó, sujetándola del brazo con una fuerza descomunal. "No has entendido el verdadero propósito de este proyecto familiar, ¿verdad?" La arrastró hasta el taller mientras Clara aparecía en la puerta, calmada. "Déjala, Marcos. Es hora de que lo entienda".

Clara sostenía una caja que Valeria reconoció al instante: era el juego de herramientas quirúrgicas de su padre. Marcos, con voz solemne, explicó: "La clave de la perfección está en el detalle humano, hija. Cada engranaje, cada pieza, debe tener un alma".

Las figuras humanas en miniatura que adornaban el reloj comenzaron a moverse, emitiendo pequeños suspiros. Valeria quiso gritar, pero Clara la abrazó, susurrándole al oído: "Somos una familia, cariño. Y las familias siempre trabajan juntas".

Valeria nunca volvió a salir del taller. Pero el reloj de los Lanceros, ahora perfectamente restaurado, lucía en la sala, admirado por todos los vecinos. Nadie notaba los rostros en miniatura que giraban en sus esferas, ni los ecos de susurros lejanos que emanaban en las noches más silenciosas.

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