CELOS

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Alex

Estampé el puño contra la cara del maniquí, disfrutando de la descarga de dolor que me recorrió todo el hombro tras el impacto. Me ardían los músculos y el sudor me corría por la frente y sobre los ojos, nublándome la vista, pero no paré. Lo había hecho tantas veces que no me hacía falta ver para acertar los golpes. El olor del sudor y la violencia se quedó flotando en el aire. Aquel era el único lugar donde podía permitirme liberar la rabia que se acumulaba en las otras parcelas de mi vida. Llevaba una década practicando krav magá para defensa personal, pero desde entonces se había convertido en mi catarsis, mi santuario. Cuando terminé de golpear al maniquí, mi cuerpo era un amasijo de dolor y sudor. Me limpié la cara con una toalla y di un largo trago a mi botella de agua. El día en la oficina había sido horrible, así que necesitaba esa evasión para apaciguarme. -Espero que hayas liberado tu frustración -dijo Ralph, el dueño del gimnasio y mi entrenador personal desde queme mudé a Washington. Bajo y fornido, tenía una complexión poderosa de luchador y cara de pocos amigos, pero en el fondo era un osito de peluche. Y me habría partido la cara si me hubiera oído decir eso. -Parecía que tenías algo personal contra Harper. Ralph ponía a los maniquíes nombres de personajes de alguna serie o de gente que no le caía bien. -Ha sido una semana de mierda. -Estábamos solos en la sala de entrenamiento, así que podía expresarme con bastante libertad. Además de Josh, Ralph era la única persona a la que consideraba un amigo de verdad-. Ya estoy listo para luchar en serio. Los maniquíes estaban bien para entrenar, pero el krav magá era un método de combate cuerpo a cuerpo por algo. Consistía en una interacción constante entre tu oponente y tú, a la que había que reaccionar rápido. No se podía reaccionar si el oponente era un objeto inanimado. -Venga, vamos a hacerlo. Aunque hoy tengo que acabar justo a las siete, no puedo quedarme más. Tengo una clase nueva. Arqueé las cejas. -¿Una clase? La academia de krav magá acogía a luchadores de nivel intermedio o avanzado y estaba especializada en clases particulares o sesiones con grupos pequeños. No ofrecía clases para grandes grupos como los demás centros. Ralph se encogió de hombros. -Sí. Vamos a aceptar a principiantes. De momento solo una clase, para ver cómo va. Missy me ha insistido mucho hasta que he aceptado... Me dijo que había mucha genteinteresada en aprenderlo por cuestiones de defensa personal, y además tenemos los mejores entrenadores de la ciudad. -Soltó una carcajada-. ¡Treinta años llevamos casados! Sabe cómo pulsar el botón del ego. Así que aquí estamos. -Por no mencionar que es una buena decisión empresarial. -Había poca oferta de krav magá por la zona, así que no tenía competencia, por no hablar de todos los ejecutivos que podían permitirse esos precios. A Ralph le brillaron los ojos. -Eso también. Di otro trago de agua, con la mente a toda velocidad. Clases para principiantes... Podría ser una buena idea para Ava. En realidad para cualquiera, hombre o mujer. La defensa personal es algo a lo que nadie quiere recurrir, pero que puede marcar la diferencia entre la vida o la muerte en caso de necesidad. El espray de pimienta solo sirve hasta cierto punto. Le mandé un mensaje rápido y empecé el entrenamiento con Ralph. Seguía sin gustarme hacer de canguro, pero Ava y yo habíamos acordado una «tregua» (término suyo, no mío) desde que ella había venido a hacer las paces la semana anterior. Además, cuando me comprometo a algo, me comprometo al cien por cien. Sin medias tintas o excusas. Le había prometido a Josh que cuidaría de su hermana, y eso era lo que iba a hacer. Apuntarla a clases de defensa personal, mejorar el sistema de alarma de su casa (se cabreó cuando el técnico de la empresa de seguridad la