CAPÍTULO 20

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Alex

Estaba sediento de sangre, y todo el mundo se apartó a mi paso mientras cruzaba el vestíbulo hacia los ascensores. Mi nueva secretaria, a la que había contratado después de despedir a la insípida hija del congresista por darle mi número de teléfono al director ejecutivo de Gruppmann, fingió estar hablando por teléfono cuando pasé, y el resto de los empleados clavaron la vista en sus pantallas como si sus vidas dependieran de ello. No los culpaba. Llevaba una semana cortando cabezas a diestro y siniestro. Incompetentes, todos y cada uno de ellos. Me negué a contemplar ninguna otra razón que no fuera esa por la que estaba de tan mal humor desde mi cumpleaños, especialmente si la «otra razón» medía un metro sesenta y cinco y tenía el pelo negro y los labios más dulces que el pecado. Ignoré a las personas que salieron corriendo del ascensor al verme entrar, y pulsé el botón para ir al vestíbulo.Ese maldito beso. Me lo había tatuado en el cerebro, y a veces me descubría pensando en él (en el sabor de Ava, en su contacto con mis brazos) más de lo debido. Gracias al «don» de mi memoria, podía revivir aquellos minutos en la cocina de Ralph como si fueran reales todas las noches en la ducha, con la mano aferrada a mi miembro y el pecho ardiendo de autodesprecio. No había visto ni había sabido nada de Ava desde aquella noche. Se había saltado la clase de natación esa semana y ni siquiera me había avisado. Jules fue quien me dijo que estaba ocupada. Su ausencia dolía más de lo que estaba dispuesto a admitir. Me metí en el coche y me puse a pensar. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Tamborileé con los dedos en el volante, indeciso, hasta que finalmente me armé de valor para meter en el GPS la dirección de la galería McCann en Hazelburg. Diecinueve minutos después entraba en la galería. Examiné el suelo de madera clara, los cuadros enmarcados que colgaban de las paredes blancas, la media docena de visitantes bien vestidos que deambulaban por el espacio y entonces me fijé en la morena sentada detrás del mostrador. Ava hablaba con una clienta, con expresión animada y una sonrisa resplandeciente mientras decía algo que hizo que la mujer también sonriera. Se le daba muy bien sacar la alegría de los demás. Todavía no me había visto, y durante un rato me dediqué a mirarla, dejando que su luz iluminara todos los rincones oscuros de mi ser.

