Ava
Dos días después, Josh ya estaba en Centroamérica y Alex había terminado de mudarse. Había estado mirando cómo los empleados de la empresa de mudanzas metían en la casa de al lado un televisor de plasma gigante y todo tipo de cajas, y el Aston Martin de Alex ya formaba parte de mi paisaje diario. Ya que seguir dándole vueltas a la situación no me ayudaba mucho, decidí sacarle provecho de alguna forma. En verano la galería cerraba los jueves, y no tenía ningún encargo de fotografía pendiente, así que decidí pasar la tarde haciendo mis famosas galletas red velvet. Acababa de empaquetarlas en una cestita cuando escuché el inconfundible rugido del coche de Alex aparcando en la entrada, seguido del golpe de una puerta. Mierda. Bueno, estaba preparada. Claro que sí. Me sequé el sudor de las manos en los muslos. No podía ponerme nerviosa por llevarle unas galletas, por el amor de Dios. Alex había venido a comer en Acción de Gracias los últimos ocho años, y a pesar de todo su dinero y suatractivo, era humano. Intimidante, pero humano, al fin y al cabo. Además, se supone que tenía que cuidarme, y no creo que arrancarme la cabeza fuera una buena manera de hacerlo, ¿no? Con este pensamiento cogí la cesta, las llaves y el móvil y fui a su casa. Menos mal que Jules estaba en las prácticas de Derecho, porque si la hubiera escuchado otra vez decir lo bueno que estaba Alex, habría gritado. Una parte de mí pensaba que lo hacía para fastidiarme, pero a otra parte le preocupaba que a Jules le gustara Alex de verdad. Que mi mejor amiga se liara con el mejor amigo de mi hermano podría abrir una caja de Pandora que no me apetecía tener que cerrar. Llamé al timbre, tratando de controlar mi corazón desbocado mientras esperaba a que saliera Alex. Me habría gustado dejar la cesta tirada en el umbral y salir corriendo, pero habría sido un impulso cobarde, y yo no era ninguna cobarde. Al menos la mayor parte de las veces. Pasó un minuto. Volví a tocar el timbre. Por fin, escuché el sonido amortiguado de sus pasos acercándose, hasta que abrió la puerta y me encontré cara a cara con Alex. Se había quitado la chaqueta, pero por lo demás llevaba el traje del trabajo: camisa blanca de Thomas Pink, pantalón y zapatos de Armani, corbata azul de Brioni. Recorrió con la mirada mi pelo (recogido en un moño), mi cara (que abrasaba como la arena al sol, no sé por qué) y mi ropa (mi conjunto favorito de camiseta de tirantes ypantalón corto) antes de reparar en la cesta. Durante todo el rato mantuvo una expresión hierática. -Son para ti. -Señalé la cesta que había puesto delante -. Son galletas -añadí innecesariamente, porque, en fin, tenía ojos y creo que podía ver perfectamente que eran galletas-. Un regalo de bienvenida. -Un regalo de bienvenida -repitió. -Sí. Ya que eres nuevo... en el barrio. -Parecía idiota-. Ya sé que no quieres estar aquí, igual que yo tampoco quiero que estés... -Mierda, eso no ha sonado muy bien-. Pero ya que somos vecinos, deberíamos acordar una tregua. Alex arqueó una ceja. -No sabía que hiciera falta ninguna tregua. No estamos en guerra. -No, pero... -Se me escapó un suspiro de frustración. No entendía por qué tenía que hacerlo tan difícil-. Intento ser maja, ¿vale? Vamos a tener que vernos durante todo el año, así que me gustaría que nos facilitáramos la vida. Coge las malditas galletas. Puedes comértelas, puedes tirarlas, puedes darle de comer a tu mascota la serpiente Nagini, lo que quieras. Hizo una mueca. -¿Me acabas de llamar Voldemort? -¿Qué? ¡No! -O puede que sí-. Lo de la serpiente es un ejemplo. No tienes pinta de tener una mascota peludita. -En eso tienes razón. Pero tampoco tengo ninguna serpiente. -Me quitó la cesta de las manos-. Gracias. Parpadeé. Y volví a parpadear. ¿Alex Volkov me acababa de dar las gracias? Había esperado que cogiera las galletasy me diera con la puerta en las narices. Nunca me había dado las gracias por nada. Excepto quizás aquella vez que me pidió que le pasara el puré de patatas en una cena, pero estaba borracha, así que tenía un recuerdo borroso. Todavía estaba en shock cuando añadió: -¿Quieres pasar? Estaba soñando. Tenía que estar soñando. Porque las probabilidades en la vida real de que Alex me invitara a pasar a su casa eran más bajas que resolver de cabeza una ecuación diferencial. Me pellizqué. Ay. Vale, no era un sueño. Solo un encuentro extremadamente surrealista. Me pregunté si quizás los extraterrestres habrían abducido a Alex mientras volvía a casa y lo habrían sustituido por un impostor mucho más simpático y civilizado. -Vale -dije, porque tenía curiosidad. A ver, nunca había estado en casa de Alex, y tenía curiosidad por ver cómo había dejado la casa de Josh. Se había mudado dos días antes, por lo que esperaba encontrarme un montón de cajas desperdigadas, pero todo estaba tan limpio y ordenado que parecía que llevara viviendo años allí. Un elegante sofá gris y un televisor de plasma de ochenta pulgadas dominaban el salón, acentuado con una mesa baja blanca, lámparas industriales