despertó a las siete de la mañana para instalar el nuevosistema, pero no pasa nada) o lo que hiciera falta. Cuanto más se alejara de los problemas, menos tendría que preocuparme por ella y más podría centrarme en mi trabajo y en mis planes de venganza. Aunque no me importaba si quería llevarme más galletas red velvet. Estaban buenísimas. Y, sobre todo, no me importaba si me las traía con los pantalones cortos y la camiseta de tirantes que había llevado la otra vez. Se me vino a la cabeza la imagen repentina de la gota de sudor resbalando por su piel bronceada, entre sus pechos. Gruñí cuando Ralph me metió un puñetazo en el estómago. Joder. Eso por dejarme llevar por mis pensamientos. Me recoloqué la mandíbula para volver a centrarme en el entrenamiento, tratando de alejar cualquier pensamiento sobre Ava Chen y su escote. Una hora después, tenía las extremidades como gelatina y unos cuantos moratones por todo el cuerpo. Hice un gesto de dolor mientras estiraba los músculos y oí cómo un murmullo de voces entraba por la puerta del gimnasio. -Esa es mi señal. -Ralph me dio una palmada en el hombro-. Buen trabajo hoy. Igual algún día me ganas, con suerte. Sonreí con suficiencia. -Que te jodan. Ya podría ganarte si quisiera. Una vez había estado a punto de hacerlo, pero en parte me gustaba el hecho de no ser todavía el mejor. Mepermitía tener un objetivo que alcanzar. Pero le ganaría. Siempre lo hacía. La carcajada de Ralph rebotó como un trueno por todo el espacio humedecido de sudor. -Sigue pensando eso, chaval. Nos vemos el jueves. Cuando salió de la sala, revisé el móvil por si había algún mensaje. Nada. Fruncí el ceño. Había escrito a Ava hacía casi una hora, y normalmente contestaba rapidísimo, a menos que estuviera en alguna sesión de fotos. Pero ese día no tenía ninguna. Lo sabía porque le había hecho prometer que cuando tuviera alguna me enviara la ubicación, así como los nombres y datos de contacto de los clientes. Siempre los investigaba antes. Había mucho loco suelto por ahí. Le mandé otro mensaje. Esperé. Nada. La llamé. No contestó. O bien había apagado el teléfono (algo que le tenía dicho que no hiciera) o bien estaba metida en algún lío. Sangre. Por todas partes. En mis manos. En mi ropa. Se me aceleró el pulso. La soga que siempre llevaba al cuello se apretó. Cerré los ojos e intenté concentrarme en otro día, en otro recuerdo (cuando fui a mi primera clase de krav magá con dieciséis años) hasta que las manchas rojas de mi pasado se desvanecieron.Cuando volví a abrirlos, en mi estómago se habían fusionado la ira y la preocupación en un solo bloque, y ni siquiera me entretuve en cambiarme de ropa antes de salir del gimnasio y dirigirme a casa de Ava. -Más te vale estar ahí -murmuré. Le corté el paso y le hice un corte de mangas a un Mercedes que intentó adelantarme en la rotonda de Dupont Circle. El conductor, el típico abogado engominado, me fulminó con la mirada, pero no me importó una mierda. Si no sabes conducir, no te metas en la carretera. Cuando llegué a casa de Ava todavía no había recibido respuesta. En la sien me latía una vena peligrosamente. Si me estaba ignorando, íbamos a tener problemas. Y si alguien le había hecho daño, estaba dispuesto a enterrar bajo tierra al responsable. Después de descuartizarlo. -¿Dónde está? -dije por todo saludo cuando Jules me abrió la puerta. -¿Quién? -preguntó con mirada inocente. No iba a engañarme. Jules Ambrose era una de las mujeres más peligrosas que conocía, y si alguien se creía lo contrario por su aspecto o por su manera de coquetear, es que era idiota. -Ava -rugí-. No coge el teléfono. -Estará ocupada. -No me jodas, Jules. Podría estar metida en algún lío. Además, conozco a tu jefe. Con decirle cuatro cosas de ti, se te acaban las prácticas. Había investigado a las amigas de Ava. Jules estaba estudiando Derecho, y las prácticas eran imprescindiblespara