Cuando la clienta se marchó, me acerqué a ella, con mis mocasines hechos a medida caminando sigilosamente por el suelo pulido. No fue hasta que mi sombra la cubrió que Ava miró hacia arriba con una sonrisa cortés y profesional que se esfumó en el momento en que me vio. Tragó saliva, y la imagen de su cuello provocó una descarga de deseo no solicitada en mi entrepierna. No me había tirado a nadie, excepto a mi mano derecha, en meses, y el celibato me estaba volviendo loco. —Hola —dijo con recelo. —Toma. —Saqué un teléfono móvil completamente nuevo (un modelo recién salido que aún no estaba disponible en el mercado y que me había costado un pastón) y lo dejé en el mostrador. Arqueó la ceja, confusa. —Creía que se te había roto el móvil, ya que en cinco días no he recibido ni un mensaje tuyo —dije con frialdad. La confusión permaneció unos instantes más hasta que hice un gesto de burla, y el corazón me dio un vuelco como un acróbata de circo. Anoté mentalmente hablarlo con mi médico en mi revisión anual. —Me has echado de menos —dijo. Abracé con las manos el borde del mostrador. —No. —Te has presentado en mi trabajo y me has comprado un móvil porque llevo unos días sin escribirte. —Los ojos de Ava brillaron con malicia—. Creo que eso cuenta como echarme de menos. —Te equivocas. Te he comprado un móvil por si acaso lo necesitabas para una emergencia.—En ese caso... —Empujó la caja hacia mí—. No lo necesito. El mío funciona bien. Es solo que he estado ocupada. —¿Haciendo qué? ¿Tenías que ir a un ashram en medio del desierto? —Eso no es asunto tuyo y nunca lo sabrás. Me latió una vena en la sien. —Joder, Ava, no tiene gracia. —Nunca dije que la tuviera. —Agitó las manos en el aire —. No sé qué quieres que diga. Te di un beso, tú a mí otro, y luego dijiste que había sido un error, y acordamos no volver a hacerlo. Creía que querías espacio y te lo di. No soy una de esas chicas que persiguen a los tíos que pasan de ellas. —Ava apretó los labios—. Sé que las cosas están raras entre nosotros desde el sábado. Quizás necesitamos... no pasar tanto tiempo juntos. Puedo hacer las visualizaciones yo sola, y cuando llegue el momento me buscaré a otro profesor de natación... Me subió la presión de repente. —Ni se te ocurra —espeté—. Me pediste a mí que te enseñara a nadar. Yo soy con quien has trabajado todas estas semanas. Si crees que voy a dejar que cualquier gilipollas me quite lo que es mío, es que no me conoces. — Ava me miró estupefacta—. Esta semana reanudamos las clases. No creas que voy a dejar que busques a otro. —Vale, no hace falta gritar. —No estoy gritando. —No había levantado la voz. Y punto. —¿Y por qué nos está mirando todo el mundo? —Ava hizo un gesto de horror—. Mierda, incluido mi jefe. Nos estámirando. —Se tapó con unos papeles detrás del mostrador —. Te prometo que solo aprenderé a nadar contigo, ¿vale? Ahora vete antes de que me meta en un lío. Me volví y vi a un hombre mayor con un tupé cuestionable que nos fulminaba con la mirada. —¿Te llevas comisión por las ventas? —le pregunté a Ava sin quitar los ojos del encargado, que venía hacia nosotros con la barriga balanceándose sobre el cinturón a cada paso. —Sí. ¿Por qué? —Quería comprar un cuadro de la galería. —Me volví hacia Ava cuando el encargado llegó hasta nosotros. En el pecho llevaba una etiqueta donde ponía «Fred». Lo sospechaba. Tenía cara de Fred—. El más caro que tengan. Se quedó boquiabierto. —Alex, el cuadro más caro de la galería es... —Perfecto para sus necesidades, estoy seguro —dijo Fred. Había cambiado por completo la expresión como si yo fuera el nuevo advenimiento de Jesucristo—. Ava, ¿por qué no le enseñas al caballero la obra lunar de Richard Argus? No parecía convencida. —Pero... —Ahora. Le dediqué una sonrisa afilada como la hoja de un cuchillo. —Cuidado con ese tono, Fred. Ava es tu mejor empleada. No querrás molestarla, ni a ella ni a los clientes que se toman muy en serio su criterio, ¿verdad? Parpadeó, y los ojos le empezaron a dar vueltas como si a su cerebro de chorlito le costara procesar la amenaza nadavelada en mis palabras. —No, no, claro que no —balbuceó Fred—. De hecho, Ava, quédate con el caballero. Yo traeré la obra. —Pero se lleva ella la comisión. —Levanté una ceja. —Sí. —El encargado asintió tan rápido que parecía un muñeco—. Por supuesto. Mientras se escabullía hacia el otro lado de la galería, Ava se inclinó hacia mí y me dijo entre dientes—: Alex, la obra cuesta cuarenta mil dólares. —¿En serio? Joder. —Seguro que podemos... —Pensaba que iba a ser cara. —Me permití soltar una carcajada al ver su expresión estupefacta—. Tampoco es gran cosa. Tendré una obra de arte, tú te llevarás una jugosa comisión y tu jefe te hará la ola hasta el fin de los tiempos. Todos ganamos. Fred volvió con un enorme cuadro en blanco y negro. Quince minutos después, la obra ya estaba empaquetada con el mismo cuidado con el que se trata a un recién nacido, y mi cuenta bancaria tenía cuarenta mil dólares menos. —Este fin de semana, a la hora de siempre, Hotel Z —le dije a Ava después de que se fuera Fred. Levantó las cejas. Solíamos practicar en cualquiera de nuestras casas o bien junto al lago o la piscina de Thayer, para que se sintiera más cómoda cerca del agua. —Tiene la mejor piscina cubierta de Washington — expliqué—. Ya estás lista para las clases de natación de verdad.Llevaba lista un tiempo, pero quería asegurarme antes de lanzarla al fondo, por así decirlo. Ava ahogó un grito. —¿En serio? —Sí. —Le lancé una sonrisa traviesa—. Nos vemos el sábado, Rayito. Salí de la galería mucho más contento de lo que había entrado.

😂😂😂😂🤣🤣AVA Y SUS BROMAS A ALEX QUE PECADO 🤭✨DESPUÉS LE DARÁN COMO CAJON NO CIERRA🥵💅

Twisted Love - Ana Huang Donde viven las historias. Descúbrelo ahora