y el cuadro abstracto de Josh. Me fijé en una máquina de café en la cocina y en una mesa de cristal con sillas blancas acolchadas en el comedor, pero por lo demás, no había muchos más muebles. Había una diferencia abismal con lacasa de Josh, que era un acogedor batiburrillo de libros, prendas deportivas y recuerdos que había traído de sus viajes. -Eres bastante minimalista, ¿no? -Examiné una extraña escultura de metal que parecía un cerebro explotando, pero que debía de haber costado más que mi alquiler mensual. -No entiendo el motivo de coleccionar cosas que no uso ni me gustan. -Alex puso las galletas en la mesa de café y se acercó al mueble bar que tenía en una esquina-. ¿Quieres tomar algo? -No, gracias. -Me senté en el sofá, sin saber muy bien qué hacer o decir. Se sirvió un vaso de whisky y se sentó frente a mí, pero no lo suficientemente lejos. Me llegó el olor de su colonia, que olía a algo silvestre y caro, con un toque de especias. Olía tan deliciosa que quise enterrar la cara en su cuello, aunque no se lo habría tomado muy bien. -Tranquila -dijo con tono seco-. No muerdo. -Estoy tranquila. -Tienes los nudillos blancos. Bajé la mirada y me di cuenta de que estaba apretando tan fuerte los bordes del sofá que, efectivamente, se me habían puesto los nudillos blancos. -Me gusta cómo has dejado la casa. -Fruncí el ceño. Menudo cliché-. Aunque no has puesto fotos. De hecho, no había ningún objeto personal, nada que hiciera ver que estábamos en un hogar y no en una tienda de muebles. -¿Para qué quiero poner fotos?No supe distinguir si era una broma o no. Probablemente no. Alex no bromeaba, a excepción del otro día en su coche. -Por los recuerdos -dije, como si le estuviera explicando algo muy básico a un niño pequeño-. ¿Para recordar a gente y momentos? -No necesito fotos para eso. Los recuerdos están aquí. -Se señaló la sien. -Los recuerdos siempre se acaban desvaneciendo. Las fotos no. -Por lo menos, no las digitales. -Los míos no. -Dejó el vaso de cristal en la mesa, y se le ensombreció la mirada-. Tengo una memoria superior. Se me escapó una carcajada sin querer. -Parece que alguien se tiene en muy alta estima. Me lanzó una sonrisa de superioridad. -No estoy alardeando. Tengo hipertimesia, también llamada memoria autobiográfica muy superior. Búscalo. Hice una pausa. Eso no me lo esperaba. -¿Tienes memoria fotográfica? -No, es distinto. Las personas con memoria fotográfica se acuerdan de detalles de una escena que han mirado muy poco tiempo. La gente con este síndrome nos acordamos de casi todo lo que ha pasado en nuestra vida. Todas las conversaciones, detalles, emociones... -Los ojos verde jade de Alex se transformaron en esmeraldas, oscuras y hechizadas-. Tanto si queremos como si no. -Josh nunca ha mencionado nada de eso. -No me había dado ni una pista, ni una sola vez, y eso que llevaban siendo amigos casi una década. -Josh no te lo cuenta todo.Nunca había oído hablar de la hipertimesia. Sonaba increíble, como sacado de una película de ciencia ficción, pero me pareció que Alex decía la verdad. ¿Cómo sería recordarlo todo? Se me aceleró el corazón. Sería maravilloso. Y terrible. Porque así como había recuerdos que quería mantener en mi corazón, tan claros como si los recreara ante mis ojos, también había otros que prefería dejar caer en el olvido. No podía concebir que me faltara esa red de seguridad que nos hace saber que los malos recuerdos siempre terminan desvaneciéndose hasta convertirse en ecos ahogados del pasado. Mi memoria estaba tan desvirtuada que no recordaba nada de antes de los nueve años, cuando habían ocurrido los peores sucesos de mi vida. -¿Y cómo es? -susurré. Qué irónico era que estuviéramos los dos allí sentados: yo, la chica que no se acordaba de nada, y Alex, el hombre que se acordaba de todo. Alex se inclinó hacia mí y no pude retirarme. Se puso demasiado cerca y fue demasiado abrumador, demasiado todo. -Es como ver proyectada la película de tu vida -dijo en voz baja-. A veces es de género dramático, otras veces de terror. Se cortaba la tensión en el aire. Estaba sudando tanto que se me pegó la camiseta a la piel. -¿No puede ser una comedia o una película romántica? -Era un intento de chiste, pero la pregunta sonó más bien como una insinuación.A Alex le brillaron los ojos. A lo lejos se oyó un claxon. Una perla de sudor me resbaló entre los pechos, y vi cómo él se quedaba mirándola por un instante antes de esbozar una sonrisa. -Vete a casa, Ava. No te metas en líos. Tardé un minuto más en recuperar la compostura y despegarme del sofá. Y cuando lo hice, incluso un rato después de haber huido, me seguían temblando las rodillas y sentía que se me iba a salir el corazón. Cada vez que estaba con Alex, aunque fuera por poco tiempo, me ponía de los nervios. Sí, estaba nerviosa y un poco aterrada. Pero nunca me había sentido tan viva.
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Twisted Love - Ana Huang
RomanceHOLI LES PASO LA HISTORIA DE AVA Y ALEX VOLKOV DERECHOS DE AUTOR A @ANAHUANG