acceder al último curso de la carrera. Todo atisbo de coqueteo se esfumó. Jules entornó los ojos. -No me amenaces. -Pues no juegues conmigo. Nos miramos fijamente durante un valioso minuto que echamos a perder. Entonces reculó: -No está metida en ningún lío, ¿vale? Está con alguien. Como te he dicho, probablemente esté ocupada. No va a estar pegada al teléfono. -Dame la dirección. -Estás muy bueno, pero a veces eres un capullo integral. -La dirección. Jules dejó escapar un suspiro. -Te la digo si me dejas ir contigo. Para asegurarme de que no haces ninguna tontería. Ya estaba de camino al coche. Cinco minutos después estábamos entrando otra vez en Washington a toda velocidad, y pensé en pasarle a Josh todas las facturas de la gasolina cuando volviera, solo por joder. -¿Por qué te preocupas tanto? Ava tiene su vida, y no es tu perrito. No tiene por qué hacerte caso cada vez que le lanzas un palo. -Jules bajó el espejo del coche y se retocó el pintalabios cuando paramos en un semáforo. -Para alguien que se cree su mejor amiga, no veo que te preocupes mucho. -El estómago se me encogió de irritación-. ¿Cuándo has visto que no te haya contestado al minuto de llamarla o escribirle?-Pues cuando está en el baño. En clase. En el trabajo. Durmiendo. Duchándose. En una sesión de... -Hace casi una hora -espeté. Jules se encogió de hombros. -A lo mejor está follando. Sentí una punzada en la mandíbula. No sabía qué versión de Jules era peor: la que intentaba convencerme de cortar el césped sin camiseta o la que disfrutaba provocándome. ¿Por qué Ava no podía vivir con otra amiga? Stella parecía bastante sensata y Bridget, teniendo en cuenta su estatus, nunca diría las gilipolleces que decía Jules. Pero no, me tenía que tocar la amenaza pelirroja. Ya sabía por qué Josh no la soportaba. -Has dicho que estaba con una amiga. -Entré en la calle de la casa que me había dicho y aparqué. -No. He dicho que estaba con alguien. -Se desabrochó el cinturón con una sonrisa virginal-. Gracias por el viaje y la conversación. Ha sido... reveladora. No me molesté en preguntarle a qué se refería. Me acababa de lanzar un paquete de mierda muy bien envuelto. Mientras Jules se tomaba su tiempo, salí del coche y llamé a la puerta de entrada con impaciencia. Un minuto después, un chico delgaducho con gafas me abrió la puerta y se nos quedó mirando a Jules y a mí en un estado de confusión. -¿Puedo ayudaros? -¿Dónde está Ava? -Está arriba, pero ¿quién...? -Le di un empujón con el hombro para pasar dentro, lo que no fue difícil, teniendo encuenta que no debía de pesar ni setenta kilos. -¡Oye, no puedes subir! -gritó-. Están en mitad de una cosa. Joder. Era eso. Si Ava estaba follando (un peligroso latido se apoderó de mis sienes con solo pensarlo), era todavía mayor motivo para interrumpirla. Los universitarios salidos eran las criaturas más peligrosas del mundo. Me pregunté si habría vuelto con su ex. Josh mencionó que esa rata le había puesto los cuernos, y no parecía el tipo de chica que vuelve con alguien después de haberla tratado fatal, pero tampoco me sorprendería de la señorita Happy Flowers. Algún día su corazón la arrastraría directamente hasta un barranco de problemas. Cuando llegué al piso de arriba, no me hizo falta averiguar en qué habitación estaba, porque empecé a escuchar ruidos a través de una puerta entreabierta al final del pasillo. Detrás de mí, Jules y el Gafitas subían la escalera a trompicones, mientras este seguía balbuceando que no podía subir, a pesar de que ya estábamos arriba. No entendía cómo los seres humanos habían sobrevivido tanto tiempo. La mayoría eran idiotas. Abrí la puerta y me quedé congelado. No era sexo. Era peor. Ava estaba en medio de la habitación, vestida con un modelito de encaje negro que dejaba poco a la imaginación. Estaba acurrucada junto a un chico rubio con el pelo pincho que sostenía una cámara. Susurraban y se reían mientras miraban la pantalla de la cámara, tan metidos en su propia burbuja que no se dieron cuenta de que tenían compañía.Las sienes me latieron con más fuerza. -Qué... -Mi voz cortó el aire como un látigo-. Qué está pasando aquí. No era una pregunta. Sabía lo que estaba pasando. El decorado, la cama revuelta, la ropa de Ava... Estaban en mitad de una sesión de fotos. En la que Ava era la modelo. Vestida con un conjunto que bien podría formar parte de una sesión para la Playboy. Las tiras de tela que llevaba Ava apenas le tapaban lo estrictamente necesario. Se abrochaban en el cuello, dejando los hombros al descubierto, y descendían por delante hasta su ombligo. Llevaba al aire las piernas y la mayor parte del culo, y a excepción de las zonas que cubrían sus pechos y su entrepierna, el resto era una tela de encaje que revelaba más de lo que escondía. Nunca había visto algo así. No era solo el conjunto, era todo. Su pelo, normalmente liso, le caía en sugerentes ondas por la espalda, llevaba los ojos ahumados y los labios rojos y brillantes, y las curvas de su piel lucían un tono dorado que se me quedó grabado para siempre. En mi interior se mezcló una lujuria perturbadora (era la hermana de mi mejor amigo, por el amor de Dios) con una furia inexplicable por que otros hombres la vieran así. Ava me miró alarmada cuando reparó en mí. -¿Alex? ¿Qué haces aquí? -He intentado detenerlo. -El Gafitas jadeaba, sin apenas aliento. La prueba viviente de que estar delgado no significa estar en forma. -Está aquí por ti, cielo -dijo Jules, apoyada contra la puerta, con los ojos ámbar brillando de diversión-. Porcierto, estás buenísima. Qué ganas de ver las fotos. -No vas a ver las fotos -ladré-. Nadie va a ver las fotos. -Arranqué la manta de la cama y se la eché a Ava por los hombros para cubrirla-. Nos vamos. Ahora mismo. Y el Rubito va a borrar todas las fotos que te ha hecho. Ava abrió la boca de par en par. -No, no me voy, y no, él no va a borrarlas. No me digas lo que tengo que hacer. -Tiró la manta al suelo y levantó la barbilla, desafiante-. No eres mi padre ni mi hermano, incluso si lo fueras, no tienes nada que opinar sobre lo que hago en mi tiempo libre. -Te está haciendo fotos medio desnuda -grité-. ¿Sabes que podrían destruirte si se filtraran? ¿Si las ven en alguna empresa donde vayas a trabajar en el futuro? -Me he prestado voluntaria -me gritó ella-. Es fotografía boudoir. Es artística. Todo el mundo hace esto todo el rato. No es como posar desnuda para una página porno. ¿Y cómo sabías que estaba aquí? -Ups -dijo Jules por detrás. No sonaba en absoluto arrepentida. -Para el caso es lo mismo. -Me hervía la sangre-. Vístete. Ya. -No. Quiero. -Ava me miró fija e intensamente mientras separaba la frase en dos partes como había hecho yo. -Oye, tío, no estoy haciendo nada malo. -Al Rubito se le escapó una risa nerviosa-. Como te acaba de decir ella, esto es arte. Lo editaré para que quede su cara en sombra y nadie pueda reconocerla. Necesito las fotos para mi porf... ¿Qué haces? -gritó cuando le cogí la cámara yempecé a borrar fotos, aunque se calló en cuanto le amenacé de muerte con la mirada. -¡Basta! Estás haciendo el ridículo. -Ava intentó cogerme la cámara, sin éxito-. ¿Sabes lo que nos ha costado hacerlas? Para. ¡Eres...! -Me tiró del brazo. No sirvió de nada-. ¡Eres un...! -Otro tirón, mismo resultado -. ¡Irracional! -Te estoy protegiendo, dado que tú eres claramente incapaz de hacerlo por ti misma. Me cabreé más todavía cuando vi sus fotos tumbada en la cama, mirando a cámara con picardía. ¿Cuánto tiempo llevarían ella y el Rubito con esto a solas? No hacía falta ser un genio para saber lo que se le debía haber pasado a él por la cabeza todo el rato. Lo mismo que a cualquier otro hombre. Sexo. Esperaba que el Rubito hubiera disfrutado de sus ojos mientras aún los tenía. Ava se retiró unos instantes y luego se abalanzó sobre la cámara en un absurdo intento de pillarme con la guardia baja. Esperaba el movimiento, pero aun así gruñí tras el impacto, mientras ella intentaba escalar por mí como un mono araña. Sus pechos me rozaban el hombro y su pelo me hacía cosquillas. Se me templó la sangre con aquellas sensaciones. Estaba tan cerca que escuchaba su respiración en pequeños jadeos. Intenté no fijarme en su pecho sofocado, o en la suavidad de su piel contra la mía. Eran pensamientos peligrosos y perturbadores que no tenían cabida en mi mente. Ni ahora, ni nunca. -Devuélvemela -me ordenó.Me pareció casi tierno que creyera que podía darme órdenes. -No. Ava entornó los ojos. -Si no me la devuelves, te juro por Dios que saldré a la calle con esta ropa. Me atravesó otra descarga de furia. -No lo harás. -Ponme a prueba. Nuestras caras estaban a pocos centímetros de distancia, y hablábamos tan bajo que nadie podía oírnos. Aun así, bajé la cabeza para susurrarle justo en el oído: -Si das un paso fuera de esta casa vestida así, no solo borraré todas las fotos de la cámara, sino que destruiré la carrera de tu amiguito y acabará poniendo anuncios por palabras en el periódico ofreciendo sus servicios para hacer fotos de carnet. -Esbocé una fría sonrisa-. Y no quieres eso, ¿verdad? Hay dos maneras de amenazar a alguien: atacarlo directamente o atacar a sus seres queridos. Yo no tenía reparos en hacer ninguna de las dos. A Ava le tembló la barbilla. Me creía, y más le valía hacerlo, porque estaba hablando en serio. Yo no era senador ni miembro de ningún grupo de presión, pero una amplia red de contactos y un montón de documentos perfectos para chantajear me habían proporcionado bastante poder de influencia en Washington. -Eres un cabrón. -Sí, lo soy, que no se te olvide. -Me enderecé-. Vístete.Ava no discutió, pero se negó a dirigirme la mirada mientras se iba al baño para cambiarse. El Rubito y el Gafitas me miraron con la boca abierta como si el mismísimo demonio hubiera entrado en su casa. Mientras tanto, Jules sonreía como si estuviera viendo la película más entretenida del año. Terminé de borrar las fotos y le lancé la cámara al Rubito. -Nunca más le vuelvas a pedir a Ava que haga algo así -le dije desde lo alto, disfrutando del temblor de sus hombros mientras intentaba no acobardarse-. Si lo haces, lo sabré. Y no te gustará lo que ocurrirá después. -Vale -gimió el Rubito. La puerta del baño se abrió. Ava pasó a mi lado y le dijo algo al Rubito en voz baja. Le pasó la mano por el brazo y yo apreté la mandíbula. -Vámonos -dije con más aspereza de la pretendida. Ava me miró por fin, echando chispas. -Nos iremos cuando esté lista. No sabía cómo Josh la había aguantado todos esos años. Yo llevaba dos semanas y ya quería estrangularla. Murmuró algo a más al Rubito antes de pasar por delante de mí sin mediar palabra. Jules la siguió, todavía con la sonrisa en la cara. Me volví hacia el Rubito una última vez antes de irme. El silencio permeaba en el coche mientras volvíamos a Thayer. Jules, en el asiento trasero, tecleaba en su móvil, y Ava miraba por la ventana del copiloto con el semblante serio y la espalda tensa.No me importaba el silencio. De hecho, solía buscarlo. Pocas cosas me resultaban más molestas que las incesantes conversaciones vacías. El tiempo, el último taquillazo, quién ha roto con quién... ¿A quién coño le importaba? Aun así, algo me hizo encender la radio a mitad de camino, con el volumen tan bajo que apenas se oía la música. -Ha sido por tu bien -dije mientras sonaba el éxito de rap del momento. Ava volvió el cuerpo hacia la ventana y no respondió. Vale. Podía enfadarse todo lo que quisiera. Lo único de lo que me arrepentía era de no haber reventado la cámara del Rubito. Además, me daba igual que me hiciera el vacío. Me daba exactamente igual.

Twisted Love - Ana Huang Donde viven las historias. Descúbrelo ahora